Dos aspectos resultan llamativos a la hora de adentrarnos en la historia de nuestro nación: su labor evangelizadora y su función cultural. Hablar de genocidio, de masacres, es lo más fácil, dados los acontecimientos que están implícitos en toda conquista, subsiguiente al descubrimiento.

Sin embargo, dejando de lado, por ahora, la evangelización de los territorios americanos, lo cierto es que los conquistadores españoles, a diferencia de los colonizadores ingleses, franceses u holandeses, no se quedaron en las costas, sino que profundizaron en los distintos territorios que iban descubriendo. Y en ellos, en su interior, se asentaban, dibujaban calles, construían casas e iglesias, configuraban la administración, el comercio, la economía. Y, en medio de todo ello, se ocuparon de la instrucción y formación de los pueblos que iban descubriendo y colonizando. Y para ello, levantaron universidades. Y lo hicieron a los pocos años de haber pisado Colón tierra americana. Así, mientras Estados Unidos no vio lo que se considera su primera universidad, Pennsylvania, hasta 1740, si bien la de Harvard proclama su nacimiento en 1656 como centro de enseñanza superior, en la América española, la Universidad de Santo Tomás de Aquino se creó mediante bula papal el 28 de octubre de 1538, en Santo Domingo de Guzmán, viéndose acompañada por el primer hospital y la primera oficina de aduanas. Paulo III, con su bula, estableció la primera universidad en ese continente recién descubierto. Sin embargo, hasta veinte años después, por Real Cédula de febrero de 1558, de Carlos I, no se significó su pase regio. Y con tal hecho nos adentramos en la controversia de si, realmente, fue esta universidad la primera creada por España, o por el contrario fue la Universidad Nacional Mayor de San Carlos, en Lima, Perú.

La  Universidad  de Lima fue creada por Real Cédula del 12 de mayo de 1551, dictada también por el emperador Carlos I. Obviamente esa Real Provisión viene a contener todos los requisitos y condiciones que se venían contemplando en aquella época. También cabe decir que la Universidad limeña está adornada con un hecho de especial notabilidad: haber permanecido abierta, sin interrupción, desde su fundación hasta la actualidad, superando las épocas de las guerras de independencia. Tuvo sus inicios en los estudios generales que se brindaban en los claustros del convento del Rosario de la orden de Santo Domingo — hoy Basílica y Convento de Santo Domingo —  por allá 1548, participando activamente en su creación Fray Tomás de San Martín.

La Universidad de Lima se mantuvo durante todo el Virreinato, es decir, hasta 1821, siendo un foco del movimiento independentista peruano y, posteriormente, cuando la constitución de la república, exportador desde sus aulas del sentimiento soberanista a otras regiones sud americanas. Fue en 1946 cuando tomó su actual denominación, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Pasando al Virreinato de Nueva España, en 1551 el emperador Carlos expidió Real Cédula por la cual se creaba la Real Universidad de México, producto de las gestiones del Virrey Antonio de Mendoza y — de nuevo otro fraile — fray Juan de Zumárraga. En 1553 se iniciaron las clases, para años después adquirir la cualidad de Pontificia en virtud de una bula pontificia de Clemente VIII, perdida en el año 1595 y no recuperada con otra del siglo XVII. La universidad fue creada a semejanza de las universidades europeas (Salamanca, Bolonia, París), dividida en facultades mayores y una menor. En las primeras se cursaba teología, medicina, leyes y cánones. Mientras en la menor solamente arte. Asimismo, existían varias cátedras para lenguas indígenas o astrología, entre otras disciplinas. Verdadero centro de cultura durante el virreinato, al alcanzarse la independencia y trascurridos varios años, la universidad fue clausurada, en virtud de una orden de Maximiliano de Habsburgo de 30 de noviembre de 1865. Ya en la actualidad, la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Pontificia de México pueden considerarse herederas de la Real Universidad de México de 1551.

De todo lo anterior, aparte de lo anunciado al principio, cabría concluir que el emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, con la participación de la firma de su heredero Felipe II, en la Real Cédula dictada para la universidad mejicana, no solamente dedicó su vida a guerrear contra el francés, el holandés, el milanés o el alemán, sino que también tuvo tiempo e interés en difundir la sabiduría de Salamanca en sus territorios de ultramar. Circunstancia que no se da en ningún gobernante de aquellos territorios americanos, fuera del español.

Francisco Gilet

Bibliografía:

Historia.com

Luque Alcaide Elisa, La educación en la Nueva España en el siglo XVIII

 

 

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