Oct 17, 2018 | Actualidad
Hasta aquí en los dos capítulos anteriores se ha venido destacando la preparación y capacidad de mando de dos de los grandes protagonistas como son su Majestad y el Duque, pero…
¿Qué hay de la tercera persona clave, el Marqués de Santa Cruz, a lo largo de la campaña?
El transporte de las tropas desde Setúbal a Cascáis, el propio desembarco en Cascáis y la cobertura sobre la infantería en el castillo de San Gián de Hueras no habrían sido posibles y probablemente el desenlace de las operaciones hubieran sido muy diferentes.
También es cierto que la oposición encontrada por el Marqués de Santa Cruz fue realmente baja, en parte por el apoyo a la causa de Felipe II por los mandos de la mayoría de las fortalezas en la costa del Algarve por donde la armada navegaba pero también por la ‘capacidad de convicción’ que su propia presencia generaba.
“…Partió el Marqués de Santa Cruz con el armada desde Cáliz para Setúbar, adonde el Duque le estava aguardando para embarcarse, a ocho de julio del dicho año. Y llegó a la barra de Ayamonte a los treze del dicho, y la villa de Castromarin, primer lugar del Algarbe que allí estava, se rindió luego al Marqués, (…) y a los diez y nueve llegó a Faro, y aquel día no se quiso rindir, mas el día siguiente lo hizo. Y dexando allí dada la orden que convenía, se partió y fue a Villanueva de Pórtima, y dos leguas antes que llegasse el armada, la salió a recebir una caravela con banderas de paz, (…) y el Marqués fue de passo dos leguas más adelante y llegó a la ciudad de Lagos, y a segundo día se rindió, (…) Y luego partieron hasta llegar dos leguas del cabo de Sant Vicente, adonde estava una muy gran fortaleza, que llaman Sacres, fuerte y bien artillada; tenía dentro dozientos soldados, los quales se mostraron muy leales a su Magestad, porque en el punto que el armada llegó se entregó al Marqués, (…) Y de allí partió, el Algarbe abaxo, noventa millas, sin dar fondo hasta que llegó a Setúbar…”
[DE ESCOBAR, Antonio – CAPÍTULO XIII]
Debo reconocer que a lo largo de estos tres capítulos me he ido haciendo ‘auto-spoiler’ al ir adelantando que iba a centrarlo en la magistral combinación de fuerzas y armas empleada a lo largo de la campaña, incluso por el anuncio de los próximos episodios que se tratarían.
A estas alturas ya lo mejor es descubrir el contenido de los capítulos restantes que se desarrollarán tras el presente:
Cobertura de la artillería naval a la infantería en el desembarco en Cascáis.
Cobertura de la artillería naval a la infantería en el cerco al castillo de San Gián.
Cobertura de la infantería a la artillería en el cerco al castillo de San Gián.
Bueno… y una licencia que me permitiré como punto final de los relatos, espero que me disculpen.
¡Empecemos!
Nos encontramos con el ejército y la armada atascada en Setúbal, con este escenario hay dos opciones posibles como es subir con todo el ejército a Santarém, el camino más esperable, o dar un giro radical a la táctica más previsible sorprendiendo al enemigo.
El Duque eligió lo segundo, por un lado simula un ataque terrestre hacia Santarém ocultando que el movimiento principal sería embarcar a gran parte de la fuerza en una increíble maniobra superando el estuario del Tajo por mar hasta Cascáis, cerca de Estoril, el principal problema del plan sería elegir un punto de desembarco seguro y lo más cercano posible a Lisboa para no perder la sorpresa y la iniciativa que se había llevado en toda la campaña, este aspecto fue resuelto por uno de los aliados portugueses fieles a Felipe II como era el propio señor de Cascáis, Don Antonio de Castro, que conocedor de aquellas tierras pudo indicar el mejor punto de la costa donde crear, primero, la ‘cabeza de playa por el Capitán Rodrigo de Baldés del Tercio de Nápoles’ y, posteriormente, ejecutar el desembarco con la celeridad imprescindible para el éxito de una operación en la que la sorpresa resultaba esencial. En toda la operación la capacidad de la artillería naval de las galeras españolas resultaría clave en el éxito del desembarco.
“…Visto que don Diego de Meneses pretendía que nuestro exército no saliesse a tierra, se dieron nuestras galeras tan gran priessa a disparar que la cavallería e infantería portuguesa començó a yrse retirando de la marina, porque los balazos les davan en medio de sus esquadrónes, y como llegasse una gran bala y diesse al medio de su cavallería, se entendió desde las galeras que les havía hecho notable daño, porque al punto se juntaron con gran corrida de cavallos a la parte donde havía herido el balazo. Y como ellos vieron que ya yva muy de veras, desde aquel punto començaron a recoger su cavallería e infantería, que havía andado hasta allí atravessando la campaña de una parte a otra, y hizieron alto, embeviendo sus esquadrónes y atalayando lo que en la tierra y mar de nuestra parte passava. El artillería de las galeras no cessava de disparar para que los portugueses no pudiessen llegar a la marina a estorvar que los castellanos dexassen de desembarcar, y luego las galeras començaron a echar esquifes a la mar y a entrar en ellos nuestra infantería, y los del primer esquife que tomaron tierra fueron el Capitán Rodrigo de Baldes, del tercio de Nápoles, con cinquenta mosqueteros, los quales envistieron luego a ganar una serreta alta y redonda, que cerca de la marina estava, y al subir como yvan disparando, mataron dos portugueses de a cavallo y tres de a pie, que yvan huyendo a juntarse en sus esquadrónes, y estos que cayeron avían llegado a reconocer. Y como yvan desembarcando los nuestros, se yvan juntando y subiendo la serreta, en la qual como llegassen a lo alto, començaron a mosquetear y hazerse fuertes en ella porque los portugueses no se la ganassen, que según pareció havía hecho punta la cavallería portuguesa para subirla. Y como vieron que ya los nuestros estavan en lo alto y los que más yvan desembarcando subían con mucha ligereza, dexaron de acometer a ganarla, y en poco espacio la serreta estava llena de nuestra infantería, la qual desde allí descubría toda la campaña, y se devisavan bien claro todas las banderas de los portugueses, ansí las de la cavallería como infantería. Y como los nuestros se diessen gran priessa a desembarcar, yvan formando sus esquadrónes y marchando hazia los contrarios, unos por la marina y otros por la campaña, dándoles caça y mosqueteando, los quales mataron quatro de a cavallo y prendieron dos y los traxeron al Duque. Y como los portugueses vieron que los acometían con gran ímpetu, temieron de manera que dieron en huyda sin querer travar escaramuça con los nuestros, antes corrían con gran furia la buelta de Cascaes, que dos leguas de allí estaba…”.
[DE ESCOBAR, Antonio – CAPÍTULO XIX]
“…A los treynta de julio acabaron de desembarcar antes de mediodía, tan libremente que no uvo quien se lo contradixesse, y se fueron luego hazia donde estava el Duque en la hermita…”
[DE ESCOBAR, Antonio – CAPÍTULO XX]
Con esta magistral operación combinando la capacidad naval y artillera de la Armada española junto con la acometida legendaria de los Tercios se superaba un enorme obstáculo geográfico como representa el cruce del estuario del Tajo a la vez que se sorprende por completo a las fuerzas defensoras de la capital portuguesa.
Con este ‘sin igual golpe de mano’ terminamos la tercera de las entregas, nos quedan dos más.
¡Hasta la próxima semana!
Vicente Medina
BIBLIOGRAFÍA
Relación de la felicíssima jornada… que hizo… don Felippe… en la conquista de Portugal, ed. de Amparo Alpañés Anexos de la Revista Lemir (2004) ISSN 1579-735X
- HistoCast 150 – Álvaro de Bazán y las Islas Terceiras
- GÓMEZ BELTRÁN, Antonio Luis
Islas Terceiras. Batalla Naval de San Miguel, ediciones Salamina
Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Oct 11, 2018 | Actualidad
La campaña por los derechos dinásticos de Felipe II por Portugal se inició el 13 de junio, pero el desenlace principal se produjo el 25 de agosto en las márgenes del río Alcántara por el control del puente que sobre dicho río da acceso a las puertas de la muralla de Lisboa. Fue el principal enfrentamiento pero ni el único ni el último, ya que las últimas fichas las haría caer Sancho Dávila meses después con la persecución hasta Coímbra y posteriormente con la batalla por Oporto contra el pretendiente al trono portugués Don Antonio, Prior de Crato.
Como ya se ha apuntado las principales acciones de la campaña dirigida por el Duque de Alba supuso la combinación de diferentes armas de forma perfectamente coordinadas, haciendo jugar con máxima eficacia los apoyos entre artillería, caballería e infantería y en momentos decisivos la armada del Marqués de Santa Cruz.
El caso de la batalla de Alcántara es un ejemplo de combinación de las fuerzas navales y terrestres, ejerciéndose la presión en tierra de la infantería en coordinación con el decisivo cierre sobre la infantería portuguesa de la caballería española, pero resultando esencial el bloqueo de la armada portuguesa por parte de la armada española, embotellándola en el estuario del Tajo.
“…a las dos horas antes que amaneciesse, començó a tocar por todos los quarteles de la cavallería una trompetilla sorda para que se armassen y pusiessen a cavallo, siguiendo cada qual su estandarte, y en estando juntos començassen a marchar sobre el real de don Antonio, rey que se dezía ser de Portugal. Yvan en nuestro esquadrón mil y ochocientos cavallos, y faltaron las compañías del Conde de Buendía y Adelantado de Castilla, porque quando el exército havía marchado dos jornadas delante de Hielves, se bolvieron allí con orden de su Magestad para que estuviessen junto a Hielves. Y a la misma hora que havemos dicho començó a marchar la infantería, cada tercio por su parte y todos sin tocar caxas, bien proveýdos de armas y munición en cantidad de diez y ocho mil infantes pocos más, porque los demás que el exército tenía el Duque los havía dexado de presidio en los pueblos y castillos que hasta allí havían sido ganados, y muchos d’ellos que havían muerto de enfermedad, y otros que havían quedado malatos. Y dos tercios de bisoños a la propia hora se embarcaron en las galeras, porque allí eran necessarios. Y la traça de la batalla era que se havía de dar por tres partes: la cavallería sobre la mano derecha del enemigo, y la infantería y artillería a la frente, y por el lado siniestro el Marqués de Sancta Cruz con su armada contra la del enemigo…”
[DE ESCOBAR, Antonio – CAPÍTULO XXXIX]
Llegado a este punto con la estrategia desplegada por Felipe II y la táctica puesta en marcha por el Duque de Alba a este segundo solo le faltaba dar el último ‘Santiago’ a las tropas desplegadas a lo largo del margen del Alcántara y a la flota, presionando por el Tajo sobre la armada portuguesa.
“…nuestra infantería, visto que los contarios havían representado, se fue descubriendo en lo alto del río Alcántara y començaron a darles carga, (…) Y nuestra cavallería estava queda en su puesto, conforme a la orden que tenía, (…) y también porque estava dada orden que quando se diesse el «Sanctiago» para dar assalto la infantería al repecho y trincheras, havía de yr nuestra cavallería dando cerco al enemigo por el costado y envestir con él por allí. Y a este tiempo las dos armadas siempre havían disparado la una contra la otra, haziéndose el daño que podían, aunque no llegaron por entonces a cerrar. (…) Y como durasse la batalla en esta forma hasta las diez del día, se dio orden por mandado del Duque para envestir con la puente de Alcántara, donde estava el tercio de Ytalia, el qual envistió con ella dos vezes, y ambas le dieron tanta priessa los portugueses que le hizieron retirar. Lo qual, visto por el Prior, arrimó al tercio con orden de su padre dos mangas de bisoños, y mándoles envestir tercera vez, y luego ganaron la puente, (…) Y como el Duque vio ganada la puente mandó que los tercios diessen assalto a las trincheras de don Antonio, y luego el tercio de Nápoles començó a subir, y los demás tercios le siguieron. Y el Duque diziendo «Santiago», y «la Magdalena», y «Arremeta la cavallería», la qual con gran furia lo hizo luego, invocando al apóstol Sanctiago y a la Magdalena sobre mano derecha para coger a don Antonio en medio de los nuestros, y allí cerrar. (…) viéronse perdidos y no tuvieron esfuerço para aguardar a que nuestra cavallería llegasse a darles el encuentro. Y desampararon su artillería, la qual hasta allí nunca havía cessado de disparar, y la nuestra lo mismo. Bolvieron la riendas y dieron en huyda, y don Antonio con ellos, malherido, siguiéndolos toda su infantería; y los castellanos diziendo «Victoria, cierra España»…”
[DE ESCOBAR, Antonio – CAPÍTULO XL]
De la batalla poco mas podemos añadir salvo que el desorden de la retirada provocó más número de bajas que el propio combate para los portugueses, viviéndose tristes escenas en el momento del cruce de las puertas de la muralla de Lisboa cuando abrieron fuego los propios defensores contra los civiles y soldados que trataban de alcanzar la seguridad de la ciudad, como nos describe el autor, Antonio de Escobar, y testigo de todos estos hechos:
“…Y como los que estavan en los muros y almenas vieron que los castellanos yvan en el alcance a los suyos por las calles de los arravalles, y que prestro llegarían a las puertas de la ciudad, temieron que se les entrarían por ellas y que en viéndose dentro harían el daño que pudiessen en los de la ciudad y la saquearían. Y como el tropel a las puertas era tan grande de los que yvan entrando, no sabían qué remedio tener para poder cerrarlas, porque no hubiera fuerças humanas que lo pudieran hazer, y tomaron por remedio que los de los muros y almenas arcabuceassen rostro a rostro a los suyos para que se detuviessen y no entrassen en la ciudad, porque huviesse lugar de poder cerrar las puertas, que con dejar fuera seys o siete mil portugueses al perdido remediavan la ciudad. Y por ello usaron de este ardid, de tal manera que no solamente los arcabuceavan, mas arrojávanles mucho número de cantos que quitavan de las almenas y obras muertas que por lo alto de las puertas y muros havía, y este remedio les aprovechó. De manera que aunque mataron alguna gente de los suyos, fueron parte para que se pudiessen cerrar las puertas, y los que no pudieron entrar, como se vieron sin remedio, acudieron a la marina a los que sabían nadar, y arrojáronse a la mar guiando hazia su armada que cerca de allí estava, en la qual muchos se salvaron, y otros se ahogaron antes que llegassen a ella. Y los que no sabían nadar dieron la buelta alrededor de la ciudad, por el otro lado a la parte de tierra. Y los nuestros los siguieron hasta que passaron gran trecho de la otra parte, donde derribaron muchos, y se bolvieron, porque tenían orden de no passar adelante (…) Tardaron tres días los de la ciudad en enterrar los muertos. Y halláronse muchas mugeres muertas por las calles de los arravales y cerca de las puertas de la ciudad, y algunas con sus niños en los braços muertos, que como yvan huyendo a valerse en la ciudad y era tan grande el tropel de los portugueses, entre ellos caýan y se ahogavan sin poderse valer, y sus criaturas con ellas…”
[DE ESCOBAR, Antonio – CAPÍTULO XL]
Triste, muy triste el desenlace final de la batalla por Lisboa.
Con este final damos por terminada la segunda de las entregas.
¡Vamos a por la tercera!
Vicente Medina
BIBLIOGRAFÍA
Relación de la felicíssima jornada… que hizo… don Felippe… en la conquista de Portugal, ed. de Amparo Alpañés Anexos de la Revista Lemir (2004) ISSN 1579-735X
- HistoCast 150 – Álvaro de Bazán y las Islas Terceiras
- GÓMEZ BELTRÁN, Antonio Luis
Islas Terceiras. Batalla Naval de San Miguel, ediciones Salamina
Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Oct 3, 2018 | Actualidad
Buscando curiosidades sobre las que leer, y escribir, relativas a la más que amplísima Historia de España, me encontré con un periodo de nuestra Historia del que poco se habla o cuando se habla se hace muy por encima como ‘algo’ poco destacable, pero…
¿Poco destacable ganar un imperio?
¿Poco destacable crear la base del dominio naval en el Atlántico?
Me estoy refiriendo a la Guerra de Sucesión portuguesa, en la que nuestro rey Felipe II hizo prevalecer sus derechos al trono de Portugal proclamándose como Felipe I de Portugal y unificando los dos mayores imperios occidentales del siglo XVI.
Rebuscando es ‘relativamente fácil’ encontrar información sobre la empresa por las Islas Terceiras y más concretamente por la batalla por la Isla de San Miguel de 1582.
¿Pero solo ocurrió esa batalla?
¿Todo se resolvió con un enfrentamiento naval?
La Guerra de Sucesión se desarrolló desde 1580 hasta 1583, evidentemente la importancia de las operaciones navales fueron claves pero…
¿Fueron solo operaciones navales?
¡Ni mucho menos!
Todo se iniciaría con la jornada de Portugal diseñada por Felipe II en la que puso sobre el tablero de juego lo mejor de todo lo que disponía. El diseño fue desde un inicio una combinación de fuerzas tanto navales como terrestres, de la combinación de fuerzas y armas va la mayor parte del artículo.
Por la parte terrestre puso al mejor de sus generales: al Gran Duque de Alba, Don Fernando Álvarez de Toledo, capitán general de las operaciones tanto navales como terrestres. Y con el Duque lo ‘mejorcito’ de los Tercios.
“…E yva el tercio de Nápoles, y en él por maestre de Campo, don Pero Gonçález de Mendoça de la Cruz, grande hijo del Marqués de Mondéjar; y el tercio de Lombardía, y por maestre de campo don Pedro de Sotomayor; y el tercio de ytalianos, y por general d’él don Pedro de Médicis, hermano del Duque de Florencia; y en este tercio havía tres Coroneles, cada uno d’ellos por su tercia parte, en la una d’ellas Vicencio Garrafa, Prior de Ungría de la Cruz grande, y del otro Próspero Colona, y del otro Carlos Pinelo, en el qual yvan muchos ventureros. También yva el tercio de los alemanes tudescos, y por Coronel el Conde Gerónymo Ladrón, y siete tercios de bisoños, y en ellos por maestres de Campo don Gabriel Niño, don Martín Dargote, don Luys Henrríquez, Pedro de Ayala, Antonio Moreno, don Diego de Córdova, don Rodrigo Çapata…”
[DE ESCOBAR, Antonio – CAPÍTULO I]
Pero por ‘la Mar’ tampoco dejó la cosa huérfana, también por esta parte el rey Felipe II jugó a la carta más alta poniendo sobre el tapete al mejor de sus almirantes como general de toda la armada: al Marqués de Santa Cruz, Don Álvaro de Bazán. héroe de Lepanto y de tantos otros combates. Tampoco al Marqués se le envió manco al combate.
“…Traýa el Marqués de Santa Cruz en el armada sesenta y quatro galeras reales y veynte y una nao de alto borde, sesenta y tres chalupas, nueve fragatas para descubrir. Venía por Vehedor general en esta armada Luys de Barrientos; yva por general de veynte galeras del reyno de Nápoles don Juan de Cardona, y por general de diez galeras de Sicilia don Alonso de Leyua, y treynta y quatro de España por el Marqués de Santa Cruz, y él mismo por general de toda el armada, y en ella Andrés Dalba por proveedor general; venía por general de las naos y chalupas don Rodrigo de Benavides, cuñado del marqués de Santa Cruz…”
[DE ESCOBAR, Antonio – CAPÍTULO I]
En el conjunto de toda la Guerra de Sucesión hay dos hechos de armas claves para el éxito de toda la contienda, aunque ni mucho menos fueron los únicos que acontecieron:
- La Batalla de la Isla de San Miguel por conseguir las Islas Terceiras, victoria que le dio a España el control del tráfico marítimo atlántico durante casi tres siglos, pudiendo convertirse en un imperio a nivel mundial.
- La Batalla de Alcántara a las puertas de Lisboa, que incorporó un nuevo reino a los Reyes de España, cumpliéndose el sueño de los Reyes Católicos de unificación de todos los reinos ibéricos bajo una misma corona.
Las principales operaciones ‘terrestres’ se desarrollaron en poco más de dos meses de ‘guerra relámpago’. En este momento podemos recordar que la Alemania Nazi se hizo con Polonia con unos medios y tecnologías infinitamente superiores en poco más de un mes dando inicio a la Segunda Guerra Mundial, ejecutando con precisión y disciplina la táctica desarrollada por el Duque desde la entrada de su Majestad por la raya entre Portugal y Castilla frente a Badajoz el 13 de junio de 1580.
“…Estando las cosas de la guerra en este punto, fue su Magestad a la ciudad de Badajoz, que está una legua de la raya que divide a Portugal con Castilla, donde llevó consigo a la Reyna doña Ana señora nuestra, su muger, hija del Emperador Maximiliano, Rey de Bohemia, y de la Emperatriz doña María, su hermana, y al Príncipe don Diego, su universal heredero, y a las Infantas sus hijas doña Isabel Eugenia de Austria y doña Catalina, hijas de la Reyna doña Isabel, que fue hija del Rey Henrrique de Francia, y al Cardenal don Alberto, hijo del Emperador Maximiliano. Y a los treze de junio de aquel año tenía su Magestad plantado su real a la vista de Hielbes, primera ciudad del reyno de Portugal, en la deesa de Cantillana, ribera del río Gébora. Este día vinieron su Magestad y la Reyna, Príncipe e Infantas desde Badajoz al Real, que una legua de allí estava, con toda su Corte para ver entrar el exército, y puestos en una enrramada començó por buena orden de mañana a entrar en el campo la gente de guerra que se avía juntado por delante de sus Magestades…”
[DE ESCOBAR, Antonio – CAPÍTULO II]
Aquí hacemos la primera parada, pero solo hemos empezado en una semana la segunda de las entregas con la Batalla de Alcántara por Lisboa, pero ahí no pararemos ya que todavía quedarán mas aventuras heroicas por conocer.
Vicente Medina
BIBLIOGRAFÍA
Relación de la felicíssima jornada… que hizo… don Felippe… en la conquista de Portugal, ed. de Amparo Alpañés Anexos de la Revista Lemir (2004) ISSN 1579-735X
- HistoCast 150 – Álvaro de Bazán y las Islas Terceiras
- GÓMEZ BELTRÁN, Antonio Luis
Islas Terceiras. Batalla Naval de San Miguel, ediciones Salamina
Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Sep 24, 2018 | Actualidad
El 12 de diciembre de 1474, solamente tres meses después de la muerte del marqués de Villena, fallecía en Madrid el hermanastro de la Reina Isabel, Enrique IV. Desmadejado por su mala vida y su dejadez física y moral, ni tan siquiera fue amortajado por sus nobles más allegados sino que, con su ropaje cuasi mugriento, fue tan secretamente enterrado hasta que en 1946 un obrero descubrió su ataúd y el doctor Marañón pudo certificar que Enrique IV no era sino un hombre aquejado de una timidez enfermiza, en especial con las mujeres.
Según parece el rey falleció sin haber otorgado testamento y, por tal causa, no reconocido como su hija Juana, la sucesora legítima no podía ser otra que su hermanastra Isabel. Esta, aconsejada por sus nobles próximos, al día siguiente se proclamó Reina de Castilla en Segovia, firmándose a los pocos días el documento que guió todo el reinado de Isabel y Fernando, ejemplo de dignidad real y de visión de Estado, denominado «La concordia de Segovia».
Sin embargo, una vez más los nobles castellanos, con su ambición, se revolvieron contra tal nombramiento y, de nuevo, el marqués de Villena, hijo, con la asistencia en este caso del obispo Carrillo, lograron la compañía de Alfonso de Portugal al objeto de entronizar a Juana, la «hija de la Reina» en el trono de Castilla. Alfonso, tío de Juana, no fue, ciertamente, un hombre valeroso sino más bien un ambicioso que deseaba engrandecer su reino con la ayuda de los nobles castellanos y el apoyo de las tropas del Rey Luis XI de Francia. Sin embargo, el francés tenía otros problemas, aparte de ser derrotado en Fuenterrabía por Fernando que se aseguró la pacificación y posesión de Navarra.
La expedición portuguesa hizo algunos progresos alcanzando Plasencia, en donde se desposaron tío y sobrina, proclamándose Alfonso y Juana Reyes de Castilla. Internándose el Rey Alfonso en tierras castellanas no encontró el apoyo que suponía, si bien se apoderó de Toro, Zamora y algunas poblaciones cercanas al Duero. La falta de combatividad de Alfonso resultaba patente, aguardando la asistencia de los franceses que nunca llegó. En su espera en Arévalo, enterado de la proximidad del conde de Benavente, el rey portugués le atacó e hizo prisionero, sin embargo no progresó en su avance hacia Burgos, sino que se refugió en Zamora. Las tropas de Isabel conquistaron Trujillo y con ello gran parte de las posesiones del marqués de Villena. Alfonso retiró su ejército en Toro, ante la rebelión sufrida en Zamora, conquistada a continuación por el Rey Fernando. En un constante toma y daca, Alfonso intentó asediar a Fernando encerrándole en Zamora, sin embargo, el frío y las condiciones de intendencia de las tropas portuguesas le obligaron a regresar al abrigo de Toro. Perseguido por Fernando, a escasos kilómetros de la población, se produjo la batalla que, sin un claro vencedor, sí produjo el desaliento de Alfonso y el resquebrajamiento de la moral de la soldadesca portuguesa, que regresó a su tierra.
En el trascurso de 1476 los principales nobles que aun apoyaban a Juana, en particular los del linaje Pacheco-Girón, Juan Téllez Girón y su hermano Rodrigo, Luis de Portocarrero y el marqués de Villena, se fueron sometiendo a la Reina Isabel, la cual junto con su esposo Fernando consiguieron el reconocimiento de Francia como Reyes de Castilla y Aragón.
A principios de dicho año, tropas portuguesas comandadas por el obispo de Évora penetraron en Extremadura, promoviendo el alzamiento de algunos nobles extremeños, entre ellos la condesa de Medellín partidaria de Alfonso. Sin embargo, aquella aventura tuvo su final cerca de Mérida, en donde las tropas portuguesas sufrieron un gran revés, que les obligó a retirarse de nuevo a Portugal. Aquella lucha en favor de Juana también se aproximaba a su final. En la villa portuguesa de Alcáçovas se reunieron los representantes de ambos reinos y fijaron un Tratado que tomó el nombre de dicha población. Sin perjuicio de fijar la paz entre ambos bandos y de renuncias reciprocas a tronos portugués y castellano, puede considerarse un anticipo del de Tordesillas, si bien, en las llamadas «Tercerías de Moura», también afectó a Juana, la Beltraneja, la cual eligió el convento en lugar de esperar a casarse con el príncipe de Asturias, Juan de Castilla, si este lo decidía al alcanzar los catorce años. El convento, sin embargo, no fue su destino final sino el Castillo de San Jorge en la capital lisboeta. Allí falleció en 1530, no sin antes dejar en testamento sus derechos sucesorios a favor del rey Juan III de Portugal. Sus restos se hallan desaparecidos como consecuencia del terremoto que asoló Lisboa de 1755.
Con dichos documentos, ratificados en Lisboa y en Toledo, finalizó una guerra civil entre castellanos, convertida en una guerra internacional entre los Reyes de Castilla y Aragón y el Rey de Portugal, Alfonso V, y su hijo Juan, con la presencia activa e intermitente del Rey de Francia Luis XI.
Francisco Gilet
Fuentes:
“Isabel La Católica”, Tarsicio de Azcona.
“Isabel, la Católica”, Manuel Fernández Alvarez.
Sep 17, 2018 | Actualidad
Le resultó muy duro a la Infanta Isabel llegarse hasta Cardeñosa, en Ávila, al iniciarse el mes de julio de 1468. Su hermano, su querido hermano Alfonso yacía tembloroso, febril y misteriosamente doliente en la cama. La noche anterior se había comportado con total normalidad, cenando en su forma habitual. Jocoso y alegre, había acudido a sus aposentos, dejando atrás al obispo de Toledo, Carrillo, al Marqués de Villena y al conde de Benavente, verdaderos medradores a la espera de recoger el botín surgido de la rebelión contra el rey Enrique IV, llamado el Impotente.
Isabel contemplaba el rostro de su hermano, aquel rostro joven con el cual había convivido en Arévalo durante tantos años, bajo la dulce mirada de su madre Isabel de Portugal, desvaída en ocasiones y pronta a la depresión en otras. Allí decidiría Isabel que fueran depositados los restos de su hermano, en el monasterio de San Francisco en esa villa tan amada. Ella era consciente de que su hermano era tildado como el Inocente, sin embargo tenía pleno sentimiento de la fortaleza interior de aquel muchacho de catorce años, supuestamente manejado por unos nobles castellanos rebeldes a Enrique que se habían levantado en armas proclamándole rey. Después del espectáculo conocido como la «farsa de Ávila», destronado Enrique en la figura de un monigote por el propio Carrillo, Pacheco, el conde de Benavente, el conde de Paredes y el pueblo llano, Alfonso, con apenas once años, se había ido forjando en la lucha contra su hermanastro. Durante esos tres años, incluso investido con la armadura de caballero, había ido configurando un espíritu más próximo a un Alfonso el Decidido que al mote que le adjudicaban Villena y sus compinches.
Querido y aclamado por donde pasaba, la consideración de sucesor de su hermanastro Enrique, con desprecio de Juana, para Isabel «la hija de la Reina» y nada más, se fue forjando en la personalidad de Alfonso una decisión firme: necesitaba ser el rey que Castilla. La guerra entre Enrique y los Pacheco, Carrillo y demás nobles, no era realmente en favor del proclamado rey Alfonso, sino en rebeldía contra un rey indeciso, temeroso, incapaz de gobernar y siempre dispuesto a la cobardía. Ni tan siquiera su tendencia afectiva hacia la morisma, su más que indudable impotencia, su merma de virilidad, su carácter pusilánime y el olvido de su realeza ante los conocidos devaneos amorosos de la reina Juana de Avis, fueron los instigadores de la revuelta, sino el ambicioso deseo de aquellos nobles de alcanzar mayores prebendas y botines de la mano del Impotente.
Alfonso de Castilla, podría haber sido un guiñol en las intenciones y deseos del Marqués de Villena, o de Diego López de Zúñiga, cuando en Ávila pateó el muñeco real al grito de « ¡A tierra, puto!», para luego aclamar «¡Castilla por el rey Alfonso!». Sin embargo, Isabel, contemplando el cadáver de su hermano aquel 5 de julio de 1468, gozaba de la certeza de que Alfonso ya había dejado de ser un pelele el día en que se enfrentó a la fuerzas de Enrique en el campo de Olmedo, sin que ninguno de los dos bandos reclamase la victoria. Así, durante tres años de contienda civil, Alfonso tuvo el coraje de formar una corte donde la cultura, las artes y la justicia brillaban, quizás en demasía para aquellos ambiciosos cual Villena y Carrillo. Una guerra civil que tuvo un final al estilo de la que sería reina, al estilo isabelino.
Ante ese cadáver, la infanta Isabel se convirtió en la única legítima sucesora de su hermanastro, al haber este rechazado a la «hija de la Reina», Juana, por hija suya. Con tal decisión la marcó no solamente como ilegitima, sino que tuvo que aceptar el baldón de que desde Villena hasta el último súbdito llamase a esa niña, la Beltraneja. Isabel no se avino en modo alguno a los ardides de los nobles rebeldes sino que, inteligente y previsora, rindió vasallaje a su hermanastro y, con el trascurso de los tiempos, logró en la ceremonia de los Toros de Guisando que la nombrara sucesora. No cumplió Enrique parte de lo firmado, pero eso ya constituirá otra historia, la guerra civil de sucesión a la corona de Castilla. Otra más, que conducirá a Isabel al trono castellano leonés y que contemplará como la Reina Católica, el año del descubrimiento, dispondrá que los restos de quién, durante tres años fue Alfonso XII de Castilla, reposen junto a los de su padre, el buen Rey Juan y los de su madre, la desgraciada Isabel de Portugal, en la burgalesa Cartuja de Santa Maria de Miraflores.
Francisco Gilet
Bibliografía:
Luis Caro Dobón y María Edén Fernández Suárez (2008): «Los enterramientos reales de la Cartuja de Miraflores».
«Isabel La Católica», Tarsicio de Azcona.
«Isabel, la Católica», Manuel Fernández Alvarez.