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Enrique Calicó, socio de Enraizados, nos cuenta (en diferentes capítulos) su experiencia en Eucaristías con diferentes comunidades católicas de Extremo Oriente. Aunque lejos en kilómetros, son hermanos nuestros en la fe. Desde Enraizados estamos especialmente preocupados por los cristianos perseguidos en China, Singapur y otros países:

Cada año, una o varias veces, viajaba a Extremo Oriente por razones de trabajo. Y esto durante más de veinte años, hasta que mi edad me recomendó que lo dejara para la gente más joven de la empresa.

Los países más frecuentados eran Japón, Corea del Sur, Taiwán y China. Y esporádicamente, Hong Kong y Filipinas. Aprovechaba los domingos, días no laborables, para coger el avión y saltar de un lugar a otro. Y hacía todo lo posible para no perderme la misa dominical, que en algunos puntos era totalmente imposible, por eso me llevaba conmigo un librito de la “Misa de cada día” que me servía además poder seguirla a pesar de los diferentes idiomas de los que no entendía ni palabra, como es natural. Y voy a dar algún detalle de una misa por país.

CHINA– Pocas son las Eucaristías que he participado en China, alguna en la catedral de Shanghai con toda normalidad. Pero la que más me llamó la atención fue en la catedral de Ningbo, la cual tenía cerca del hotel donde me hospedaba, lo que me había facilitado entrar en la portería para preguntar el horario. Lo primero que vi en la garita de la portería fue la imagen de María y a reglón seguido un cuadro de Juan Pablo II, lo cual me confirmaba rotundamente que era una iglesia católica dependiente de Roma.

Me informaron que la misa vespertina era a las seis de la tarde. Tenía que aprovechar ésta puesto que volaba, al día siguiente, domingo, temprano.

A las seis menos cinco entraba en la catedral y me encontré con la iglesia casi vacía. Primera sorpresa. Me quedé bastante atrás, a lado del pasillo. Al otro lado estaban unas señoras, de cierta edad, vestidas muy sencillamente, que hablaban sin reparo alguno. Me puse a rezar esperando que empezara la misa de un momento a otro. En el altar mayor, una enorme imagen de la Santísima Virgen con su manto azul, y unos angelitos la conducían al cielo donde en la cúpula la esperan la Santísima Trinidad con una corona en la mano. El conjunto era precioso, de unos colores muy brillantes, de unos siete u ocho metros de altura, yo diría hecho de fibra de vidrio, como se fabrican los barcos. No podía dejar de mirarla, me absorbía, le veía Inmaculada, Asunción y Reina de cielos y tierra, todo a la vez. Tenía claro que aquella Catedral estaba dedicada a María.

En la primera fila se preparaban varias personas y se ponían un roquete. No me extrañó, porque fueron las que luego prestaron algún servicio durante la celebración, como las lecturas, el ofertorio, etc.

Un sacerdote venía por el pasillo directamente a mí. Me saludó en inglés, le pregunté si había misa, me dijo a las seis treinta. Yo: si era el celebrante; me contestó que sí y a renglón seguido me rogó que fuera el día siguiente a misa de doce, que era la misa para extranjeros, en inglés. Le dije que no podía, puesto que mi avión salía temprano. Insistió una y otra vez, que fuera el domingo a las doce, que me sentiría mejor. Al principio no entendía porque tanta insistencia, sabiendo que yo no podía. La gente iba entrando, todos orientales, yo el único occidental. Entonces comprendí que todas aquellas personas no querían perderse la Eucaristía a pesar de que estaban corriendo un gran riesgo, pues si entraba la policía, nadie estaba seguro ni nadie sabía lo que podría pasar. Por eso me insistía sin atreverse a decirme que estaba corriendo ese riesgo. Entonces tomé la decisión de que si los fieles eran firmes en su fe, yo también debería serlo. Aunque, siendo extranjero no podían tocarme, siempre se puede salir mal parado si desalojaban la iglesia de malos modos.

Gracias a Dios no ocurrió nada, pero toda aquella buena gente cumple con el precepto dominical con la espada de Damocles encima de sus cabezas.

Cuando volví a Ningbo al año siguiente, coincidió entre semana. Con la iglesia cerrada, entré por la portería. No había misa, pero me dejaron pasar por un patio muy oscuro a una puerta lateral. Pude hacer la visita al Santísimo, solamente, sin poder comulgar.

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