NUEVOS HOSPITALES PARA VIEJAS ENFERMEDADES
– Hospitales y la Iglesia desde la Edad Media –
José Jara
1. ENFERMEDADES QUE ESTIGMATIZAN: LA LEPRA.
2. HOSPITALES DE LA ÉPOCA CAROLINGIA.
3. HOSPITALES DE LAS ÓRDENES MILITARES HOSPITALARIAS.
4. LA PESTE NEGRA.
Breve Introducción.
Releyendo un libro sobre Historia de la Medicina (1), en el capítulo dedicado a La Iglesia y la Medicina en la Edad Media, se pueden encontrar las siguientes aseveraciones:
“Cuando Mondino de Luzzi publicó por primera vez el resultado de sus disecciones de cadáveres en 1316, la Iglesia Católica no se opuso”, y también “en contra de lo que se piensa, el gran Vesalio no fue condenado por la inquisición española”.
Siendo esto verdad, presentar la implicación de la Iglesia en ese tono únicamente negativo no es realmente una opción en absoluto neutral, ya que deja muchos aspectos de la labor de la Iglesia ocultos bajo un velo de ignorancia.
Afortunadamente, hoy en día podemos salir de esa ignorancia fácilmente, si realmente queremos saber toda la verdad, como veremos en el presente artículo.
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1. ENFERMEDADES QUE ESTIGMATIZAN: LA LEPRA.
Desde los remotos tiempos de la civilización sumeria y el imperio babilónico, se tenía asumido que algunas enfermedades por su carácter contagioso podían ser consideradas no sólo como un castigo de los dioses, sino como un signo de “impureza moral” de quien las padecía, ya que no sólo no se curaban con las prácticas de los habituales ritos purificadores, sino que podían afectar al resto de la sociedad.
Por ello, la solución que se había asumido para quien contraía estas enfermedades, de la que la lepra constituía el mayor exponente, era la exclusión social, el aislamiento del enfermo respecto a sus seres queridos, y la separación de su comunidad, de modo que estos enfermos debían ir, proclamando al grito de “¡impuro, impuro!”, su condición de enfermo, para advertir a sus coetáneos que debían apartarse de ellos si no querían correr el riesgo se ser contagiados.
Restos óseos con secuelas de la lepra.
De este modo, al sufrimiento corporal causado por las malolientes ulceraciones cutáneas, la progresiva y repugnante deformidad facial y, en los casos avanzados, la lastimosa amputación de los dedos de manos y pies, se unía un gran sufrimiento psicológico, el del rechazo social, lo que hacía de esta enfermedad una situación terriblemente temible.
Actitud de la Iglesia.
Frente a esto, según cuentan los Evangelios, Jesús de Nazaret opuso una actitud radicalmente contraria, favoreciendo la acogida de estos enfermos y curando a personas concretas, lo que debió de impactar fuertemente a los discípulos que le acompañaban y que fueron testigos directos de estos gestos, tan llenos de compasión y tan rompedores, con lo hasta ese momento asumido como normal.
No es de extrañar, por tanto, que ya desde principios del siglo XII cuando la lepra aparece en Europa como consecuencia de los grandes flujos de población entre Oriente y Occidente que estimulan las Cruzadas, surjan los primeros hospitales específicamente dedicados a cuidar a los enfermos de lepra, fruto de la implicación de monjes de diferentes órdenes religiosas.
Estos entramados hospitalarios, situados en las afueras de las ciudades se denominaron leproserías o lazaretos, y a los leprosos se les llamaba con frecuencia “enfermos de Dios” o “mártires de Cristo”, lo cual, como acertadamente señala Santiago Cantera en su obra «La acción social de la Iglesia en la Historia» (2), parece reflejar cómo la iglesia consiguió ir haciendo superar prejuicios sociales y adoptar actitudes de comprensión y caridad hacia estos enfermos.
2. HOSPITALES DE LA ÉPOCA CAROLINGIA.
Previamente, ya desde la época carolingia, los monasterios sobresalían por las actividades caritativas que en ellos se llevaban a cabo. Por ejemplo, en las disposiciones monásticas hispano-visigóticas, la regla de San Isidoro determinaba que una tercera parte de los ingresos fuera destinada a los pobres.
Un aspecto singular de la caridad monástica, además del reparto de limosnas o el reparto de comidas, fue el regalo de medicinas a los enfermos pobres, por lo que las boticas -en las que se elaboraban estos medicamentos- solían con frecuencia situarse cerca de la puerta de entrada al monasterio.
Todo esto nos hace ver que, a pesar de los escasos medios con los que contaban y el limitado cuidado que ofrecían, que actualmente nos puede parecer deficiente, con camas compartidas por dos o más enfermos y una mortalidad de un tercio de los ingresados, sin embargo, se estaba abriendo un camino en el que, de hecho, la asistencia ofrecida llegó a ser de mucha más calidad humana que la recibida posteriormente por los pacientes ingresados en los hospicios de Francia, durante el ya más cercano siglo XVIII, cuestión que merecerá ser tratada en otro artículo.
España visigótica.
Como contraste con lo anteriormente mencionado, en la España visigótica destacó el hospital fundado por el obispo Mausona, de Mérida, (fallecido en 506 d.C.) que estaba perfectamente equipado para su tiempo.
El personal estaba compuesto por médicos y enfermeros, quienes estaban encargados de de recorrer la ciudad y recoger a aquellas personas que necesitaban ser atendidas hospitalariamente, tanto cristianos como judíos.
Existían también normas destinadas a favorecer la buena alimentación y la preparación de los lechos, evitando el contagio de parásitos, así como, se aconsejaba a los médicos que tratasen a los pacientes con un trato personal que mantuviese la mejor calidad humana posible.
3. HOSPITALES DE LAS ÓRDENES MILITARES HOSPITALARIAS.
A pesar de la mala fama, que Walter Scott en su popular novela Ivanhoe, difundió sobre las órdenes de caballería, especialmente de los templarios, la realidad, al ser estudiada y contrastada por historiadores y especialistas en la Edad Media, resulta ser mucho más compleja.
Ciertamente las Cruzadas dieron lugar a un ambiente de fervor religioso que hoy en día nos resulta difícil de imaginar. En ese contexto, surgen las órdenes religiosas y militares hospitalarias, incorporando la novedad de la figura del monje soldado, ya que se veía necesario ofrecer protección a los peregrinos a Tierra Santa, frente a posibles agresiones externas y, a la vez, al objetivar que los peregrinos podían enfermar durante esos largos peregrinajes, aparecía la necesidad de posibilitarles cuidados y atención médica, más tarde sobre el terreno también se vio la necesidad de protegerlos con las armas.
La Fundación de algunas Órdenes de Caballería y su labor en los hospitales.
En ese contexto, la Orden de los Caballeros del Hospital de San Juan de Jerusalén, u Hospitalarios, se fundó en 1099. Así como adicionalmente, la Orden de los Caballeros del Templo de Salomón (Templarios) y la Orden de de San Lázaro, que se fundaron a principios del siglo XII, la de los Caballeros Teutónicos y la Orden del Santo Espíritu se crearon algo más tarde.
Estas son sólo las más conocidas de una larga serie de Órdenes unidas al desarrollo de las Cruzadas y de evolución posterior muy diversa (3).
Los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén.
Los Hospitalarios fueron víctimas de muchas epidemias, ocasionadas por los cruzados en su camino de vuelta hacia Europa, por tanto crearon hospitales, no sólo en Tierra Santa donde prestaron una importante labor asistencial durante las Cruzadas, siguiendo su labor que continuaron haciendo a vuelta en Europa abriendo nuevos hospitales, ya no de campaña, sino para atender a la población.
Los Caballeros de la Orden de Templo de Salomón.
Los Templarios, surge de una escisión de la Orden de los Hospitalarios de San Lázaro que decide tomar las armas, con el nuevo nombre de la Orden del Tempo de Salomón, cuyo carácter militar se acentuó progresivamente hasta tomar un gran poder, en detrimento de la labor asistencial, fueron finalmente disueltos por motivos de ambiciones económicas y de poder, por el monarca francés Felipe IV, presionando al Romano Pontífice, quien finalmente se prestó a declarar la disolución de la Orden con su correspondiente condena eclesiástica.
Caballeros Hospitalarios y Templarios
La Orden Teutónica.
Los Teutones, que comenzó como un hospital de campaña durante el asedio de Acre en la Tercera Cruzada, tuvieron un importante papel en el establecimiento de una asistencia médica regular en tierras germanas, pero finalmente, derivó hacia guerras de conquistas territoriales en lo que se denominaron las Cruzadas Bálticas.
Orden del Santo Espíritu.
Contrariamente a lo anterior, la aprobación papal de la Orden del Santo Espíritu condujo a la creación de nuevos hospitales en casi todas las ciudades europeas. Además de los viajeros y enfermos, estos religiosos atendían a parturientas, niños abandonados y huérfanos y también realizaban atención a domicilio, además de distribuir comidas a los indigentes de las ciudades.
Simultáneamente, se fundaron en Europa otros muchos hospitales de inspiración católica, pero casi nunca eran independientes de las municipalidades en donde estaban ubicados, a pesar de sus antecedentes monásticos, lo que limitaba sus iniciativas y los hacía depender económicamente de los concejos municipales de cada burgo o ciudad de acogida.
Como síntesis de toda esta tesitura de errático desarrollo histórico, se podría afirmar que, pese a las humanas contradicciones internas de algunas de estas Órdenes, la mayor parte de su labor asistencial y de protección a los peregrinos revistió un importante carácter de beneficencia que, previamente, se veía como algo imposible de alcanzar.
Templo del Gran Maestre de los Caballeros de Rodas.
Los Caballeros de Malta.
Los Caballeros de Malta, derivados de los antiguos Caballeros de Rodas, siguen vigentes en la actualidad y se dedican de lleno a actividades benéficas, incorporándose parte de ellos a una vida religiosa habitual.
4. LA PESTE NEGRA.
Llegamos así al año 1348, con la aparición por toda Europa de la epidemia llamada “Peste Negra”, debido a la presencia de ganglios que se gangrenaban, originando ese aspecto de coloración negra o parduzca que los hacía tan característicos de esta enfermedad.
A diferencia de epidemias anteriores, ésta se caracterizó desde el primer momento por su alto índice de contagiosidad y su rápida evolución, que llevaba a la muerte a un gran número de casos y que, por tanto, no se beneficiaba de posibles hospitalizaciones, donde el contagio hubiera sido aún más favorecido.
Se ha calculado que, como consecuencia de esta infección, la población europea disminuyó en una tercera parte, decreciendo temporalmente la epidemia, para reaparecer después a diferentes intervalos hasta finales del siglo XVII.
Testimonios y referencias de la época.
Del pánico masivo que se originó nos han quedado abundantes testimonios, siendo uno de ellos el que nos ofrece Boccaccio en su obra El Decamerón:
“La situación del pueblo era lastimosa. Enfermaban diariamente miles de personas que morían sin ser atendidas ni socorridas Muchos morían en mitad de la calle, otros en sus casas, sabiéndose que habían muerto por el hedor de sus cadáveres putrefactos. Los cementerios no eran bastantes para enterrar es ingente multitud de cadáveres, siendo preciso cavar centenares de fosas. ¿Cuántos hombres valientes, cuántas hermosas damas almorzaban con sus invitados alegremente para cenar aquella misma noche con sus antepasados en el otro mundo’?” (4).
En la región de la Toscana (Italia), las ciudades más afectadas fueron Florencia, donde fallecieron 3/5 partes de la población, y Siena, en la que se produjeron 80.000 víctimas.
El triunfo de la muerte, oleo de Peter Brueghel.
San Bernardo Tolomei.
Entre los que se atrevieron a atender a estos enfermos destacó San Bernardo Tolomei, fundador de la Congregación de monjes Olivetanos. Durante cuatro meses él y sus religiosos se entregaron de lleno a la tarea de confortar a los apestados, alentar a las familias de éstos y ayudar a los moribundos.
En pocos días murieron 20 monjes por contagio entre los que se encontró el propio Bernardo Tolomei. Con los que fallecieron posteriormente, se ha contabilizado un total de 80 monjes muertos en este frente de la caridad.
Durante esta época, en la que muchos huían de las ciudades al campo, entre ellos el propio Giovanni Boccaccio, buscando seguridad, estos religiosos prefirieron salir de sus conventos en el campo para meterse en la boca del lobo acudiendo a las ciudades contagiadas mientras afirmaban:
“Es hermoso morir por amor de Dios y al servicio de los hermanos” (5)
Lo que es testimonio que demuestra el espíritu de ayuda al prójimo que tenían interiorizado ante la adversidad.
San Luis Gonzaga.
Más adelante, en 1591, San Luis Gonzaga llevado de su caridad para con el prójimo, aceptó atender a las pobres víctimas de la peste que asolaba Roma una vez más en aquella época.
Sin embargo, poco tiempo pasó para que él mismo fuera contagiado, muriendo después de tres meses de intensa fiebre a los 23 años de edad. Este nuevo brote epidémico segó la vida de treinta mil personas.
Los religiosos de distintas órdenes -que corrieron a atenderles- lo hacían en los hospitales, en las casas privadas y en las calles. Veinticinco religiosos jóvenes dieron su vida por ellos en esta ocasión (6).
En nuestros días.
Actualmente, la pandemia del Covid-19 ha vuelto a poner de relieve la necesidad de posibilitar el acceso del pueblo cristiano a los sacramentos -en tan dolorosas situaciones- y ofertar ayuda, tanto material como afectiva, a los enfermos y familiares de éstos, como se vio especialmente en la labor de los sacerdotes de los hospitales desbordados, sirviendo de conexión entre las familias, en una tarea diaria e incansable, al servicio de cada necesidad, haciendo compañía a pacientes aislados, en el último momento de su vida, supliendo la ausencia de personas queridas, consolando a todos, fortaleciendo a los sanitarios en su agotadora labor, aún sabiendo que el riesgo de contagio que suponía para ellos si no pudiesen burlar las habituales medidas de prevención. (7)
Recordemos el alto número de sanitarios infectados, así como, que también murieron sacerdotes en las primeras olas de la pandemia. Para quien ve los toros únicamente desde la barrera, (utilizando un símil taurino), la implicación de los sacerdotes ha podido ser calificada de “comportamiento adolescente”, etiquetándola como una falta de responsabilidad, pero ¿es de verdad más elogiable esa actitud de aferrarse a la propia seguridad, frente a la actitud de socorrer también espiritualmente a los que lo necesitan, aún corriendo riesgos?
Cada uno debería poder responder en su interior a esta pregunta, que nos lleva a recordar las palabras de Jesús:
“Este es mi precepto: Que os améis los unos a los otros,
nadie tiene un amor mayor que este de dar la vida por sus amigos”
(Juan 15,12-13).
Con este artículo recordamos a todos y cada uno de ellos, tanto a lo largo de la historia como en el momento presente, por su labor y coraje que han aportado a la humanidad y así han de ser recordados para la posteridad.
Autor: José Jara
REFERENCIAS:
1.- JN Fabián, Ph Bercovici. La increíble Historia de la Medicina. Norma Editorial. Barcelona 2020.
2.- Santiago Cantera. La acción social de la Iglesia en la Historia. Digital Rehaznos. Madrid, 2016.
3.- AS Lyons, J Petrucelli. Historia de la Medicina. Doyma Libros SA. Barcelona 1994. p 338- 345.
4.- Boccaccio. El Decamerón. (citado en Alberto García Valdés. Historia de la Medicina. Heriwalds Art Studio SL. Madrid, 2010. p 197)
5.- Op cit. Santiago Cantera. La acción social de la Iglesia en la Historia. p 55-57.
6.- Juan María Laboa. Atlas histórico de la caridad. Edibesa. Madrid, 2014. p 146-152
7- ¿Qué hacen los curas? 11/4/2020 El Confidencial Digital https://www.elconfidencialdigital.com/blog/jose-apezarena/que-hacen-los-curas/20200410194406142697.html