José María Ruiz Cano murió martirizado el 27 de julio de 1936 en la carretera de Sigüenza a Guijosa, lugar donde tendrá lugar el homenaje a las 10 de la mañana. En este punto ya fue construida en 1940 una cruz en memoria del mártir. Ahora, en la parte superior, se ha esculpido en piedra una lápida que hace referencia a la beatificación del sacerdote.
José María nació en Jerez de los Caballeros el 3 de septiembre de 1906. Estudió en los Claretianos desde los seis años, y en 1920 ingresó en el postulantado de Don Benito. En 1923 regresó a Jerez de los Caballeros para realizar el noviciado y el 15 de agosto de 1924 realizó la primera profesión religiosa.
Estudió Teología en Zafra y fue ordenado sacerdote en Badajoz el 29 de junio de 1932. Fue destinado a Aranda de Duero. Allí, escribe en su diario en 1933: “¡Señor!, por la fe de estos pueblos salva a España, la pobre y abatida España. ¿Qué será de su suerte próxima? Hágase tu voluntad, pero en este caso dadnos tu gracia para beber el cáliz amargo de la persecución y del martirio. Hacedme digno de él si llegara el caso… Fortaleced a los débiles y fortalecedme a mí el más débil y desagraciado”.
El 2 de junio de 1933 fue destinado a Sigüenza como auxiliar de la formación de los postulantes del seminario claretiano. Un año más tarde pasa a ser prefecto de formación. Poco antes de su martirio, el padre Ruiz Cano había recibido una comunicación de sus superiores en el que le anunciaban su próximo traslado al seminario mayor de Plasencia.
Al entrar los republicanos en Sigüenza y comenzar la persecución religiosa, los superiores del seminario decidieron la dispersión del centro. El padre Ruiz Cano le pide a la Virgen: “Si queréis, Madre, una víctima, aquí me tenéis; escogedme a mí, pero no permitáis que suceda nada a estos inocentes que no han hecho mal a nadie”.
José María Ruiz se dirigió a Guijosa con los más pequeños de los seminaristas claretianos. El 27 de julio, a primera hora de la mañana, celebró con ellos la que sería su última misa, entre lágrimas.
A mediodía, la FAI y la CNT comenzaron a buscar al sacerdote. Mientras le detenían, pedía a la Virgen del Carmen que salvara España. Los milicianos le obligaban a vitorear al comunismo y a Rusia, pero el gritaba «¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Virgen María!».
Algunos le querían matar allí mismo, pero finalmente le montaron en un coche y arrojaron sobre él la imagen profanada de un Niño Jesús de la Iglesia de Guijosa. «Toma, para que bailes con él», le decían. Él la abrazó, pero se la quitaron y la tiraron al suelo.
Los seminaristas fueron liberados y a él le llevaron al cerro Otero, cerca de Sigüenza. Catorce milicianos dispararon al padre Ruiz Cano, que murió perdonando a sus verdugos y bendiciendo a Dios con los brazos en cruz. Aún no había cumplido los 30 años.
(Fuente: Revista Ecclesia)