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Ante las elecciones autonómicas de Cataluña, nuestro voluntario J.M.R.S. ha escrito este artículo, que a continuación reproducimos, sobre la situación de miedo y prejuicios en esta Comunidad Autónoma:

Pienso que cuando una o varias personas odian sin conocer a las personas que odian, el problema es suyo, no de las características de las personas a las que no conocen. Es simple: tienen tanto odio – quizás una dura infancia, o quizás una mala gestión emocional de su vida, etc.- que buscan alguien fácil en quien proyectar su odio… y a ser posible hacer sangre, pero que no les salpique. Quizás creen que necesitan un enemigo externo para no tener que asumir sus propias limitaciones. Ese es el mismo mecanismo psicológico, el de la proyección, que hace que muchas personas puedan criticar despiadadamente a cualquier personaje de la televisión y sean incapaces de hacer una pequeña crítica constructiva hacia sí mismo. Aunque la realidad es que cuando señalamos a alguien con nuestro dedo índice, otros tres dedos de esa mano nos señalan a nosotros mismos.
Pues bien, la anécdota que me ocurrió en 2008 tiene que ver con ese odio proyectado, y también con el miedo de muchas personas en Cataluña en el momento actual. Lo digo con conocimiento directo, pues parte de mi familia es y de momento sigue viviendo en Barcelona. Por entonces, decidí crear una asociación española de un gremio profesional, que no viene al caso, y por terceros me llegaron mails de los dirigentes catalanes de dicho gremio que se habían difundido masivamente a cientos de personas, donde, sin conocernos, ni a mí ni a mis colaboradores, se nos calificaba, -entre otras muchas barbaridades delirantes-, de españolistas, franquistas, fascistas y asesinos. Y lo único que sabían de nosotros es que éramos españoles. Todos los colaboradores nos quedamos estupefactos, sin entender prácticamente nada.  Aún ni siquiera habíamos presentado la asociación, ni siquiera sabíamos nosotros quién iba a ser responsable de los diferentes cargos de la junta directiva. Sólo sabíamos que queríamos aportar nuestro granito de arena, para sumar. De hecho, en 7 años de existencia como asociación española no hemos llegado a abrir cuenta corriente, pues teníamos claro que los socios no iban a tener que pagar nada. Trabajamos todo gratis por el bien común. El único dinero que se ha gastado es de nuestros bolsillos.  Pues bien: Nunca he recibido una explicación mínimamente sensata de aquellos insultos, y eso que siempre que he podido la he pedido. Lo más parecido a una explicación fue lo que me dijo la representante de ese gremio en Cataluña, que me decía que el odio a los españoles está más que justificado porque les robamos. «¿Te he robado yo algo?» -le dije.»No, no es eso, es algo mucho más profundo que no vais a ser capaces de entender» me espetó.  Supongo que se le olvidó un insulto en su lista, el de ineptos, o incapaces de entender su profundísimo conflicto.  Mi duda era si hablaba de un conflicto de piel para fuera, o de piel para dentro, es decir, psiquiátrico.
Es cierto que el odio puede ser contagioso, como lo pueden ser los prejuicios, los estereotipos, etc. Pero cada cual tenemos la responsabilidad de dejar pasar o no de piel para adentro las toxicidades de nuestro entorno, y de resolver los conflictos internos si los hubiera dentro.  Lo que sí nos quedó claro de la percepción que tenían estos dirigentes catalanes del gremio que nos estuvieron difamando es que se creían en la posesión de la verdad al 100%, que su percepción era totalmente rígida e insegura, que iban de seguros y salvadores, y que tenían miedo a hablar mirando a los ojos.  Y para combatir ese miedo e inseguridad… odiaban. Por suerte, no hemos dejado de mantener una estrecha colaboración con un montón de catalanes de este gremio que comparten con nosotros la idea de que juntos somos más fuertes.
Creo que esta anécdota real es un ejemplo más de lo que están sufriendo muchos catalanes que se sienten españoles en Cataluña y que no forman parte de ese juego proyectivo tan tóxico como peligroso. Y todo esto me indigna y me hace preguntar qué está pasando. Aún a riesgo de equivocarme, veo demasiadas coincidencias con el experimento de psicología social de Stanley Milgram en 1963, que trataba de dar una respuesta al por qué más de un millón de alemanes contribuyeron al holocausto nazi. ¿Eran malas personas? Se preguntaba Milgram. Y concluyó que quizás no pero que se dejaron atrapar por un mecanismo psicosocial muy poderoso que es el de la «obediencia a la autoridad». Cuando las órdenes recibidas consistían en que castigasen a terceros los sujetos sufrían porque iba en contra de su propia conciencia personal. Pero aún así la mayor parte de los sujetos del experimento, así como de los alemanes reclutados en su momento, cedieron a la obediencia renunciando a sus principios morales, por miedo a desobedecer, miedo a entrar en conflicto con las figuras de autoridad… y miedo a las represalias. Trataron de justificarse con que ellos solo cumplían órdenes. Al igual que en la Alemania nazi.
Ojalá me equivoque, y no sea esto, pero las similitudes con la Catalonia fantaseada por los líderes independentistas, creo que son tan excesivas como preocupantes. Me preocupa que podamos insensibilizarnos hasta el punto que nos parezca lo normal por ser cotidiano. Me preocupa la sibilina manipulación del lenguaje que ejercen estos grupos perfectamente organizados, por ejemplo, cuando dicen: «los españoles que viven en Cataluña…» ¿Pero no son todos españoles? Y es que algunos giros lingüísticos, a fuerza de usarlos, pueden acabar calando en la conciencia colectiva como si fueran una realidad.
Animo a todos los catalanes a que no se dejen llevar por la agitación populista, en la que se usa la palabra «independencia» como sinónimo de dignidad, libertad absoluta y de bienestar sin fin, a que no se dejen seducir y manipular por otros. La dignidad y la libertad está dentro de cada uno, no en las promesas de los agitadores sociales.
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