quieto
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Alguna vez es bueno detenerse. Frenar. Recordarse dónde está la verdadera chispa de la vida, sin que otros te lo conviertan en un eslogan. ¿Nunca has soñado, como en alguna película fantástica, que pudieses congelar por un instante el tiempo?

Hazlo ahora, desde dentro. Frenar. Mirar, con tranquilidad, como a cámara lenta, la cantidad de historias, nombres, personas cuya vida se intercala con la tuya… Date, quizás, un instante para pensar también en Dios… que late cerca de ti. Aunque a veces ni te des cuenta. Disfruta, por un instante, de la calma. ¡Ahora!

¿No vivimos hoy muy rápido? Falta tiempo. A menudo se saturan las agendas, se acumulan las citas, se multiplican los proyectos. Todo tiene que ser ya. Todo parece imprescindible. Todo urge.

Los días vuelan. Y las semanas… y los meses. Como un animal voraz, el calendario aprieta, exige, y puede convertirse en el tirano de cada vida. El niño, el joven, el adulto… A veces es importante recordar que hay muchas cosas que duran poco.

Hay que conquistar espacios de calma. Ganar la batalla a la urgencia. Vencer al vértigo. Aprender a dominar el reloj. Vivir deprisa o despacio, pero sin ir arrastrados.

Hay que saber valorar las pequeñas fiestas de cada día: una buena música, una mesa bien surtida, una palmada en la espalda, un esfuerzo conseguido. Y ojalá, dejar a la gente entrar en esos espacios de quietud del día a día.

“Saludad con la paz a Jerusalén: Vivan tranquilos tus amigos; haya paz en tus murallas, tranquilidad y compañeros”. (Sal 122)

Prantxes Xabier de Echarri y Moltó

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