¿A quién se deben los primeros hospitales?

José Jara 
Profesor de Historia de la Medicina. Universidad Francisco de Vitoria

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Santuario y sanatorio de Pritaneión, dedicado a Asclepio

Puede que muchas personas no sepan responder a la pregunta sobre cómo aparecieron los primeros hospitales. Sin embargo, la respuesta a esta cuestión es la clave para entender muchos otros sucesos que ocurrirían más tarde. Durante los siglos que abarcan la civilización mesopotámica, el desarrollo de la Grecia clásica y los primeros tres siglos del Imperio Romano, a nadie se le ocurrió fundar un hospital.

En este largo periodo de tiempo de las civilizaciones que consideramos el fundamento de nuestra cultura actual, sólo tenemos noticia de la existencia de los templos de Asclepio, en Grecia, como lugar al que acudían los enfermos aquejados de diversos males buscando una curación milagrosa a través del sueño en una noche de estancia en los mismos. 

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Hospital de campaña en la Columna de Trajano

Por otra parte, sabemos de los hospitales militares de campaña denominados valetudinaria que acompañaban en sus campañas a la Legiones del ejército romano, pero en todo este tiempo no hay noticias de auténticos hospitales de crónicos.

Los enfermos se atendían en la propia vivienda familiar o quedaban expuestos a la caridad pública malviviendo de limosnas en las calles de las urbes o, lo que es peor, siendo expulsados de la comunidad con el descalificativo de ser “impuros”.

Santos de Dios: 27 de diciembre: Santa Fabiola
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FABIOLA

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CONSTANTINO EL GRANDE

Toda esta situación de desamparo cambió a partir del siglo IV d.C. con el Edicto de Constantino en el año 313, cuando tras ser concedida la libertad a los cristianos para ejercer su religión y participar en la vida pública, una mujer llamada Fabiola, patricia romana, después de su conversión comienza a ejercer una actividad nunca antes descrita en la Roma imperial.

Según cuenta el autorizado testimonio de san Jerónimo “Ella fue la primera que construyó un hospital para acoger a todos los enfermos que encontraba por las calles: narices corroídas, ojos vacíos, pies y manos secas, vientres hinchados, piernas  esqueléticas, carnes podridas con un hormiguero de gusanos, … Cuántas veces, personalmente ella cargó con enfermos de lepra que otros, también hombres duros, no acertaban ni siquiera a mirar. Ella les daba de comer y hacía beber a aquellos cadáveres vivientes una taza de caldo (…). Ni siquiera con cien lenguas o con una garganta de bronce podría nombrar todas las crueles enfermedades  de los sufrientes pobres que Fabiola alivió de modo tan milagroso que muchos sanos llegaron a envidiar a los enfermos”.

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JULIANO EL APÓSTATA

Surge así el concepto de “hospital” como lugar en el que se practica la hospitalidad, la acogida,  con quienes antes se encontraban desvalidos, sin tener adónde ir ni quien les atendiera en el trance sus enfermedades. 

Este revolucionario concepto de asistencia institucionalizada, además, no constituyó un hecho aislado sino que, a partir de su puesta en práctica inicial, dio lugar a una extensa red de asistencia desarrollada por parte de los nuevos cristianos que, de este modo, hacían que palabras de Jesús recogidas en los Evangelios tales como “lo que hagáis con estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hacéis” (Mt 25, 31-46), no se quedaran en letra muerta sino que se convirtieran en un estímulo para una intensa acción de ayuda humanitaria que se fue propagando por el Imperio Romano.

De hecho, resulta muy clarificador para valorar la trascendencia de la nueva situación creada, recordar que cuando el emperador Juliano el Apóstata (331-363 d.C.), llamado así por su apostasía de la religión cristiana en la que fue educado, decidió reimpulsar de nuevo los cultos paganos, una de sus primeras medidas fue intentar convencer a los sacerdotes de esos cultos de que se implicaran en obras asistenciales siguiendo el ejemplo del cristianismo, ya que veía en esa asistencia institucional uno de los motivos por los que cada vez más personas se unían a este nuevo culto religioso.

De hecho, en una carta dirigida al clero imperial, observó que consideraba “vergonzoso que cuando ningún cristiano jamás tiene que mendigar y los impíos galileos sostienen no solo a sus propios pobres sino también a los nuestros, todos ven que nuestro pueblo no recibe ayuda de nosotros”. Es obligado decir que este empeño del emperador tuvo poco éxito y fue recibido con escepticismo por los sacerdotes paganos, que se habían convertido en un tipo más de funcionarios del imperio.

Sin duda, sería deseable que todo esto pudiera ser enseñado a las nuevas generaciones, tanto en el currículum escolar como en los planes de estudio de nuestras universidades, ya que recordar nuestras raíces puede ser el modo más apropiado de valorar todo lo bueno  de lo que somos herederos y beneficiarios gracias a  los que nos precedieron en el camino de la Historia. Todo un reto que deberíamos asumir urgentemente.

REFERENCIAS

  • San Jerónimo. Carta 77, 6. Texto citado en: Luca Borghi. Breve Historia de la Medicina. Ediciones Rialp. 2018. p 60.
  • Paul Jonson. La Historia del Cristianismo (II). Penguin Random House Grupo Editorial SAU. 2018. p 29.
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