Nuestro amigo Roque Pérez nos manda este interesante artículo sobre el último «numerito» de Drag Sethlas en el carnaval de Las Palmas y su mofa a los cristianos (puedes pedir responsabilidades al ayuntamiento aquí). Os recomiendo su lectura:

«El mundo os aborrecerá. Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo» (Jn 15,18-19).

Anoche, después de ver unos episodios de una serie televisiva, movido más bien por la curiosidad, puse por un momento el canal en que se estaba transmitiendo la gala drag queen del carnaval de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, momento en el que justamente se anunciaba la actuación del drag queen que venció en el certamen el año pasado con su polémico espectáculo en el que se ofendían los sentimientos religiosos de los miembros de la Iglesia. Desconozco si cada año el drag vencedor del año anterior se despide con una actuación en el siguiente certamen, pero tanto la presentación como el espectáculo en sí, al igual que el ambiente del público han producido en mí una amalgama de ideas y sentimientos que quisiera compartir brevemente en estas líneas.

En primer lugar, el mencionado drag era presentado como un super-héroe, como un artista de primer nivel, y, al mismo tiempo, como víctima superviviente de la Inquisición, debido al hecho de que la causa que se abrió contra él el año pasado por la ofensa a los sentimientos religiosos fue archivada por la fiscalía.

Se le presentó leyendo el artículo de la Constitución Española que hace referencia a la libertad de expresión ante una vorágine de potentes aplausos al unísono y un alzar de banderas y gritos de alegría. Luego comenzó el espectáculo de ese drag con un show similar al del año pasado, disfrazado de la Virgen María en un trono llevado por cuatro personas y rodeado de otros cuatro hombres disfrazados de nazarenos, haciendo referencia explícita a las procesiones de Semana Santa, para luego bajar del trono y tras quitar como una especie de tablones que ocultaban lo que había detrás, apareció haciendo de Jesucristo en la Última Cena, diciendo frases que dice el Presbítero en la Celebración de la Eucaristía, sin poder escuchar muy bien si hubo algún otro comentario blasfemo en el transcurso de su espectáculo.

El drag parecía satisfecho y todas las personas presentes, desde los presentadores a todo el público, unas seis mil personas, que aplaudían de forma apasionada a lo largo del show, parecían tan o más satisfechos que él.

Este espectáculo me hizo pensar en la idea de la libertad de expresión, de la que todo el mundo se presentaba anoche como abogado defensor, sin importar lo más mínimo si lo que se expresa es ofensivo, más bien, importando muchísimo, y con una fusión de odio y placer, que el objeto de la ofensa era el mismo Cristo, la Iglesia, y no sólo hago referencia a la jerarquía católica, sino a todo el Pueblo de Dios.

Y me vienen dos ideas a la cabeza. La primera de ellas es: «¿Qué pasaría si se hiciese un espectáculo en el que se hiciese mofa de los sentimientos de las personas que sienten atracción hacia personas de su mismo sexo?» No es que lo apruebe ni que me agrade. Pero es evidente que el sujeto o sujetos del show serían denunciados inmediatamente y posteriormente condenados por un delito de odio. Es decir, que depende de cuál sea el grupo de personas ofendido, se valorará la ofensa y la libertad de expresión al ofender.

Es más, ya en España comienzan a ser denunciados, por ese grupo de personas que pide libertad de expresión para ofender a la Iglesia, presbíteros, colegios religiosos, etc, que expresan públicamente su desacuerdo con la ideología de género. Ya sólo por decir que el hombre y la mujer son seres complementarios se es objeto de denuncia por los que presumen de tolerantes, por los que abanderan la libertad de expresión, siempre y cuando lo que se exprese sea lo mismo que lo que piensan ellos.

Por otra parte, al ver el show de esa persona y el fervor del público con sus gritos y aplausos, me hizo parecer que estuviésemos 2000 años atrás en un circo romano. Este show me hizo presente cómo el pueblo también gritaba, se alegraba y gozaba en el espectáculo de los asesinatos de cristianos en el Circo Romano. Y, personalmente, ha sido una ayuda para iniciar la Cuaresma, porque me hacían presente unas palabras: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo – la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas – no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2,15-17). El mundo odia a Dios. ¿Por qué amar más al que te odia que a quien te ama? En el fondo, ha sido una llamada a amar al Padre y a amar al mundo desde el Padre. Porque recuerdo una frase del Padre Feijoo: «De las tinieblas lo normal es que salgan tinieblas y no luz». Por tanto, lo importante es irse despojando de las tinieblas e ir deseando acercarse más a la luz. Como decía Benedicto XVI en sus últimas y recientes declaraciones: «En el lento debilitamiento de mi fuerza física, interiormente estoy en peregrinación hacia la Casa del Señor». Porque nuestra casa es la Casa del Señor. El error está en querer construir mi casa aquí. No. «Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos, porque estar en el umbral de tu casa es siempre mejor que habitar en los palacios» (Sal 84,11).

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