Dentro del contexto de guerra anglo-española (1585-1604), la reina Isabel I de Inglaterra ordenó la organización de una flota de conquista de Puerto Rico al mando de Francis Drake y John Hawkins. Como en muchas de las empresas de esta época organizadas por el reino de Inglaterra, los objetivos no estaban bien definidos, se trataba en general de conseguir un máximo de botín y si se terciaba, alguna ventaja territorial.
La flota de Drake estaba compuesta por 6 galeones y 22 navíos auxiliares. Drake era un buen marino y un hábil corsario, pero como ya había demostrado en el fracaso de la contraarmada de 1589, como organizador de flotas complejas dejaba mucho que desear, todo ello complicado con la falta de órdenes y objetivos bien definidos. Como buen corsario, lo primero que se le ocurrió fue atacar las Islas Canarias, en concreto Las Palmas, con el objetivo de obtener avituallamiento gratuito. Allí no solo fue rechazado por una fuerza de apenas 1.000 hombres, la mayoría civiles, sino lo que fue más grave, se perdió la ventaja de la sorpresa. El Imperio Español había ya organizado un servicio de naves rápidas (avisos) que comunicaban con eficacia ambos lados del Atlántico, y desde Canarias se enviaron correos a la Corte madrileña y a las provincias americanas.
Como consecuencia de ello, cuando Drake desembarcó en la isla de Puerto Rico el 22 de noviembre de 1595, el defensor de la plaza, el gobernador Pedro Suárez Coronel, ya estaba al corriente de lo que se le venía encima y organizó el conveniente recibimiento.
Estamos hablando de finales del siglo XVI y las imponentes defensas que hoy podemos observar a la entrada de la bahía de San Juan no existían. Solo había blocaos improvisados, seis fragatas, 1.200 hombres y mucha voluntad. Por la parte atacante, seis galeones, 22 naves de diverso tipo, 2.500 hombres y mucha soberbia.
Tanto fue la imprudencia de Drake que situó a su nave almirante al alcance de los cañones de los españoles y encima organizó una reunión invitando a muchos de los oficiales que le acompañaban. Pedro Suárez organizó con acierto el fuego de sus cañones y acertó de lleno al buque donde se encontraba Drake y Hawkins con resultado de la muerte de este último.
Después de tres meses de fracasos de similar calibre, Drake tuvo que abandonar el asedio y, como buen corsario intentó, otro ataque en tierra firme. Pero su estrella se había acabado. Murió de disentería frente a las costas de Portobelo.
Esta derrota tuvo importantes consecuencias y contribuyeron a que se firmara la paz con el tratado de Londres de 1604 en condiciones bastante favorables a los intereses del Imperio Español. Durante las siguientes décadas no fueron los buques ingleses los que se enfrentaron a los nuestros, si no los holandeses, que llegaron a ser realmente un quebradero de cabeza no solo en el Atlántico, sino incluso, en las lejanas islas de Sumatra.
Manuel de Francisco
Fuentes: