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El sacerdote D. José María Gil Tamayo ha sido elegido Secretario General de la Conferencia Episcopal Española (CEE) hasta el 2018. El nombramiento ha tenido lugar en el marco de la Asamblea Plenaria que se celebra en Madrid del 18 al 22 de noviembre. Sustituye en el cargo al Obispo auxiliar de Madrid, Mons. D. Juan Antonio Martínez Camino, Secretario General y Portavoz de la CEE durante los diez años.La Comisión Permanente presentó a la Asamblea Plenaria una terna de candidatos compuesta por Don José María Gil Tamayo, Monseñor Ginés Ramón García Beltrán y Monseñor  César Augusto Franco Martínez.

En el discurso inaugural de la Asamblea Plenaria, Monseñor Antonio María Rouco Varela, habló sobre el Año de la Fe, la Beatificación de los Mártires del siglo XX, el catecismo «Testigos del Señor» y  de temas de actualidad. Os reproducimos aquí fragmentos de sus palabras:

«La crisis económica que padece España, en el contexto de una crisis europea y mundial, a pesar de que se atisben algunas señales del comienzo de la recuperación, exige todavía un esfuerzo continuado y generoso. Es necesario reducir sustancialmente el paro, en particular el que sufren tantos jóvenes, que incluso no han podido acceder nunca a un puesto de trabajo. (…).

Nos preocupa también que la unión fraterna entre todos los ciudadanos de las distintas comunidades y territorios de España, con muchos siglos de historia común, pudiera llegar a romperse. En los últimos once años, la Conferencia Episcopal Española ha aclarado en tres ocasiones los criterios morales y pastorales, de justicia y caridad —criterios que podemos calificar de prepolíticos— según los cuales habrían de orientarse las conciencias de los católicos y que ofrecemos también a todos los que deseen escucharnos. Esos criterios están hoy plenamente vigentes y toman su fuerza de la Doctrina Social de la Iglesia acerca de los principios que deben regir la vida de la comunidad política en orden a la promoción del bien común. La unidad de la nación española es una parte principal del bien común de nuestra sociedad que ha de ser tratada con responsabilidad moral. A esta responsabilidad pertenece necesariamente el respeto de las normas básicas de la convivencia —como es la Constitución Española— por parte de quienes llevan adelante la acción política.

Sigue viva también la preocupación por el presente y futuro del matrimonio y de la familia. (…) Las leyes injustas contribuyen mucho al agravamiento de los problemas. Reiteramos una vez más la necesidad de leyes reconocedoras y protectoras del matrimonio y de la familia. La actual legislación, que ni siquiera reconoce la realidad humana del matrimonio en su especificidad con una institución o figura jurídica adecuada, debe ser corregida y mejorada porque compromete seriamente el bien común. (…)

Nosotros, como Iglesia, nos empeñaremos más aún en acompañar a los jóvenes hacia el matrimonio, y a las familias —jóvenes y no tan jóvenes— en ese camino suyo de toda una vida, del que habla el papa. Y, al mismo tiempo, solicitaremos con todo respeto e incansable insistencia a nuestros gobernantes un giro positivo de la legislación y de la política sobre el matrimonio y la familia.

Nos preocupa también que las heridas causadas por el terrorismo a tantas víctimas y a la sociedad entera no se curen por el camino del arrepentimiento, del propósito de la enmienda y de la satisfacción de las víctimas. (…)

En el ámbito más amplio de la comunidad internacional, recordamos hoy al pueblo filipino, al que, como católicos y como españoles, nos sentimos particularmente unidos por lazos históricos, religiosos y de familia. La tragedia que está sufriendo en estos días a causa del desastre meteorológico padecido nos apena hondamente y nos mueve a la oración por las víctimas y por tantas personas que lo han perdido todo. Invitamos a todos a prestar también la ayuda material que sea posible a través de Cáritas española, la federación de nuestras Cáritas diocesanas, uno de cuyos encargos principales es acudir más allá de nuestras fronteras ayudando a ayudar a las Cáritas locales, en este caso, a las de la Iglesia local de Filipinas. Lo agradecemos en nombre del Señor.

También queremos llamar la atención de los católicos y de toda la sociedad acerca de los dramas que padecen tantos cristianos, de distintas confesiones, sometidos a presiones y persecuciones de diverso tipo en varias partes del mundo. Algunos han sufrido ataques sangrientos en los mismos lugares en los que se reunían para el culto divino. Otros se ven acosados en su vida ordinaria y en su trabajo. Muchos se han visto obligados a abandonar sus casas y su patria para poner a salvo la vida o la tranquilidad de sus familias. Pensamos, en particular, en los cristianos sirios, que malviven en los países vecinos, hacinados en campos de refugiados. Nuestras comunidades y nuestros gobernantes deberían buscar los caminos más adecuados para prestar una ayuda efectiva en la solución de los problemas más acuciantes. Pero, sobre todo, no se debería olvidar el amplio campo de las relaciones diplomáticas y comerciales, de modo que aquellos que sufren por causa de su fe, de su etnia o de su cultura, puedan sentir al menos que no son abandonados a su suerte».

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