Autor: Jesús Caraballo
Uno de los más firmes defensores de tal afirmación en Pierre Duhem (1861-1916), físico de arraigada fe católica, que por eso mismo fue marginado en la Francia de la laicista Tercera República en la que vivió.
La Francia de finales del siglo XIX era el país de la religión laica vaciada de todos los rasgos sobrenaturales. La ideología republicana encuentra un fértil aliado en el materialismo, que incluye las ideas darwinianas de la evolución, y que acaba teniendo un lugar relevante en la enseñanza secundaria y superior, aunque es ridiculizado por quienes aún siguen haciendo un recto uso de la razón.
Ridiculización reflejada en una opereta satírica, Au pays des gorilles (En el país de los gorilas), de Esteban de Richermoz (pseudónimo de Étienne Recamier) con ilustraciones y música. La opereta, un panfleto contra las leyes que tienden a laicizar la enseñanza escolar (sobre todo la ley del 28 de marzo de 1882), describe el viaje que los miembros de la Misión Simiófila Internacional realizan a Congo, volviendo a París con un grupo de gorilas a los que les explican y les ofrecen los beneficios de la nueva legislación, que ha sido un fracaso con los jóvenes franceses. Pero también fracasa con los gorilas y estos prefieren volver a África.
Son características de este panfleto satírico las bellísimas ilustraciones que hacen más evidente, incluso más que el texto, la ironía de la historia. Los cuadros llevan la firma «Ch. Clerice», pseudónimo de Pierre Duhem, físico, pionero en el estudio de la termodinámica de los procesos irreversibles, filósofo e historiador de la ciencia.
Hijo de progenitores profundamente católicos y legitimistas, corrió el riesgo, con estas ilustraciones, de poner en peligro su carrera académica en la École Normale de París, donde había conseguido entrar en 1882. Por este motivo firmó sus grabados con un pseudónimo, consciente de ser un científico católico en un ambiente hostil.
Nacido en un modesto barrio de París, su padre, Pierre-Joseph, de origen flamenco, educado por los jesuitas, trabajaba en la industria textil y mantenía una gran pasión por los estudios y, en particular, por los autores latinos. La madre, Marie-Alexandrine Fabre, era descendiente de una familia de orígenes burgueses que llegó a París en el siglo XVII. La educación del joven Pierre comenzó a los siete años con clases privadas junto a un pequeño grupo de estudiantes: gramática, aritmética, latín y catecismo fueron las materias que pusieron en evidencia sus habilidades literarias a la edad de nueve años.
Los años de su juventud fueron años turbulentos para Francia, especialmente en el Ayuntamiento de París (marzo de 1871, alzamiento de La Comuna), que se convirtió en el ejemplo de la anarquía y la ausencia de religión. Pero fueron años difíciles no sólo por la política; una epidemia de difteria causó la muerte de dos de sus hermanos. Pierre continuó su educación en el Colegio Estanislao de París durante diez años, periodo muy formativo sobre todo por las enseñanzas que recibe en física y matemáticas, que le llevaron a completar sus estudios en estas dos materias en la prestigiosa École Normale en los años 1883-84.
Su amor por la física teórica le hizo rechazar un puesto como químico-bacteriólogo en el laboratorio de Louis Pasteur, pero enseguida empezaron las dificultades. Sus tesis, la primera sobre el potencial termodinámico y la segunda sobre matemáticas aplicadas, fueron rechazadas por un mundo académico laicista que no veía con buenos ojos a un científico católico y abiertamente conservador para el que las puertas de la enseñanza en París permanecieron siempre cerradas. Es famosa la frase de Marcellin Berthelot: «Este joven no podrá enseñar nunca en París».
Y así fue Enseñó en Lille, en Rennes, en Burdeos, pero nunca en París. De nada le sirvió la enorme mole de publicaciones, no sólo en el campo científico con importantes contribuciones a la física y la termodinámica, sino también en filosofía e historia de la ciencia. El resultado de este ostracismo hacia el científico francés fue que sus obras no se publicaron de nuevo en Francia hasta mediados de los años 80 del siglo XX.
Redescubrimiento de la ciencia medieval
Uno de los importantes componentes de los estudios y del pensamiento de Pierre Duhem es el que atañe a la historia de la ciencia y, en manera particular, del periodo medieval. Hablar de ciencia medieval parecía, antes de Duhem, un contrasentido, pero con Duhem se colma una laguna y se descubre una continuidad en el pensamiento científico que va desde Jean Buridán, Nicolás de Oresme y Alberto de Sajonia hasta Galileo Galilei. Es célebre su frase:
«Si nos hubieran obligado a asignar una fecha al nacimiento de la ciencia moderna habríamos elegido, sin dudarlo, el año 1277, cuando el obispo de París proclamó solemnemente que podría existir una multiplicidad de mundos y que el sistema de esferas celestes podría, sin contradicción, estar dotado de una línea recta de movimiento».
El nacimiento de la ciencia moderna se desplazó, así, unos cuantos siglos atrás y los que antes eran considerados los «siglos oscuros» empezaron a resplandecer a los ojos de una sociedad laicista y anticlerical que, de hecho, no le perdonó nunca a Duhem estos descubrimientos. Murió el 14 de septiembre de hace cien años, dejando incompleta su obra principal, Le System du Monde, doce volúmenes acerca de las doctrinas cosmológicas de los que terminó sólo nueve, pero dejando también una gran cantidad de información sobre astronomía medieval, teoría de las mareas, astrología y geoestática.
Duhem, al rechazar el mito de la ausencia de una ciencia medieval, fue el primer estudioso que sacudió el polvo acumulado encima de una cantidad de códices manuscritos que habían permanecido inexplorados durante siglos. Lo que descubrió le indujo a hacer la sorprendente afirmación de que la Revolución científica, asociada a los gloriosos nombres de Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johannes Kleper, Descartes e Isaac Newton, había sido sólo una extensión y una reelaboración de las ideas físicas y cosmológicas formuladas en el siglo XIV por los maestros parisinos de la Universidad de París. Duhem consideraba a los filósofos naturales de la escolástica medieval los precursores de Galileo.