Las Sagradas Escrituras son la base de la Civilización occidental
Autor: Manuel Villegas Ruiz

PARS PRIMA

A pesar de la descristianización actual de la sociedad, que pretende vivir de espaldas a Dios y del intento de eliminar las raíces y nuestro pasado, los europeos somos los herederos de la mayor civilización, con fundamento en el cristianismo, que el mundo haya conocido.

INDICE

1.- Exordio
2.-La edificación de una Europa sin valores sobrenaturales
3.- El magisterio y la tradición
4.-La fracción de la Iglesia en el siglo XVI
4.1 La ruptura luterana
4.2 Origen de la descristianización de Europa

1.- Exordio

Los cristianos hemos sido perseguidos, acosados y martirizados desde el momento en el que Jesús de Nazaret trajo su Buena Nueva. Él mismo padeció la muerte más ignominiosa que, por su dureza y abyección, aplicaban los romanos a los malhechores más viles.
Ya nos lo advirtió Jesús cuando dijo:
No os fieis de la gente, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. (Mt 10, 17-22)

Sin embargo, a pesar de las persecuciones, siempre nos queda la seguridad de sus otras palabras:

“Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mt 28, 16-20)
Esa es nuestra confianza y la roca que sustenta nuestra fe.
Estamos en el primer tercio del siglo XXI. Los derechos del Hombre, o Declaración Universal de los Derechos Humanos fueron proclamados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948, a pesar de ello, la persecución a los cristianos no cesa y así en esta época, en la que cualquiera tiene libertad suficiente para expresar sus ideas o convicciones, hay un movimiento de erradicación del Cristianismo de todas las instituciones europeas, de la vida social y hasta de las conciencias de los ciudadanos, lento pero imparable e implacable, que va socavando los pilares de nuestra civilización que han constituido su punto de apoyo durante más de dos mil años.

Según Francisco Contreras Peláez¹, tanto la abortada Constitución europea, como el Tratado de Lisboa evitaron toda mención del cristianismo. En los documentos ordinarios de la Unión se elude también cualquier referencia directa al cristianismo o a las iglesias. La causa de esta cristiano fobia de la nueva eurocracia consiste en la negación de las propias raíces culturales.

¹ Francisco Contreras Peláez, Catedrático de Filosofía del Derecho de la Facultad de Derecho de La Universidad de Sevilla

2.-La edificación de una Europa sin valores sobrenaturales

Estos constructores de la Nueva Europa quieren basar la identidad de esta, exclusivamente en valores universales y abstractos, como la libertad, la igualdad, los derechos humanos, etc.
A pesar de la abjuración de hechos tan palmarios y objetivos como son la influencia de los ideales cristianos en nuestra civilización que, mal que a ellos les pese, son una realidad incuestionable es que, si estas virtudes son distintivas de la sabiduría europea y occidental, se deben precisamente al modo de vida y a la cultura cristiana que han impregnado a Europa durante tantos siglos.

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La primera Declaración de los Derechos Humanos la encontramos en las enseñanzas de Jesucristo, en la Biblia y en las epístolas de los apóstoles, cuando se manifiesta continuamente que todos los seres humanos somos iguales e hijos de Dios. Esta igualdad y filiación divina quiere decir que todo hombre nace con los mismos derechos y obligaciones, pero dotado de un libre albedrío que le posibilitará para decidir que sus acciones sean positivas o negativas
En contra de lo que propugnan los edificadores de una Europa descristianizada, los europeos somos los herederos de la mayor civilización, con fundamento en el cristianismo, que el mundo haya conocido.

Que, en ocasiones, haya habido entendimiento y hasta connivencia entre el Trono y el Altar, no quiere decir que todas las monarquías europeas hayan sido teocráticas, como ocurre en el islam en el que el sultán es al mismo tiempo el jefe religioso y político, o sucede con el anglicanismo, donde el monarca del Reino Unido es, a su vez, la cabeza de la iglesia.

Tras la escisión protestante, llevada a cabo por Lutero, quien en su doctrina del libre examen propone que los cristianos somos autónomos para interpretar las Escrituras y no necesitamos de autoridad eclesiástica que nos diga cómo hemos de entender la Palabra de Dios, se llega a la conclusión de que se puede prescindir del Magisterio y la Tradición católicas.
Aunque sea brevemente, conviene que recordemos qué es el Magisterio y la Tradición en la Iglesia católica.

3.- El magisterio y la tradición

EL MAGISTERIO

En el libro III del Código de Derecho Canónico se expresa con toda claridad que este, en primer lugar, es el conferido por Cristo a los Apóstoles y a sus sucesores. En virtud de este oficio deben custodiar, interpretar y proponer la Verdad Revelada con su autoridad y en su nombre.

En segundo lugar, es el conjunto de enseñanzas dadas en el ejercicio de este oficio.

Es un Magisterio auténtico y vivo porque ha sido instituido por Cristo y porque tiene la asistencia firme y permanente del Espíritu Santo recibido por los apóstoles el día de Pentecostés y trasmitido por éstos a sus sucesores.

Es el cometido vivo y continuo de la predicación apostólica con la enseñanza de manera especial de las Sagradas Escrituras por la inspiración del Espíritu Santo hasta el final de los tiempos. Ya dijo Jesús: El que a vosotros oye, a mí me oye (Lucas 10-16).

LA TRADICIÓN

Son las enseñanzas, no recogidas en los Libros Sagrados, que la Iglesia mantiene desde los inicios de su nacimiento y que acopian todo lo predicado y escrito por los Santos Padres, que se trasmite de generación en generación conservando viva la llama de la fe y la aceptación de verdades y dogmas que constituyen, junto con el Magisterio, el cuerpo esencial de la doctrina de la Iglesia.

Un ejemplo de ello lo tenemos con el Dogma de la Inmaculada Concepción de María. Desde casi los fundamentos de la Iglesia, los Santos Padres dejaron constancia en sus escritos de sus convicciones acerca de que María había sido concebida sin pecado original. Pues bien, a pesar de esta tradición defendida incesantemente a través de los siglos, tanto por la Iglesia oriental, cuanto, por la occidental, no fue hasta el 8 de diciembre del año 1854, o sea, veinte siglos después del reconocimiento de tal verdad, cuando el Papa Pio IX por su Bula Ineffabilis Deus, proclamó como certeza irrefutable la Purísima Concepción de María. A pesar de la fuerza de la tradición, la Iglesia católica no se precipita en sus decisiones.

La Sagrada Tradición y las Sagradas escrituras constituyen y forman un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia, cuya interpretación solo puede hacerla ella dentro de su Magisterio divino.

4.-La fracción de la Iglesia en el siglo XVI

4.1 La ruptura luterana

Cuando las prédicas de Lutero de que no es necesaria la autoridad de la Iglesia para interpretar las Escrituras llegan al pueblo, los campesinos alemanes se dicen:

Si nadie me puede decir a mí lo que tengo que hacer en materia religiosa, muchísimo menos nadie me podrá decir lo que debo de hacer en materia política.
Así surgen las revoluciones campesinas de 1524 y 1525.
Pero Lutero necesitaba a los príncipes alemanes para separarse de Roma, y, ante estas revueltas que acosan a los gobernantes de los principados, escribe una obra titulada: “Contra las hordas asesinas, y ladrones del campesinado”, en la que afirma y ratifica que eso del libre examen es patrimonio exclusivo de los príncipes, no del resto de la población, es decir, los vasallos.

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Preconiza que hay que exterminar como a perros a los campesinos sublevados, lo que trae como consecuencia la represión del levantamiento labriego de aquellos años, por el que fueron eliminados cruelmente entre 100.000 y 135.000 agricultores solamente en Alemania.

Se adopta un nuevo lema: Cuius regio eius religio, que, traducido con cierta libertad al español, viene a decir: según sea la religión del rey, así será la de sus súbditos, que consagra una subordinación total de las conciencias de sus vasallos a la de su señor que implanta una tiranía espiritual superior al sometimiento corporal. Esta es una de las grandes contradicciones del luteranismo, la imposición para que los siervos tengan la misma creencia religiosa de sus señores, que conlleva la negación absoluta de la libertad de conciencia, precisamente en contra del libre albedrío del que Dios ha dotado al hombre para que tenga capacidad de elegir según la rectitud de su entendimiento. Y en contra de lo que el mismo Lutero preconizaba sobre que cada cristiano podría interpretar libremente las Escritoras. Si se le obliga a practicar la fe de su señor, pierde su libertad.

Como consecuencia de la anterior, la otra, es la restricción de la interpretación de los Libros sagrados solo para los señores, en contra de su premisa principal del libre examen y de que los creyentes no necesitan de nadie para comprender las Escrituras.
Esta premisa seguramente está tomada sobre la que Pedro Valdo más de tres siglos antes del nacimiento de Martín Lutero, es decir, en 1170 en la ciudad de Lyon fundamenta la base de su doctrina y la de sus seguidores: Los valdenses.

Esta declaración de principios del Cuius regio eius religio, parece ser que fue acuñada en 1528 por el jurista Joachin Stephani de la universidad de Grifswal. Con ella se consagra al protestantismo como religión del Estado.

Así comienzan las guerras de religión en los estados confesionales cuyo adalid católico fue Carlos V, y que desangraron las arcas hispanas, hasta llegar en 1555 a la Paz de Ausburgo que fue la única solución que se pudo encontrar. Como en todas las actuaciones humanas, detrás de cada revolución o modificación del status establecido hay siempre que buscar un interés económico. Los franceses, cuando hay algún problema de cualquier hecho insólito, dicen que siempre hay una mujer por medio, con la siguiente frase: cherchez la femme. En cambio, yo entiendo que cuando hay alguna modificación del estado establecido, hay que buscar el interés económico, o cherchez l´argent.
La ruptura con la Iglesia católica llevada a cabo por Lutero sirvió de pretexto a los príncipes alemanes para arrebatar los bienes eclesiásticos de las órdenes religiosas, parroquias, obispados…, en una palabra, desposeer a los católicos de todas las riquezas que tuviesen.

4.2 Origen de la descristianización de Europa

Este proceso de la negación del cristianismo en Europa viene de antiguo. Se inició en el Siglo de las Luces con la Ilustración y el Librepensamiento.

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La cuna de la Ilustración se encuentra en la Gran Bretaña del siglo XVIII. Sus ideas fueron acogidas con tanta aceptación y tanto entusiasmo en Francia que puede haber quien piense que este impulso ilustrado procede de aquí. Voltaire se encargó de difundir su admiración por la cultura y las tradiciones inglesas armando el cuerpo ideológico plasmado en el Enciclopedismo cuyos máximos representantes fueron Montesquieu, D’Alembert, Diderot, Buffon y tantos otros.

De forma general, las características de la Ilustración las podemos compilar en:
-Racionalismo
-Búsqueda de la Felicidad
-La bondad intrínseca del hombre
-El Optimismo
-El Laicismo.

Analicemos brevemente cada una de ellas

El racionalismo, lleva a conocer a las Naturaleza por medio de la razón. Es una especie de Deísmo que admite la existencia de Dios, pero que Él no está directamente involucrado en el mundo. Un deísta cree que Dios existe y que creó el mundo, pero que no interfiere en lo que ha creado.

Los deístas niegan la Trinidad, la inspiración de la Biblia, la divinidad de Cristo, los milagros y cualquier acto sobrenatural de la Redención o de la Salvación. El Deísmo describe a Dios como insensible y ajeno a los humanos.

La felicidad, no se encuentra en el mundo trascendente, sino en este, y a ella hay que tender sin preocupaciones espirituales, porque el hombre es bueno por naturaleza.

La bondad intrínseca del hombre, esta idealización del ser humano como esencialmente beatífico es propia de los ilustrados que creen que al hombre lo corrompe la Sociedad, sin tener en cuenta que esta se compone de hombres.

Para Rousseau el hombre es bueno por condición, y lo imagina en su estado primigenio como un ser incorrupto, justo y pacífico.
Estas ideas de bondad las plasma en su obra Emilio o de la educación, de la cual excluye a las mujeres ya que la educación de estas ha de ser encaminada a satisfacer a los hombres.

Bueno por naturaleza, dice, pero que, al vivir en sociedad, esa bondad original sufre una mutación que le hace que sienta placer al observar las desgracias de los demás, a pesar de la repugnancia que todo hombre experimentaría al hacer el mal.

Esta beatífica visión del hombre que propugna Rousseau se enfrenta con el libre albedrío que Dios otorgó al ser humano cuando lo creo y por el cual este puede decidir libremente entre el bien y el mal, ya que si estuviese condicionado por su naturaleza a obrar solamente de forma bondadosa o maligna se le habría negado la capacidad de elegir y, por lo tanto, de ser libre.

El optimismo es esa luz tan brillante que lleva al hombre ilustrado a imbuirse en un sentimiento de orgullo y superioridad. Deriva de la razón y radica en ella. Pero la luz no le ciega. La razón es el instrumento perfecto de progreso, aunque no omnipotente.

El laicismo es otro de sus puntos fuertes. Con él se propugna que no hay que contar con ideas religiosas para nada. Es la corriente que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y especialmente la del Estado, de toda influencia religiosa o eclesiástica como consecuencia de esa tendencia a borrar todo vestigio de cristianismo, sobre todo de catolicismo, que caracteriza a los pensadores de la Ilustración.

 

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