El espíritu aventurero, las ansias de descubrir nuevas tierras y navegar por desconocidos océanos han dado a la historia de España marinos que, arrostrando cientos de dificultades han cubierto de gloria, honor y valentía el globo terráqueo. Y entre ellos, nos encontramos con Antonio Barceló y Pont de la Terra (Palma de Mallorca, 1 de enero de 1717- 25 de enero de 1797).

El llamado «Capitá Toni» era de origen humilde, un plebeyo al cual se le hizo imposible alcanzar la hidalguía, que, sin embargo, sí logró, entre envidias y calumnias, alcanzar el grado de teniente general, merced a su valor y a su arrojo. Unos méritos de guerra que le llevaron desde el puesto de grumete en el jabeque de su padre hasta el de Almirante-Comandante y caballero de la Real Orden de Carlos III.

El Capitá Toni inició su andadura militar al mando de un jabeque, embarcación de elegantes líneas, rápida y con una maniobrabilidad envidiable. Su función sería la de un actual guardacostas, con una potencia de fuego escasa, pero sumamente eficaz en manos del Capitá Toni. Navegando por el Mediterráneo, su inicial objetivo fue el apresamiento de los piratas berberiscos y argelinos. En 1762 con su jabeque rindió combate a tres enemigos con 160 turcos; en uno de ellos hizo prisionero al famoso Selim, capitán de aquellos piratas, siendo nuevamente herido en el abordaje por una bala de mosquete, que le atravesó la mejilla izquierda y que dejó su cara desfigurada para siempre. Prosiguieron sus proezas contra los moros, que eran casi diarias; en julio de 1768 batió y apresó en las cercanías del Peñón de Vélez de la Gomera a un jabeque argelino de 24 cañones. Sus andanzas por los mares del Mediterráneo, desde Cartagena, hasta Argel. Fue Carlos III quién ordenó el asedio y conquista de la ciudad, figurando entre los asediadores el brigadier Barceló quién, ante el desastre del desembarco de las tropas españolas, fue capaz con su arrojo y sus naves de bajo calado de hacer frente a cargas de caballería, salvando a muchos trasportándolos con sus jabeques.

Al primer desastre de Argel, le siguió el sitio a Gibraltar en 1779. Y fue entonces cuando  Barceló obtuvo permiso  para la construcción sus famosas lanchas cañoneras, de invención propia, para bombardear la plaza con más potencia. Ideó Barceló armarlas con una pieza de 24 o con un mortero, y grandes botes de remos. Para proteger a la dotación se las dotó de un parapeto plegable forrado por dentro y fuera de una capa de corcho. Medían 56 pies de quilla, 18 de manga y 6 de puntal, con 14 remos por banda, llevaban la pieza mencionada giratoria, con una gran vela latina y una dotación de unos treinta hombres. Perfiladas por su proa, el blanco que ofrecían era mínimo para los cañones ingleses de tierra. Barceló atacaba de noche, mientras los ingleses solamente divisaban un pequeño bulto y un resplandor, al cual dirigía sus cañonazos, comprobando, al poco tiempo, que ello era una pérdida absoluta de munición. Así, del gran esfuerzo del Capitán Toni surgió una coplilla;

Si el rey de España tuviera
cuatro como Barceló,
Gibraltar fuera de España
que de los ingleses no.

Abandonado el sitio de Gibraltar, Barceló regresó con sus jabeques a Argel y a Tánger, sin que las naves españolas alcanzasen sus objetivos. Ya con setenta y tres años, fue requerido por Carlos IV para comandar una escuadra a fin de socorrer a Ceuta, asediada por los musulmanes. Abiertas negociaciones de paz, estas no prosperaron, siéndole dado el mando al teniente general Morales de los Ríos, Barceló se sintió discriminado y, con queja a Rey, recuperó el mando, pero ya fue inútil. El mal invierno obligó a la escuadra a permanecer al resguardo del puerto, y, en junio de 1792, se firmó la disolución de la escuadra.

Barceló regresó a su tierra en donde, rodeado de envidias y maledicencias, entre ellas que solamente sabía escribir su nombre, falleció a los ochenta años. Sin embargo, en nuestros días es recordado como un hombre valeroso  y noble, que suplía su falta de conocimientos con su experiencia y su valerosa pericia.

Francisco Gilet

 

Bibliografía:

– Cervera y Jácome, Juan. El Panteón de Marinos Ilustres. Ministerio de Marina. Madrid. 1926.

Enciclopedia General del Mar. Garriga. 1957. Contralmirante don Carlos Martínez-Valverde y Martínez.

Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana. Espasa-Calpe. Tomo 7. págs. 713-714.

– Fernán-Núñez, Conde. Vida de Carlos III. Librería de Fernando Fé. Madrid. 1898.

– Fernández Duro, Cesáreo. La Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Museo Naval. Madrid. 1973.

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