Seguro que alguna vez has oído, pensado o utilizado la expresión esa de «ojo por ojo, diente por diente». Una de esas expresiones que te recordará a códigos de civilizaciones pasadas, pero cuyo sentido sigue muy vigente en muchas relaciones cotidianas. No es difícil encontrarla en su versión más negativa. Ya sabes, cuando se intenta devolver puntillosamente el mal y el sufrimiento a la persona que lo ha ocasionado. Pero sin duda es mucho más sutil cuando se adopta como criterio que regula y pone muros a la generosidad. Y así, se corre el peligro de convertir el amor en una ecuación matemática donde el resultado es un sucedáneo que nada tiene que ver con la bondad. Un mezquino cálculo que nada tiene que ver con el amor verdadero.
¿A quién no le ha pasado alguna vez? Te encuentras en esa situación donde tu asistencia a una fiesta, la invitación a una boda, el regalo, la llamada o la visita pendiente, se ven condicionadas por saldar una deuda o devolver educadamente el gesto. Y te ves en un compromiso vacío de entusiasmo. Un devolver el favor. Un ignorar el sentido profundo de lo que puede ser una alegría compartida. Sí, es verdad, no es fácil.
Unos dicen que es cuestión de educación y otros que algo inevitable. Pero el riesgo es que te despiertes un día completamente encadenado a pequeñas deudas que vamos contrayendo y que fielmente cumplimos por el que no se diga de nosotros. Entonces, la razón de nuestra generosidad pasa a ser un igualar la contienda o un equilibrar la balanza con el otro. Sin más. Porque en el fondo a nadie le gusta deber nada a nadie.
Prantxes Xabier de Echarri y Moltó
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