Mes de mayo: Nuestra Señora de Fátima

Mes de mayo: Nuestra Señora de Fátima

He estado una única vez, fue en el año del Centenario de las apariciones de la Virgen y quiero volver más pronto que tarde.

Comencemos recordando unas palabras de San Juan Pablo II, el 13 de mayo de 1982, en la gran plaza de Fátima, ante casi un millón de personas:

“Si la Iglesia aceptó el mensaje de Fátima es porque este contiene la misma verdad y el mismo llamamiento que el del Evangelio».

Hoy, Fiesta de Nuestra Señora de Fátima, es una buena oportunidad para recordar el mensaje de la Virgen en Fátima, aunque solo sean sus primeras palabras. Por la limitación de espacio, solo transcribiré algunas frases de la narración que hizo en su momento Sor Lucía, fallecida el 13 de febrero de 2005 y en proceso de beatificación. Para conocer más detalles, os animo a leer alguno de los muchos libros que lo narran todo maravillosamente bien.

PRIMERA APARICIÓN DE LA VIRGEN. Domingo 13 de mayo de 1917.

«Estando jugando con Jacinta y Francisco en lo alto, junto a Cova de Iría, de repente vimos una luz como de un relámpago. Está relampagueando -dije-. Puede venir una tormenta. Es mejor que nos vayamos a casa.

Cuando llegamos a la mitad de la pendiente, cerca de una encina, que aún existe, vimos otro relámpago y, habiendo dado algunos pasos más, vimos sobre una encina una Señora vestida de blanco, más brillante que el sol, esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua cristalina atravesado por los rayos más ardientes del sol.

Nos paramos, sorprendidos por la aparición. Estábamos tan cerca que quedábamos dentro de la luz que la rodeaba o que Ella irradiaba tal vez a metro y medio de distancia. Entonces la Señora dijo:

-No tengáis miedo. No os hago daño.

Yo le pregunté:

¿De dónde es usted?

-Soy del cielo.

-¿Qué es lo que usted me quiere?

-He venido para pediros que vengáis aquí seis meses seguidos el día 13 a esta misma hora. Después diré quién soy y lo que quiero. Volveré aquí una séptima vez».

A continuación, un diálogo encantador entre Lucía, que le pregunta cosas, y la Virgen, que le responde. Luego, la primera aparición termina así:

«Después de pasados unos momentos Nuestra Señora agregó:

-Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra.

Acto seguido comenzó a elevarse serenamente subiendo en dirección al Levante hasta desaparecer en la inmensidad del espacio. La luz que la circundaba parecía abrirle el camino a través de los astros, motivo por el que algunas veces decíamos que vimos abrirse el cielo».

 

Antes de esta primera aparición de la Virgen, Lucía, Jacinta y Francisco habían recibido tres apariciones de un ángel.

Primera aparición del Ángel

«Al llegar junto a nosotros nos dijo:

-No temáis. Soy el Ángel de la Paz. ¡Orad conmigo!

Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo. Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que le oímos decir:

-Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman.

Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo:

-Orad así, los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas.

Y desapareció».

Segunda aparición del Ángel

«Pasamos las horas de la siesta en la sombra de los árboles que rodeaban el pozo en la quinta llamada Arneiro, que pertenecía a mis padres.

-De pronto vimos al mismo Ángel junto a nosotros.

-¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. ¡Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!

¿Cómo hemos de sacrificarnos? -pregunté.

-De todo lo que pidierais ofreced un sacrificio como acto de reparación por los pecados con los cuáles Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores».

Tercera aparición del Ángel

«Dejando el cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces esta oración:

-Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María te pido la conversión de los pobres pecadores».

Julio Íñiguez Estremiana

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