La Historia nos ofrece momentos realmente llamativos, cuando no curiosos. Si nuestro personaje hubiese cumplido con su principal misión como mujer en el Medioevo, o sea, darle un hijo a su entonces marido Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, con total seguridad la historia de España habría sido absolutamente diferente, e incluso los Reyes Católicos no habrían ni configurado la total Reconquista, ni tan siquiera hubiesen existido. Sin embargo, retrotrayéndonos, Urraca no proporcionó heredero alguno a su entonces esposo, empero su demostrada fertilidad, dentro y fuera del matrimonio.

Urraca fue hija de un rey moteado como el Bravo, Alfonso de León, si bien esa bravura tanto se podría referir a su fortaleza marital, cinco esposas y Dios sabe cuántas concubinas y amantes, como a su espíritu luchador en contra de las hordas musulmanas. Sea como sea, lo cierto es que Urraca, hija de su matrimonio con Constanza de Borgoña, llegó a convertirse en reina de Castilla y León con pleno derecho. Una reina mujer que ha pasado a la historia como Urraca la Temeraria, seguramente por haber reunido en ella el vigor y el espíritu de lucha de su padre el Bravo. Casada con doce años con Raimundo de Borgoña, de cuya unión nació el futuro Alfonso VII, al haber enviudado su padre la hizo proclamar futura reina de Castilla y León en el Alcázar de Toledo.

Y a continuación, el Bravo rey la casó con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, todo un personaje. Una boda que no satisfizo ni a la nobleza castellana ni a la propia Urraca. Las capitulaciones matrimoniales establecían que de existir heredero este recibiría todos los reinos cristianos, dejando fuera de la sucesión al hijo de Urraca con el conde de Borgoña, lo cual no agradaba en modo alguno a la Temeraria. Lo cierto es que las desavenencias y discrepancias entre los cónyuges reales se hicieron constantes, llegando la reina a quejarse por escrito de los malos tratos de hecho y de palabra que recibía del Batallador, el cual no comprendía cómo, madre de dos hijos en su anterior matrimonio, no lograba engendrar su esposa hijo alguno. El momento crítico llegó cuando Urraca, sin aviso previo, ordenó liberar a unos rehenes musulmanes que Alfonso reservaba para futuros acuerdos con el moro. Su enfado fue de los que hacen época. No solamente la golpeó personalmente sino que la encerró en el castillo de El Castellar, del cual pudo escapar.

Refugiada Urraca en Burgos y luego en Segovia, perseguida por su esposo, nos encontramos con una verdadera guerra civil, con la baja nobleza castellana y leonesa apoyando al rey aragonés, mientras la alta nobleza y la prelatura lo hacía a favor de la reina castellana. Lo cierto es que Alfonso I penetró en Castilla con un poderoso ejército y arrasó cuanto encontró a su paso, hasta llegar a Candespina, en donde se había retirado Urraca, después de haber huido del convento de Sahagún, saqueado por el rey aragonés. La derrota de las fuerzas castellanas en Candespina fue absoluta, llamando la atención la participación con las victoriosas aragonesas de las del conde de Portugal, es decir, de Teresa, la hermana de Urraca, ambiciosa de lograr la independencia del reino de Portugal, no ajustado en aquel tiempo a las actuales fronteras.

Sin embargo, se produce otro hecho llamativo, de los que jalonan la vida de Urraca. Alfonso decide reconciliarse con Urraca, pedir la nulidad de su matrimonio y renunciar a sus pretensiones territoriales, esto último desbaratando las aspiraciones de Teresa de Portugal. Lograda la nulidad, Urraca decide reinar en solitario en Castilla, aunque, siguiendo la tradición paterna, con la asistencia de privados como el conde Pedro González de Lara, de quien tuvo dos hijos.

Y llegamos a otro acontecimiento llamativo y por demás inusual en el Medioevo. Enfrentada al obispo de Santiago, al rebelde Diego Gelmirez y también al recalcitrante conde Traba, puso cerco a la ciudad de Santiago de Compostela. Reunidos ambos bandos en el palacio episcopal para intentar llegar a un acuerdo, el populacho se amotina, sorprende a la Reina, la cual es golpeada, humillada e incluso arrojada a un lodazal en donde, se dice, fue desnudada a tirones e incluso tuvo que soportar un intento de lapidación, sin que ni el conde ni el obispo hiciesen nada en su defensa, salvo que, este, «transido de dolor, pasó de largo», o al menos eso relata el cronista Jerónimo de Zurita.

Escapada, milagrosamente, de la enfurecida turba, se tomó su pertinente revancha. Recuperado el mando de su ejército, asaltó y pasó a cuchillo a la población de Santiago, aunque ello no significó el final de sus contiendas con el conde de Traba. Por fin, en 1117 firmó el pacto de Tambre en cuya virtud su hijo Alfonso llegó a convertirse en rey de Galicia y de Toledo, garantizándose como sucesor de su madre el reino de Castilla y de León.

Urraca, la reina Temeraria, fiel a su genética paterna, falleció en 1126 durante el parto de su tercer hijo del privado Pedro González de Lara. Tenía a la sazón 45 años y, cual había solicitado, fue enterrada en el Panteón real de san Isidro de León.

Una reina que a lo largo de toda su vida intentó hacerse respetar por sus súbditos y que al sentirse desobedecida gritaba: «¡El rey soy yo!», llegando a titularse Totius Hispaniae Regina, o sea, Reina de Toda España. Una verdadera adelantada en la defensa del feminismo.

Francisco Gilet.

Bibliografía:
SALAZAR Y ACHA, Jaime de (2006). «Urraca. Un nombre egregio en la onomástica altomedieval». En la España medieval».
ARCO Y GARAY, Ricardo del (1954). Sepulcros de la Casa Real de Castilla.
PALLARES, M.ª del Carmen; PORTELA, Ermelindo (2006). La reina Urraca.

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