En septiembre de 2019, se ha cumplido el octavo centenario de un hecho extraordinario: la entrevista que mantuvo, en el marco de la quinta Cruzada, San Francisco de Asís con el sultán de Egipto Al Malik Al Kamel, en Damieta, en el Delta del Nilo, a unos 200 kilómetros al norte de El Cairo. Aprovechando la tregua de armas vigente en ese momento entre los cruzados y el Sultán, el Poverello quiso poner paz – con escaso éxito- entre los ejércitos enfrentados de cruzados y musulmanes, iniciando un diálogo entre dos religiones en permanente guerra santa.
El contexto de tal encuentro fue la quinta Cruzada, en la que los ejércitos cristianos trataban de arrebatar a Al Malik Al Kamel el puerto de Damieta, para poder canjearlo por Jerusalén, perdida ante Saladino, tío del propio Sultán de Egipto. Sin embargo, tras la conquista de Damieta, presa muy apetecida por los cruzados y que parecía abrir el camino a la conquista de Egipto, aquellos olvidaron sus propósitos iniciales de recuperar la Ciudad Santa. Al final, ni conquistaron Egipto, perdiendo Damieta, ni volvieron a recuperar Jerusalén. Al cabo de dos siglos de continuas luchas intestinas entre los cruzados, estos terminarían siendo expulsados hasta el día de hoy de Siria y Palestina.
Y, sin embargo, lo que no consiguieron las armas, lo consiguió el diálogo interreligioso iniciado por el Santo de Asís. Durante estos ocho siglos, ha prevalecido la custodia franciscana de Tierra Santa, fruto de la regla franciscana de 1221, que establece que “no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos». Es decir, los hermanos menores franciscanos estaban llamados a vivir entre musulmanes, pero no al margen de ellos, dando testimonio de vida cristiana.
Ese es el mejor fruto de un encuentro que los contemporáneos de San Francisco percibieron como un fracaso, puesto que la guerra continuó, una vez expirada la tregua. De hecho, ni siquiera el legado papal, el cardenal Pelagio, se mostró favorable a la iniciativa del Santo.
San Francisco de Asís desembarcó con sus hermanos en el puerto de Acre y se dirigió junto con fray Iluminado de Rieti al encuentro del Sultán. La Corte de este tampoco era propicia a la entrevista, pero Al Malik Al Kamel, pese a la oposición de sus dignatarios, recibió a San Francisco con cortesía y numerosos regalos, que aquel rechazó haciendo valer su voto de pobreza, gesto que agradó sobremanera al musulmán.
El Santo de Asís quiso someterse a la prueba del fuego ante unos clérigos musulmanes, para probar la superioridad del Cristianismo frente al islam, pero el Sultán no lo consintió. Lo que sí hubo fue un diálogo entre los franciscanos y musulmanes sobre sus respectivas creencias. No hubo una conversión ni en un sentido ni en otro. Pero el fruto más visible fue el que, por primera vez – al menos que se tenga constancia, y a ese nivel-, hablaban las ideas y no las armas.
No lo vieron así en el campamento cristiano, a donde llegaron San Francisco de Asís y fray Iluminado de Rieti, escoltados por la guardia del Sultán, pero quedó plantada su semilla, cuyos frutos aún perduran al cabo de ocho siglos de presencia franciscana en Tierra Santa.
Para el Poverello, que aún habría de permanecer en aquellas tierras hasta 1220, año en que regresó a Italia, la entrevista con un príncipe musulmán suponía franquear la tercera barrera en su camino a la santidad. Los dos primeros fueron el beso a un leproso, justo antes de reconstruir con su comunidad la iglesia de San Damián, y el compartir comida con unos bandidos.
Jesús Caraballo