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        ALGUNOS SANTOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA 

        ALGUNOS SANTOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA 

         

        ALGUNOS SANTOS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA  

        Primera parte 

         

        Miguel Ángel López Zabaleta 

        Ingeniero Industrial 

         

        Preámbulo.

        En nuestra sección de Iglesia y Civilización tratamos de reivindicar las aportaciones que la Iglesia Católica ha hecho a nuestra sociedad a lo largo de su historia, su actividad y su ejemplo han contribuido, de modo determinante, a conformar la civilización occidental tal y como la conocemos hoy. 

        Sus aportaciones han sido importantes en prácticamente todos los campos de la actividad humana: en el campo científico, en el arte, en la economía, en la justicia, en la educación y en tantos otros; pero quizá, para los católicos, lo más valioso nos lo han legado los santos con su fe, su amor a Jesús, su entrega a los demás, su coherencia de vida. Sin duda son el más grande tesoro que tenemos, ejemplos a seguir ya que todos ellos fueron, ni más ni menos, que imitadores de Jesús. 

        Miguel Ángel López Zabaleta hace un recorrido por las historia, destacando solamente a algunos de ellos, como muestra de lo que han supuesto, no sólo para la Iglesia, sino también para la historia de la humanidad. 

          1.- Introducción. 

        En este artículo no hablaré de María, porque ella estaba llena de gracia, y se le aplicaron las gracias de la redención en su concepción; subió a los cielos después de su “dormición” en cuerpo y alma. Se le da culto de hiperdulía, esto es no se le adora, aunque se le da un culto a un nivel superior al de dulía, que es el que se da a los otros santos y a los ángeles. 

        «El Señor Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia».

        Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos:

        «La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos».

        Mateo 9, 35-38. 

        El más grande santo, después de María, en toda la historia de la salvación, es San José, por ser el padre virginal de Jesús, único caso de esta paternidad, asignada por los Sumos Pontífices. Más que padre adoptivo, pues es esposo de su madre; pero más que padre nutricio, pues no hubo padre biológico. Fue justo, trabajador, puro, casto y virgen. 

        (Queda evidente que la Iglesia no toma el modelo de patriarcado, a diferencia del modelo anterior para los judíos de patriarca y sus dinastías, sino que funda sus principios sobre el Hijo de Dios con María la Virgen y es a ella a quien la dignifica en su faceta de madre, siendo San José un ejemplo de humildad y abnegación en cumplir el propósito divino que Dios le encomienda).

        El gran ejemplo de San José Obrero.

        Como patrón de la Iglesia, el patrón de las órdenes religiosas, a él puedes acudir cuando no sepas a qué santo tienes que encomendar alguna causa. Una gran virtud en San José fue la humildad y su discreción, no se le hace casi referencia en los Evangelios, ni aparece ninguna palabra pronunciada por él, en los Evangelios. Cuando se hace mención del Señor Jesús, en algún Evangelio, se dice de Él: “El hijo del carpintero”.

        Su alma de San José está en el cielo. Y en la resurrección de la carne, ocupará un puesto regio en los cielos, existiendo notables teólogos que opinan que ya se anticipó su resurrección y glorificación.   

        Se observa, que en los primeros 4 siglos de la Iglesia casi no se hace referencia a él, no fue hasta mucho después, que se le dio un culto creciente. Santa Teresa de Jesús, lo encumbró. Y el Concilio Vaticano II, encomendado a San José, determinó que, poco después del Concilio, fuese introducido en uno de los Cánones de la Misa. ¡Qué ejemplo de humildad! 

        El Señor Jesús, durante sus tres años de vida pública, hizo una labor de la extensión del Reino, de forma extraordinaria; haciendo milagros de todo género: curando enfermos, paralíticos, cojos, ciegos, mudos, leprosos, sordos, resucitando muertos… Y, fue tal su actividad, que quedaba agotado después de más de 12 horas diarias de apostolado; pero después subía a las montañas, mientras descansaban sus discípulos, para dedicarse a orar con su Padre celestial. Es impresionante la vida de oración del Señor Jesús.

        Un ejemplo, de lo anterior, es cuando pasa toda la noche en una montaña, y baja después para elegir a los 12 Apóstoles. Y la oración más significativa fue la que realizó en el Huerto de los Olivos, Getsemaní, en su agonía, que los 4 Evangelios narran, pero San Lucas, es el más explícito; a los apóstoles pesaban los ojos y dormían, de tanto apostolado que hacían.

        Entre los discípulos más directos del Señor Jesús tenía muy cerca a Pedro, Santiago y Juan, los demás discípulos, estaban más alejados.

        Mientras Él estaba en oración con el Padre, sudando gotas de sangre (hematidrosis) que rodaban en la tierra, fue a despertarlos hasta tres veces a los discípulos que estaban a un tiro de piedra; los tres discípulos queridos: Pedro, Santiago y Juan (éste en algunas ocasiones se recostaba en su pecho); y les dijo: «Velad y orad para no caer en tentación«, pero se volvieron a dormir (estaban agotados de tanto apostolado). San Lucas narra cómo el Señor Jesús, postrado ante su Padre, repitiéndole:

        «Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya«.

        No podemos imaginarnos el grado de oración que tenía Jesús con su Padre. Porque llegó a sufrir, como dijimos hematidrosis, o sudor de sangre, que la Medicina aclara que es producida por un máximo estrés. Estaba totalmente abatido, al conocer todos los pecados cometidos desde Adán y Eva, hasta el final de los tiempos, y ver a algunos querer destruir su Reino.

        Jesús, que vino a rescatarnos de las consecuencias del Pecado Original, padeciendo su pasión terrible, y finalmente siendo crucificado, y muriendo de dolor, falta de respiración, desangrado y totalmente agotado. Sin embargo, una de sus siete palabras en la Cruz fue:

        «Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen«. 

        Es impresionante la capacidad humana del Señor Jesús, quizá por ello se preparó pasando, antes de iniciar su vida apostólica, 40 días y noches en el desierto -como hombre se fortaleció, como Dios no lo necesitaba- y luego fueron los 3 años inasequibles al desaliento, al agotamiento, muchas veces sin comer. 

        No podemos olvidar el más grande de los milagros del Señor Jesús: Su resurrección, fue vista por muy pocos, los doce apóstoles, y algunos discípulos y mujeres.

        San Pablo narra en la 1ª epístola a los Corintios que se apareció a 500 personas.

        Así fundó la Iglesia, que ahora, después de XXI siglos, comienza una nueva Evangelización.

        La naturalidad es propia de las obras apostólicas del Señor Jesús.

        Nunca ha habido ningún Santo en los XXI siglos del cristianismo, que haya vivido tan intensamente su vida apostólica, como Jesucristo; ni lo habrá. 

        2.- Contemporáneos con el Señor Jesús.  

        El Primero todos los Apóstoles: San Pedro, Petrus, es la Piedra, la cabeza de la Iglesia; una vez recibido el Espíritu Santo en el Cenáculo, después de la Ascensión del Señor Jesús a los Cielos; salió a predicar con San Juan, el Evangelio, y como era la Festividad de Pentecostés, había judíos de todo el mundo que le entendían en su lengua materna (don de lenguas). Y se convirtieron 3000 hombres por su predicación, ese día; fueron bautizados.  

        San Pedro es el protagonista de los apóstoles, en todas las intervenciones ante el Señor Jesús. Por ello el Señor le dijo:

        Tú eres piedra, y sobre esta piedra edificaré mí Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella;
        y te doy las llaves del Reino, para que todo lo que atares en la tierra, quede atado en Cielo,
        y lo que desatares quedará desatado”.

        Y los demás once discípulos hicieron también maravillas en su evangelización. 

        Estos son los Apóstoles elegidos por el Señor: Pedro, su hermano Andrés, Santiago el Mayor, Juan, hermano de Santiago, Mateo, Bartolomé, Santiago el Menor, Felipe, Tomás, Simón, Judas Tadeo, y Judas Iscariote (el que traicionó al Señor Jesús). Y, luego fue elegido Matías que ocupo el lugar del traidor. Más adelante nombraron 7 diáconos para atender los asuntos menores. Pero todos extendieron la Buena Nueva del reino de los cielos, curando enfermos de toda índole y resucitando a algún muerto. 

        Sin embargo, sólo imitaron a su Señor. 

        Un gran perseguidor de la Iglesia primitiva, San Pablo, tuvo una gran conversión. “Pero acaeció que, yendo camino de Damasco, cerca ya de Damasco, hacia el mediodía, de repente me envolvió una gran luz del cielo. Caí al suelo y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Los que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Yo dije: ¿Qué he de hacer, Señor?” (Hechos de los Apóstoles 21: 6-10). Sus 4 viajes apostólicos, era la tarea que, Jesús, le asignaba, en los que tuvo impresionantes éxtasis.

        Si leemos los Hechos de los Apóstoles, y en sus Cartas Apostólicas: quedamos impresionados de su vida. Decía: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta«, «Para mí la muerte es ganancia«, «Es preciso que haya defecciones para que se hagan manifiesto los que han sido llamados”, ”sed imitadores míos, como yo lo soy de Jesucristo”. En un éxtasis subió al 3º Cielo, y los que narró fue esto: «lo que el ojo no vio, el oído no oyó, ni llegó al pensamiento humano, lo que Dios tiene preparado para los que lo aman».

           San Pablo. 

        Según una de las Epístolas a los Corintios nos dice:

        «Porque el Amor es paciente, es servicial; no es envidioso; no se jacta, no se engríe; es decoroso; no busca lo suyo;

        no se irrita; toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.

        Todo lo cree. Todo lo excusa. Todo lo espera. Soporta todo. Porque el amor, ES DIOS».

        En una ocasión apedrearon a San Pablo, llegando a creer que había muerto, pero no, quedó con vida. Y en otro de sus viajes apostólicos, la nave en la que iba casi se hundía, y los marineros asustados recurrieron a él». Y así, podríamos seguir narrando pasajes de San Pablo. Como aquel pasaje que nos rompe los esquemas diciéndonos: «Y sabemos que, para los que aman a Dios: TODO ES PARA BIEN«. Y más… 

        También, San Pablo, fue una imagen del Señor. 

        3.- San Benito y San Bernardo de Claraval. 

        Tan sólo mencionaremos a unos cuantos santos, pero la Historia, es la historia de los santos. Por eso un santo dijo:

        «Lo que sucede hoy, es porque estamos viviendo una crisis de santos”. 

        De San Benito.

        Nacido en Nursia, luego vivió en Subiaco, recogió todo el espíritu monacal, hizo una “Regla” simplísima, que fe adoptada por todos los monasterios, después de grandes mortificaciones y tentaciones del demonio terribles, San Benito marcó los siglos VI, VII, VIII, IX, X, XI y XII. Su hermana, también es Santa: Santa Escolástica. 

        Bien, hablemos solamente de algunos santos, saltándonos a San Agustín, San Juan Crisóstomo, San Bruno, etc… a los que les dedicaremos nuevos artículos.

        A San Bernardo de Claraval.

        Nació Borgoña, en el año 1090, de tal manera que abarcó 2 siglos XI y XII. En el convento del Císter, demostró tales cualidades de líder y de santo, que, a los 25 años, al entrar en el convento (en que sólo habitaban tres religiosos, los fundadores de Císter: Roberto Molesmes, Alberico y Esteban Harding, que vivían la Regla de San Benito), se trajo a toda su familia, inclusive a su padre, viudo. Luego San Bernardo, fue enviado como superior a fundar un nuevo convento: escogió un sitio apartado en el bosque, donde sus monjes tuvieran que derramar el sudor de su frente para poder cosechar algo, y le puso el nombre de Claraval, que significa «valle claro» ya que allí el sol ilumina fuerte todo el día.

        Viajando por toda la Europa conocida, decía: «Mi gran deseo es ir a ver a Dios y estar junto a Él. Pero el amor hacia mis discípulos me mueve a querer seguir ayudándolos. Que el Señor Dios haga lo que a Él mejor le parezca”.  Y a Dios le pareció que ya había sufrido y trabajado bastante y que se merecía el descanso eterno y el premio preparado para los discípulos fieles y se lo llevó a su eternidad feliz, el 20 de agosto del año 1153. Tenía 63 años.

          San Bernardo de Claraval

        Supo infundir del tal manera fervor y entusiasmo a sus religiosos de Claraval, que habiendo comenzado con sólo 20 compañeros, a los pocos años tenía 130 religiosos. A San Bernardo lo llamaban «El Doctor boca de miel» (doctor melifluo) con un especial amor a la Virgen que dejó en sus múltiples escritos, siendo un evangelizador incansable. De este convento, de Claraval, salieron monjes a fundar otros 63 conventos. (Trois, Fontaines, Fontenay, Foigny, etc.,). Fue un hombre maravilloso, San Bernardo (su nombre significa:  batallador y valiente), llegó a tener un discípulo, que llegó a ser el Papa: Eugenio III.

        Bernardo le envío el «Libro de Meditación«, cuya idea predominante es que la reforma de la Iglesia debe comenzar con la santidad de su cabeza». Ese era el tamaño espiritual de San Bernardo, que fundó multitud de monasterios en diferentes partes de Europa.

        Solamente tenía 63 años cuando murió pero había trabajado como si tuviera más de cien. El sumo pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia. 

        Aunque San Bernardo, se pareció al Señor Jesús, no lo igualó. 

        El Evangelio dice estas cosas del Señor Jesús: «Todo lo hizo bien«, «Hablaba con autoridad«, «Pasó obrando el bien y curando a las almas dañadas por el maligno«, «Jesús hizo muchas otras cosas, tantas que, si se escribiera cada una de ellas, creo que no cabrían en el mundo todos los libros que serían escritos» Narra San Juan en su Evangelio. 

        4.- San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán. 

        En el siglo XIII surgieron las órdenes mendicantes, dentro de las que destacaron dos: La Orden de los frailes menores, fundada por por San Francisco de Asís; así como, la orden de los Dominicos fundada por Santo Domingo de Guzmán. 

        A San Francisco, no se ordenó sacerdote porque no se sentía digno de tener entre sus manos a Jesucristo, sólo fue diácono; quizá es el santo que más se ha asemejado al Señor Jesús (tuvo las manos y los pies llagados), como después otros santos más, dos de sus discípulos destacados de San Francisco fueron San Buenaventura y San Antonio de Padua. Menciono dentro de los santos con llagas sólo en el siglo XX a San Pío de Pietralcina, que tenía el don de bilocación, profecía, y las manos llagadas. 

        los otros grandes del siglo XIII fueron Santo Domingo de Guzmán (dio forma al Rosario); y su discípulo: Santo Tomás de Aquino, un gigante de la Teología. Santo Domingo de Guzmán, luchó contra la herejía cátaro-albigense, con el rosario. 

           Santo Domingo de Guzmán 

        Fueron San Francisco, y Santo Domingo dos grandes imitadores de Jesucristo, pero sólo lo imitaron. 

        Luego vinieron muchos más…y así llegamos al siglo XVI.

        5.- Siglo XVI: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. 

        Santa Teresa de Jesús. 

        Doctora de la Iglesia, una gigante mística, reformadora del Carmelo, fundando las Carmelitas Descalzas, que viven hasta el día de hoy una gran vida interior, en una Clausura rigurosa. En su libro de La Vida, Santa Teresa nos relata: En el capítulo 29,3 nos describe la transverberación: “veía un ángel cabe mí… veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios.”

        Fue una gran devota de San José, al que encumbró como ningún otro santo lo hizo. Escribió varios libros: El libro de su vida, Las Fundaciones, Historia de un Alma, Camino de perfección, Las Moradas, y muchos más; a los 47 años, Teresa sale del convento para fundar el Carmelo de San José, poco después emprende su tarea de fundadora, en total fundó 17 Conventos. Muere en Alba de Tormes en 1582. Pablo VI la proclamó la primera mujer doctora de la Iglesia. 

        Doctores de la Iglesia:  San Juan de la Cruz y Santa Teresa 

         San Juan de la Cruz.

        A San Juan de la Cruz, le animó Santa Teresa a fundar la rama masculina del Carmelo. Dios le concedido una cualidad especial: la de saber enseñar el método para llegar a la santidad. Una de sus virtudes era que enseñaba de palabra a personas que dirigía y así lo fue escribiendo, con lo que resultaron unos libros tan importantes, que fueron reconocidos por el Sumo Pontífice para que lo haya declarado Doctor de la Iglesia. Algunos de sus libros más famosos son: «La subida del Monte Carmelo», y «La noche oscura del alma«

        Tanto Santa Teresa como San Juan de la Cruz, fueron insignes imitadores del Señor Jesús. Pero solamente imitadores.

         

        Autor Miguel Ángel López Zabaleta 

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