A 4 kilómetros de ciudad de Ávila, hacia el sureste, señalando su emplazamiento una airosa espadaña, se venera una antigua imagen de la Virgen: Nuestra Señora de Sonsoles.
San Josemaría Escrivá, Fundador del Opus Dei, fue por primera vez de romería a esta ermita el 2 de mayo de 1935. Recordemos un recuerdo suyo de aquel día, que además nos ayudará querer más a María:
“Desde aquel año de 1935, en numerosas y habituales visitas a Santuarios de Nuestra Señora, he tenido ocasión de reflexionar y de meditar sobre esta realidad del cariño de tantos cristianos a la Madre de Jesús. Y he pensado siempre que ese cariño es una correspondencia de amor, una muestra de agradecimiento filial. Porque María está muy unida a esa manifestación máxima del amor de Dios: la Encarnación del Verbo, que se hizo hombre como nosotros y cargó con nuestras miserias y pecados. María, fiel a la misión divina para la que fue criada, se ha prodigado y se prodiga continuamente en servicio de los hombres, llamados todos a ser hermanos de su Hijo Jesús. Y la Madre de Dios es también realmente, ahora, la Madre de los hombres» (De la homilía «Por María hacia Jesús»; Es Cristo que pasa, 140)
Según la tradición, dicha imagen fue escondida en los tiempos de la invasión musulmana y permaneció oculta durante siglos, hasta que, casualmente según se cree, la encontraron unos pastorcillos que cuidaban las ovejas en la zona donde se encuentra actualmente la ermita. Al verla, asombrados por los resplandores que rodeaban a Nuestra Señora y a su divino Hijo, como si estuvieran entre dos soles, o ser sus divinos rostros los mismos soles, exclamaron: «¡Son soles!». Acudieron a relatar lo sucedido a las autoridades y la repetición de estas palabras quedaron en la memoria popular como nombre de la advocación.
En el Santuario se conservan muchos exvotos, como testimonio de algunos milagros que se atribuyen a la Virgen de Sonsoles. Un de ellos es un cocodrilo disecado que trajo del Nuevo Mundo un devoto abulense. Así, más o menos, se cuenta en una placa el hecho ocurrido en tiempos del descubrimiento y evangelización América: “De viaje por aquellas tierras, al acercarse a la orilla de un caudaloso río, se vio sorprendido por un cocodrilo, que se abalanzó sobre él para devorarlo. El hombre tuvo la sangre fría y el piadoso acierto de invocar a Nuestra Señora de Sonsoles, de quien era devoto, en esos breves instantes; entonces el caballo se detuvo súbitamente y así pudo herir al cocodrilo de un certero golpe de espada, que le causó la muerte».
Agradecido a la Virgen por haberle salvado de aquel grave peligro, recogió el cocodrilo y, después de disecarlo convenientemente, lo trajo como exvoto al Santuario, donde permanece en una urna de cristal hasta nuestros días.
Julio Íñiguez Estremiana