#31EneroTercios: Ataque nocturno de las galeras del Duque de Osuna

#31EneroTercios: Ataque nocturno de las galeras del Duque de Osuna

Hace tiemembarco-tropas-esppo comentamos una de las grandes hazañas de esa marina del Gran Duque de Osuna, la batalla naval del cabo de Celidonia.

Hoy traemos otro de los épicos episodios que dio aquella armada.

En realidad, el duque pagaba de su bolsillo el apresto y armamento de las galeras de su virreinato (el de Sicilia en ese momento), pero los soldados y mandos eran españoles de la Armada y los tercios autorizados por el rey. Así que puede decirse que era una marina semiprivada.

El mismo historiador Cesáreo Fernández Duro lo reconoce así:

Las naves del Duque de Osuna no tenían de corsarias más que el nombre y la bandera; regíalas un general, llevaban capitanes é infantería española sujeta á la disciplina militar,…

En esta ocasión, como veremos más adelante, participaría una escuadra del Marqués de Santa Cruz, don Álvaro de Bazán, el hijo del gran general de la Armada que combatió en Lepanto y Azores entre otros muchos escenarios.

 

Ataque nocturno de las galeras españolas

Estamos a principio de 1612, en el virreinato español de Sicilia, que está gobernado por el Duque de Osuna, quien como hemos comentado aprestó una armada con sus dineros viendo el paupérrimo estado de la que se encontró al llegar. El duque era de los que no se lo pensaban mucho si veía una empresa con la que derrotar a los enemigos de España y, de paso, llevarse una tajada. Eso ocurrió cuando las galeras de su mando hicieron un prisionero muy particular.

Tiene gracia el eufemismo que utiliza la crónica de este episodio, la cual seguimos, y que dice que “habiéndole apretado para que dijese quien era“, confesó que se trataba de un espía turco mandado por un renegado inglés llamado Simon Daucer.

Confesó también que aquel inglés tenía preparados en Túnez, que era un nido de piratas y corsarios, diez bajeles de alto bordo muy fuertes. Algo extraño para aquellas gentes pero que ponía en relieve el verdadero objetivo de aquella escuadra: saquear las Indias Occidentales. Suponemos que el corsario inglés renegado ya había navegado por aquellos mares y sería el guía de la expedición, la cual estaba ya casi preparada para su salida con numerosos holandeses y turcos a bordo.

El Duque no se lo pensó mucho y ordenó preparar una escuadra de seis galeras bajo el mando de don Antonio Pimentel, un soldado viejo de los tercios de Flandes, muy ducho y arriesgado tanto en tierra como en mar. Ideal para lo que se quería hacer.

Las galeras fueron reforzadas con soldados viejos (con experiencia se entiende, no edad) y remeros mozos, fornidos y fuertes, cinco o seis por banco.

La navegación fue perfecta y en poco tiempo se pusieron a la vista de Tunez, en un lugar donde ellos no podían ser divisados. Esperaron a la media noche para iniciar un ataque nocturno en toda regla. Gracias a la total oscuridad, lograron meterse en el puerto enemigo sin ser localizados y quedarse a tiro de mosquete de la escuadra corsaria. Allí los españoles descubrieron que los buques estaban listos para partir y casi toda la gente embarcada, eso sí durmiendo muy al descuido.

Con tan buena ocasión, los españoles echaron sus chalupas al agua con más de cien soldados repartidos en ellas, provistos de multitud de bombas y artificios de fuego, con las cuales llegaron al lado de las embarcaciones enemigas sin ser vistos ni oidos.

Y entonces empezó la carnicería.

Los españoles pegaron fuego a siete de las naves, echando dentro gran cantidad de bombas ardiendo, quedando abrasados los buques y pegándose fuego unos a otros hasta que se fueron al fondo.

Luego, sacaron un gran navío de mil toneladas de porte, lleno de riquezas y mercancías, y después otros dos de menor valor que el primero pero igualmente ricos, que estaban algo apartados de los piratas y que sabían por las señas en qué parte estaban.

Los demás buques pequeños de la armada corsaria ardieron sin remedio y se fueron al fondo con  todo lo que tenían embarcado: bastimentos, municiones y gente de mar.

Los turcos, sorprendidos, no supieron defenderse, y aunque dispararon muchos cañonazos desde el fuerte, apenas hicieron daño a los españoles, que se dedicaron a quemar y destruir cuanto veían.

Al amanecer, la escuadra española dio por concluido el ataque y se retiraron con sus valiosas presas, con todas las galeras y chalupas, llenas de banderolas y gallardetes, disparando los cañones de crujía celebrando su hazaña y dejando tras de sí a una asombrada ciudad, arruinada y con su armada deshecha, además de numerosos muertos turcos y de otras nacionalidades.

 

Encuentro con una escuadra del Marqués de Santa Cruz

Mientras la victoriosa escuadra de galeras españolas se dirigía a su base en Sicilia, se encontraron a otra escuadra española: siete galeras del virreinato de Nápoles que hacían el corso por mandato del capitán general don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz.

Se optó por navegar en armada, aunque divididos en dos escuadras, y pusieron rumbo al puerto de Biserta en Túnez, donde habían sabido que allí se encontraba un gran acopio de provisiones, municiones, pólvora, jarcias y otros bastimentos. Esta vez entraron sin necesidad de ocultarse y arrasaron con todo sin apenas resistencia, saqueando de forma sistemática todo lo que pudieron en el menor tiempo posible.

Las galeras españolas se fueron bien repletas de botín, con turcos cautivos y haciendo que los capitanes y soldados fueran ricos en despojos. La pérdida de estos fueron insignificantes, siendo los más heridos por los cañonazos del fuerte del puerto de Túnez. En Biserta murieron sólo diez soldados españoles, siendo la pérdida estimada de turcos en medio millar, eso sin contar los cautivos que se llevaron.

Tras estas incursiones victoriosas, las galeras retornaron a Sicilia. Pero todavía tendrían tiempo de algo más. A veinte millas de navegación, cerca del cabo de Bona, dieron caza a un bergantín, al que tomaron, con 35 moros, y lo quemaron con una bomba de fuego que tiraron desde las arrumbadas de la capitana. Del bergantín sólo escaparon tres turcos, que salieron a nado por estar cerca de tierra.

Y así acabó una de las muchas incursiones que hicieron las galeras del duque de Osuna en aquellos años. Y era así porque si se tripulan bien los buques, con gente que sabe lo que hace, se da parte del botín a sus hombres, se comandan las naves con gente curtida y conocedora del oficio y se tienen las embarcaciones en buen estado, es lógico que todo salga bien.

 

Fuentes:

            Todo a babor

 

#31EneroTercios: La batalla del Cabo Celidonia

#31EneroTercios: La batalla del Cabo Celidonia

Si en vez de cinco ggaleras-contra-galeonaleones españoles los protagonistas de esta historia hubieran sido ingleses, incluso franceses, este asombroso combate naval del siglo XVII no estaría recluido en el baúl de los recuerdos de unos pocos.

Si el capitán al mando de la escuadra española, Francisco de Ribera, no hubiera nacido en Toledo, sino en Plymouth o en, qué se yo, Burnham Thorpe, la batalla del Cabo Celidonia habría tenido unas cuantas películas, libros y hasta algún videojuego dedicado a la misma.

La escuadra del capitán Francisco de Ribera

Algún día hablaré sobre el Gran Duque de Osuna, virrey de Sicilia y Nápoles por aquella época y verdadero acicate contra los turcos y venecianos por el dominio del Mediterráneo. Osuna reorganizó la penosa flota española sita en los territorios italianos del Imperio español, y creó, con su dinero y esfuerzo, una flota poderosa y temida como nunca antes en la zona. A expensas del rey de España, equipó con su oro galeras y galeones para hacer el corso y perseguir a los otomanos en cualquier parte. El rey de España veía así cómo se libraba del pago de una escuadra que estaba bajo sus servicios y que, además, recibía parte del botín que aquella sacase del corso. Si bien la mayoría de los galeotes eran sicilianos o napolitanos, gente del país, los soldados que llevaban a bordo y sus comandantes eran todos españoles, que eran los que en definitiva daban el poder de combate a las embarcaciones.

El capitán Francisco de Ribera era el arquetipo del hombre de mar de entonces: hombre conocedor de su oficio, fogueado en mil lances (algunos poco honorables), duros y con un valor que hoy en día sería difícil de comprender.

No quiero extenderme en su biografía, así que pasaré directamente a junio de 1616, donde el capitán español estaba bajo el mando de una pequeña escuadra de buques de vela con la misión de hacer el corso por la zona y ocuparse de una posible escuadra turca que, según avisos, se disponía a invadir Calabria.

Dicha escuadra constaba de los siguientes elementos:

  • Galeón Concepción(capitana) – 52 cañones. Bajo el mando del propio Ribera.
  • Galeón Almiranta– 34 cañones. Al mando del alférez Serrano.
  • Nao Buenaventura– 27 cañones. Al mando del alférez Iñigo de Urquiza.
  • Nao Carretina– 34 cañones. Al mando del alférez Valmaseda.
  • Nao San Juan Bautista– 30 cañones. Al mando de don Juan Cereceda.
  • Patache Santiago– 14 cañones. Alférez Garraza.

Además hay que contar una urca de carga, que aparece en la relación de la batalla y que desconocemos el origen, aunque puede ser una de las embarcaciones apresadas y marinadas por una dotación de presa. Esta tendría una participación heroica, como veremos.

Para hacer frente a esa hipotética invasión turca, se embarcaron a bordo de los buques un nutrido grupo de soldados españoles, unos mil mosqueteros. Esta fuerza sería vital en el combate.

La batalla del Cabo Celidonia

El día 14 de julio todo parecía destinado a ser un desastre inminente para los españoles, cuando vieron aparecer 55 galeras, si no fuera porque la constancia, la superioridad militar, la bravura y la determinación que aquellos hombres tendría su recompensa.

Llegaron a los españoles con una prisa terrible, según palabras del propio Ribera. A lo que este respondió con la maniobra de juntar los bajeles, para evitar así que los rodeasen individualmente y los aplastaran por simple superioridad numérica. Una vez hecho, se dio la orden de que el galeón Almiranta, la nao Carretina y la urca que comentábamos anteriormente estuvieran siempre juntos y se asistiesen unos a otros según lo fueran necesitando. En esta ocasión el trabajo en equipo se demostraría mejor que en ninguna otra batalla naval. Si uno caía, lo harían todos.

El patache formó a proa de la capitana (el Concepción), mientras que la capitana vieja se puso a su izquierda, con la orden de que si envestían al patache (la unidad más débil de los españoles) le abrigasen en medio de las dos embarcaciones más poderosas. Con todo esto preparado, con todos los hombres listos y armados, fueron al encuentro del enemigo.

Los turcos avanzaban en formación de media luna, siendo las galeras capitanas de Caravana y Rodas las puntas de lanza en ambos cuernos de la formación. Ambas fuerzas, unas a remo y otras a vela (con todo plegado excepto el trinquete y la gavia baja) empezaron a luchar a las nueve de la mañana. Y duró hasta el anochecer, que los turcos se retiraron, de momento.

Ocho galeras turcas habían dado a la banda (escoradas) y una de ellas había quedado desarbolada. Los españoles pusieron luz a sus fanales, al igual que los turcos, esperando el amanecer para seguir luchando. Ambos bandos se tenían ganas y la lucha era claramente sin cuartel.

Con las primeras luces del día, los turcos atacaron poniéndose a tiro de mosquete, hasta las nueve de la mañana cuando el Bey de Rodas, con una veintena de galeras, se decidió a embestir al Concepción y al Almiranta. El alférez Valmaseda, de la nao Carretina, estuvo bien listo cuando aprovechó la ocasión para atravesarse con el enemigo y hacerles un gran estrago. Desde luego hay que ser más que valiente para cruzarse en el camino de 25 galeras a velocidad de embestida. Los turcos se fueron en masa a por el insolente buque, dejando a la Almiranta. Si los de la Carretina fueron valientes, los de la urca no se quedaron atrás. Saliendo de la banda siniestra de la Almiranta, se atravesó al enemigo e hizo más de lo que podía esperarse de tan pequeña embarcación.

Como hemos visto, el apoyo mutuo estaba dando resultados y todos se socorrían sin distinción. Insisto: esta fue la clave de la batalla.

Mientras esto pasaba, el Concepción de Ribera no estaba quieto, ni mucho menos. Al galeón insignia acudieron la galera Real otomana con seis capitanas a sus lados y otra veintena de galeras (el resto). Y ahí fue cuando los 52 cañones y la guarnición de soldados, disparando sin cesar, hicieron estragos en la escuadra turca. Y todo durante poco más de media hora. Ribera dijo:

Recibieron daño tan notable que no acertaban a retirarse.

Se retiraron por fin y atacaron desde fuera hasta las dos de la tarde, pero siempre tan cerca que los cañones del patache les alcanzaban sin problema. Ese segundo día de combate dejo diez galeras a la banda y dos desarboladas. Los daños en los españoles eran más materiales que personales, y los buques estaban bastante dañados. Era normal por otra parte, tras el brutal ataque en masa recibido. Uno de los heridos fue el propio capitán Ribera, que fue alcanzado en la cara, afortunadamente sin mayores consecuencias.

Así que todo lo que quedaba de día y la noche fue aprovechado para remediar averías y pasar munición y pólvora a los buques que estaban escasos de ello, igualándolos para que nadie se quedara en inferioridad de condiciones. Eso lo tenían claro.

Los turcos estaban comprobando que las ligeras galeras poco podían hacer contra los altos flancos robustos de los buques de vela cuando estos, además, estaban tan bien defendidos. Y la forma en que estos se daban apoyo mutuo cuando lo necesitaban. Eso les estaba costando muchas bajas y no pocas embarcaciones. La moral, como no, iba en picado.

Sin embargo, el día 16 los turcos volvieron a la carga, literalmente. La galera Real otomana atacó directamente al Concepción de Ribera, que logró rechazar el ataque a las tres de la tarde, retirándose la Real dos horas antes que las demás debido a los daños. Una galera turca se hundió y dos quedaron desarboladas, estando 17 a la banda.

Aquello fue el final, porque los turcos habían sufrido tantos daños y bajas que les fue imposible proseguir el combate al día siguiente, retirándose al abrigo de la noche mientras que la escuadra de Ribera permaneció a la espera en las aguas de la batalla.

 

Los daños y bajas de la batalla

Ribera logró un éxito que, según dijeron, dio la vuelta al orbe. Ser capaces de desmantelar toda una flota de galeras con media docena de buques de vela, era algo inaudito hasta entonces.

Las bajas españolas fueron relativamente pocas, para la intensidad de los combates: 34 muertos y 93 heridos. Eso sí, las materiales fueron cuantiosas. El Concepción tuvo que ser remolcado a Candía, ya que tenía los palos y la maniobra hechos pedazos, a parte de todo el agua que les entraba, que hasta Candía tuvieron que dar los soldados a las bombas. El Carretina también fue el otro que salió mal parado, aunque todos pudieron llegar, como digo, para repararse de nuevo y volver victoriosos a Nápoles, donde tenían su base.

Los turcos tuvieron muchísimos muertos y heridos. Ribera sólo dice que mandó al fondo del mar a una galera, aunque dejó muy maltrechas a casi todas las demás. Otras fuentes, como Matías de Novoa, dice que de las 55 galeras muchas se hundieron (sin especificar) y que 23 quedaron imposibilitadas de navegar. También dice que murieron unos 1.200 genízaros y más de dos mil de chusma y marinería. En otras fuentes he leído que fueron 23 las galeras hundidas, pero seguramente tomaron el dato de Novoa de las imposibilitadas de navegar, sin saber a ciencia cierta si alguna fue puesta de nuevo en servicio.

El caso es que Ribera y su escuadra frenaron en seco a una más que potente flota turca y la desmantelaron en inferioridad de condiciones. Fernández Duro da 224 piezas de artillería (como mínimo) a los turcos, a disposición de emplearla a voluntad gracias a los remos, mientras que los españoles sólo disponían de medio centenar de cañones por banda. Si a esto le juntamos los 200 hombres de combate que, también como poco, llevaba cada galera a bordo, nos da unos 11.200 soldados turcos contra los 1.600 españoles a bordo de sus buques, vemos que fue una gesta con pocos precedentes en la historia naval.

Entre otros premios, Francisco de Ribera fue ascendido a Almirante y honrado por el Rey con el hábito de Santiago.

 

Fuentes:

           Todo a babor

 

#31EneroTercios: Invasión española de Inglaterra de 1597

#31EneroTercios: Invasión española de Inglaterra de 1597

La denomtercios aracinada Invasión española de Inglaterra de 1597 fue el intento de invasión anfibia de la isla de Britania por parte del Imperio español.

En 1585, el Tratado de Nonsuch había supuesto la entrada de Inglaterra en favor de los protestantes de las Provincias Unidas, rebeldes a Felipe II de España.

Esto supuso el inicio de una guerra contra España que duraría hasta 1604.

Tras el saqueo de Cádiz de 1596, el rey Felipe II tomó en consideración la defensa de la península y en vengar el ultraje enviando una armada para invadir Inglaterra en 1597, contando con la ventaja de tener puertos en la orilla francesa del Canal de la Mancha.

Fruto de la intervención de Felipe II en la guerra de religión de Francia en apoyo de la Liga Católica, Felipe II estableció guarniciones costeras como las de Blavet en 1590 y Calais en 1596, que tenían un valor estratégico añadido porque permitían amenazar a Inglaterra al ser bases para la flota.

Por su parte, Inglaterra también intervino en Francia, pero en apoyo del rey Enrique IV de Francia, por el tratado de Greenwich del año 1591…

Dos años después del Ataque de Carlos de Amésquita (1595), en 1597, mientras la flota inglesa, 20 barcos con 2000 hombres, buscaba a la flota de Indias en las islas terceiras, o si no las encontraba, para seguir hasta las Indias, cosa que intentó al no encontrar a la flota de Indias, en una tercera expedición contra la flota de Indias que acabó en fracaso.

Felipe II volvió a enviar una nueva flota de invasión contra Inglaterra, saliendo de Coruña bajo el mando de Juan del Águila, como maestre de campo general, y Martín de Padilla, como comandante de las tropas invasoras, con destino a Falmouth, punto de destino de la invasión, un poco más numerosa que su precursora de 1588.

Esta vez, partieron de Coruña y Ferrol 108 naves, más otras que se unirían y que salían desde otros puertos.

El recuento del Adelantado de Castilla del 1 de Octubre da como resultado: 136 navíos de 34.080 toneladas, 24 carabelas, 160 buques, 8.634 soldados, 4.000 marineros, 12.634 hombres, y 300 caballos.

Incluida en estas tropas estaba la escuadra de andalucía de 32 navíos, llevaba a dos tercios de infantería, el de Nápoles y el de Lombardía, éstos eran la élite de los tercios españoles, hombres que prácticamente no perdían batalla alguna, estando la flota bajo el Almirante Diego Brochero.

Junto con esta flota, iba otra a Bretaña en Francia con mil hombres, que estaba bajo dominio español (hasta el acuerdo de 1598, cuando Felipe II decide abdicar, y prepara un tratado de paz con Francia, en el que entrega Bretaña a Francia para cerrar frentes de guerra a su descendiente Felipe III.

El 17 de octubre de 1597, tras tres días de navegación en buen tiempo, llega la flota al Canal de la Mancha, tras avanzar hacia las costas inglesas sin encontrar oposición, donde se dio un fuerte temporal y se dio la orden de dispersar la flota, si bien en esta ocasión no se produjeron los catastróficos resultados de 1588.

Aun así, siete barcos llegaron a tierra en las proximidades de Falmouth, desembarcando a 400 soldados de élite que se atrincheraron esperando refuerzos para marchar sobre Londres.

Tras dos días de espera en los que las milicias inglesas no se atrevieron a hostigarlos, recibieron la órden de embarcar, pues la flota se había dispersado irremediablemente, regresando a España sin ningún contratiempo.

Tras la vuelta de la flota inglesa, que había partido hacía tiempo para tratar de capturar la flota de Indias española, fracasando una vez más, se abrió una investigación por haber dejado indefensa la costa inglesa y poniendo a la capital en serio peligro, y fueron numerosas las acusaciones de traición abriéndose un juicio contra algunos mandos acusados de estar a sueldo del rey de España…

La Guerra Anglo-Española (1585–1604) fue un conflicto entre los reinos de Inglaterra, gobernada por Isabel I de Inglaterra, y de España, donde reinaba Felipe II.

La guerra comenzó con victorias inglesas como la de Cádiz en 1587, y la pérdida de la Armada Invencible en 1588, pero diversas victorias españolas como la de la Contraarmada en 1589, así como la enorme mejora en la escolta de las flotas de Indias y la rápida recuperación de España ante las pérdidas, acabaron por debilitar definitivamente a Inglaterra y desembocaron en la firma de un tratado de paz favorable a España en Londres en 1604.

Fuentes: La Factoría Histórica

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