Autor: José Jara

Médico. Ex-Profesor de Bioética y de Historia de la Medicina en la Universidad Francisco de Vitoria

CONTENIDO 

1 – Introducción 

2 – Valor de la vida en la cultura greco-romana 

3 – Infanticidio en la actualidad 

4 – Implicación de la Iglesia

 

1 – Introducción 

Entre los hechos poco conocidos de la historia del Imperio Romano se encuentra la práctica común del infanticidio, que hoy en día nos parece abominable pero que, durante siglos, fue una costumbre totalmente asumida por el Derecho romano que atribuía a la patria potestad en la figura del “pater familias” un poder de decisión omnímodo sobre la vida de sus hijos, lo que incluía la posible venta de los niños concebidos dentro del matrimonio y el abandono de los mismos (dando lugar al concepto de “expósitos”). Muchos de estos niños abandonados solían acabar en la esclavitud, el amancebamiento, la pederastia o la prostitución y, aunque esta infame práctica creemos que ha desaparecido a lo largo de la historia, su persistencia parece seguir existiendo en ambientes marginales de algunas culturas asiáticas y está siendo reivindicada, asombrosamente, por algunos especialistas en bioética desde ámbitos académicos aún en nuestros días

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Fig 1 http://casaguadalupe.es/wp/wp-content/uploads/2016/01/Escultura-de-Martin-Hudacek-1024×611.jpg

 

2 – Valor de la vida en la cultura greco-romana

El desprecio sobre la vida humana en la fase inicial de su desarrollo ciertamente no fue ideado por los habitantes de la península itálica, sino que tenía antecedentes bien definidos en la cultura heredada de la Grecia clásica de la que Roma llegó a ser una gran admiradora. El paradigma de la mentalidad eugenésica sobre los neonatos parece proceder inicialmente de Esparta, donde a los recién nacidos con algún defecto físico o con una complexión insuficiente (nacidos de bajo peso, posiblemente entre ellos) a los que no se suponía aptos para el uso de las armas, se los asesinaba inmediatamente arrojándolos desde la ladera del monte Taigeto. Asimismo, tal como recoge Guillermo Buhigas en su excelente texto Eugenesia y Eutanasia [1], Platón llevó incluso a proponer en su obra la República (volumen 5) que se asesinara a los hijos de ciudadanos de poco mérito social y a todos los nacidos fruto de relaciones previas a la edad en la que estaba permitido procrear. Aristóteles, de modo similar, proponía el aborto de los engendrados en las mujeres que ya hubiesen dado a luz el número de hijos asignados por la ley.

No es de extrañar, por tanto, que, en las Doce Tablas de la ley romana, que se aceptaron como fuente inicial del Derecho en Roma hacia el siglo V a.C., veamos que ya en ese texto se recoge la aprobación jurídica de matar al niño que naciera con malformaciones recordando la máxima de Plutarco al recordar las costumbres de los espartanos: “Dejar con vida a un ser que no sea sano y fuerte desde el principio no resulta beneficioso ni para el Estado ni para el individuo mismo “.

 

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                                                                                                                                        Fig 2.  Abandono de Rómulo y Remo

 

https://www.ancient-origins.es/sites/default/files/Abandono-Romulo-y-Remo.jpg

 

 

Esta legislación se mantuvo como referencia jurídica, tal como señala Marco Tulio Cicerón en su obra De Legibus, durante varios siglos, incluyendo la época posterior a la presencia de Nuestro Señor Jesucristo y a la difusión de sus enseñanzas en Roma a través de los apóstoles durante los años en los que el cristianismo era visto como una religión con unos preceptos extraños, que chocaban con la difundida amoralidad del pueblo y sus dirigentes. Por eso, con total impunidad, Séneca (4 a C – 65 d. C), preceptor y consejero de Nerón, pudo escribir “Exterminamos a los perros rabiosos, matamos a los toros indomables, degollamos a las ovejas enfermas por temor a que contagien al rebaño, asfixiamos a los fetos monstruosos y hasta ahogamos a los niños si son débiles o deformes. Parece razonable, por tanto, separar a los individuos sanos de aquellos que pueden corromperlos” (LA Séneca. De la ira. XV).

Como muestra de la insensibilidad hacia estos niños en la antigüedad, en los desagües romanos se han encontrado restos de huesos procedentes de neonatos como su fueran parte de la basura allí arrojada. Según G Buhigas, una de las formas más comunes para perpetrar estos infanticidios era untar el seno de las madres con residuos de opio. Se provocaba así una muerte dulce, de modo similar a la forma en que se realizan hoy las eutanasias en enfermos supuestamente incurables.

 

3 – Infanticidio en la actualidad 

¿Es, por tanto, el infanticidio algo que, afortunadamente pertenece al pasado y que la civilización ha logrado que quede en un rincón de la Historia? Desgraciadamente, no parece que sea esa la realidad. Cuando los primeros jesuitas, con Mateo Ricci entre ellos, llegaron a China a finales del siglo XVI quedaron impresionados con la extensión de la prostitución entre las poblaciones locales, la corrupción de sus funcionarios y, sobre todo, con los infanticidios masivos. En pleno siglo XIX el misionero recientemente canonizado San Giovanni Freinademetz describió que “los chinos tienen costumbre de abandonar el propio hijo o simplemente intercambiarlo o venderlo. Uno de nuestros mejores cristianos, antes de su conversión, había matado a su hija arrojándola contra piedras simplemente porque lloraba demasiado”[2]. En otro de sus escritos este misionero contaba que las monjas católicas habían recogido en sus orfanatos más de mil niños que sus padres regalaban o vendían a un bajo precio.

En 1899 Jean Jacques Matignon, oficial médico francés, recordaba que un número sin especificar de chinos asesinan a sus propias hijas: “En China la superstición juega un rol clave: los ojos, la nariz, la lengua, la boca, el cerebro de los niños son considerados como materia dotada de gran poder terapéutico. Por ello, después del parto, si la mujer cae enferma, para congraciarse con los espíritus, las niñas o en ciertos casos los niños son eliminados tirándolos en una caja de desechos donde el polvo y las inmundicias no tardan en obstruirles las vías respiratorias[3].

Recientemente, con la instauración del comunismo en el continente asiático y las políticas del hijo único como control de la natalidad, la situación puede no haber mejorado todo lo que sería esperable. Simplemente, los infanticidios se han cambiado por la imposición de abortos forzados, esterilizaciones en masa y, en último extremo, la reintroducción de los asesinatos en serie de neonatos. Como es sabido, hasta hace poco, ya en el siglo XX, los matrimonios residentes en ciudades solo podían tener un hijo y los que vivían en entornos rurales, dos; siendo obligados a abortar si no lo cumplían. Desde 1979, con la puesta en práctica de brutales medidas represivas por este motivo, se dio lugar a que muchas mujeres chinas, con el miedo a ser descubiertas tras quedarse embarazadas, abandonaran y mataran a sus propios hijos. Aunque estas medidas del gobierno de la República Popular China se han suavizado actualmente, el porcentaje de niñas asesinadas es mucho mayor que el de niños especialmente en zonas rurales, ya que, cuando el segundo o tercer hijo es otra niña, se considera una desgracia para la familia, que debe asumir costes de dotes referentes al futuro matrimonio y no recibirá la ayuda que un hijo varón puede aportar con su trabajo físico. En la imagen que acompaña este artículo puede verse un bebé recién nacido abandonado en plena calle y la indiferencia de la gente al pasar a su lado. (Fig. 3).

Exposición (niño) - Wikipedia, la enciclopedia libre
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Fig 3. Abandono de neonatos en el siglo XX

4 – Implicación de la Iglesia

Al igual que en el caso del aborto, hasta el siglo IV d.C. no había ningún hecho punible en el infanticidio. Como ya se ha comentado, el «pater familias» tenía poder decisorio sobre la vida y la muerte de los que dependían de él. Pocos filósofos alzaron su voz contra esta práctica y aunque existían leyes generales contra el asesinato, que podrían aplicarse a los niños, esto no se hacía. Esa situación cambió drásticamente en el siglo IV con la llegada al poder de Constantino, quien autorizó la práctica del cristianismo a partir del Edicto de Milán en 313 d.C. acabando con las persecuciones y permitiendo que la nueva moral propuesta por los cristianos se plasmara en nuevas legislaciones. Se posibilitaba así la protección de los derechos de los más débiles. Concretamente, de modo similar a la lo que sucedió con la esclavitud, la tortura institucional, la prostitución infantil y otros temas  que mostraban la crueldad de la legislación romana y la depravación de sus costumbres, a partir del año 318 el asesinato de los recién nacidos se asimiló al crimen de parricidio tal como se recoge en el Codex Theodosianus 9,15,1) y, más adelante, en el año 374 otra ley promulgada por el emperador cristiano Valentiniano I, estableció que el castigo del infanticidio se equipararía al de cualquier otro tipo de homicidio [4].

Este cambio de mentalidad fue posible gracias al influjo del cristianismo que, ya en la Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, obra redactada en el siglo I como síntesis doctrinal y ritual para las comunidades cristianas, ya incluye el rechazo expreso al asesinato de niños y al aborto, aún en los casos de niños concebidos en relaciones extramatrimoniales: “No harás abortar a la criatura engendrada en la orgía y, después de nacida, no la harás morir.” Todos los padres de la Iglesia adoptaron esta regla moral. Así, Tertuliano en el capítulo IX de su Apologética dictaminaba “A nosotros no nos es lícito matar hombres ni niños, ni desatar aquellas sangres que en el embrión se condensan. La ley que nos prohíbe el homicidio nos manda no descomponer en el vientre de la madre las primeras líneas con que la sangre dibuja la organización del hombre, por lo que impedir el nacimiento es visto como un homicidio anticipado”. Entre otros textos que inciden en esta misma idea destacamos los escritos de San Justino Mártir, quien, recogiendo la tradición bíblica, condenaba el aborto y el infanticidio (en sintonía con las ideas del filósofo judío Filón de Alejandría) aduciendo que “abandonar niños es un acto propio de hombres depravados y asesinos” y denunciando cómo la práctica de abandonar a los niños a los perros o ahogar a los recién nacidos era algo común entre los paganos. Afortunadamente, la profunda reflexión moral que aportó el cristianismo desde sus inicios fue capaz de lograr una conversión del corazón en cada vez más amplios sectores de la sociedad de su tiempo hasta lograr el rechazo generalizado a lo que antes se veía como una práctica socialmente aceptada.

Finalmente, por todo lo mencionado, parecería que, al menos nuestra sociedad occidental habría rechazado completamente el infanticidio considerándolo una práctica detestable. Sin embargo, en las últimas décadas el valor de la vida neonatal está volviendo a ser objeto de debate, lo que se ha visto propiciado desde que se abrió la puerta a la aceptación del aborto. Así, en 2012 la revista de impacto Journal of Medical Ethics publicaba un artículo [5] en el que sus autores equiparaban la decisión de abortar durante el embarazo a posibilidades de rechazo ante el neonato que pueden aparecer después del nacimiento, debido a un daño cerebral por sufrimiento durante el parto o por la aparición de anomalías en el bebé no detectadas previamente. Para estos casos, los autores del artículo mostraban como solución la aceptación del infanticidio. La idea, que en un principio puede parecer descabellada está desgraciadamente en sintonía con el protocolo Groningen de Holanda que ofrece ya la posibilidad de eutanasias a niños nacidos con espina bífida, alteración congénita que les hace portadores de diferentes discapacidades. En la mayoría de los países de nuestro entorno estos niños son tratados llegando a la edad adulta aceptando sus limitaciones y algunos incluso pueden ser tratados quirúrgicamente intraútero lográndose su resolución completa, pero, como vemos, la cultura de la muerte puede y quiere seguir extendiéndose más allá de las cloacas de la historia llegando hasta nuestros días.  Esperemos poder impedirlo como hicieron los primeros cristianos.

[1] G Buhigas. Eugenesia y Eutanasia. Ed Sekotia. Madrid. 2009

 

[2] Citado en: Sepp Hollweck. Il cinese dal Tirolo (El chino del Tirol). Athesia, 2003 (http://www.ilfoglio.it/soloqui/3051)

 

[3]  JJ Matignon. Superstition, crime e misére en Chine. 1902, Lyon, Storck. Citado en  http://www.ilfoglio.it/soloqui/3051)

 

[4] MA Rodriguez de la Peña. Ponencia El infanticidio en el mundo antiguo y medieval. II Congreso Nacional de Bioética. 13-15 febrero 2019.

 

[5] A Giubilini, F Minerva. Alter-birth abortion: why should the baby live? Journal of Medical Ethics. 2013; 39. 261-263.

 

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