#EspañaEnLaHistoria. 25 de septiembre de 1513. Vasco Núñez de Balboa avista el Océano Pacífico

#EspañaEnLaHistoria. 25 de septiembre de 1513. Vasco Núñez de Balboa avista el Océano Pacífico

Un calor sofocante. Los hombres agotados. La angustia les sobrecogía el ánimo. Días de caminar bajo cataratas de lluvia y noches mal durmiendo, llenas de ecos quejumbrosos. De repente los indígenas que servían como guías, se detuvieron y señalaron una cumbre que dominaba el valle, intercambiando frases entre ellos. “¿Que dicen?”, preguntó Vasco. “Afirman que desde la cima de esta montaña se ve el gran mar», contestó el interprete. Los soldados se miraron entre ellos. “No. Ahí no nos hará subir con este calor”, pensaron. Pero Vasco no había llegado hasta este punto para quedarse descansando a la sombra y no envió a un explorador, sino que él solo emprendió la áspera subida. Era mediodía del 25 de septiembre de 1513 cuando sus ojos vieron una gran extensión de agua que se perdía en el horizonte. Con su sombrero emplumado, hizo señales a sus compañeros, que esta vez olvidaron todas las fatigas y se apresuraron a subir.

Era la primera vez que unos europeos veían las aguas del Océano Pacifico, cuya presencia se conocía por referencias de los indígenas de Panamá, pero que todavía no había sido demostrada. Los cosmógrafos de la época sabían perfectamente las dimensiones del globo terráqueo y por lo tanto conocían que entre las costas del Golfo de Méjico en el Atlántico y la China había alrededor de 15.000 kilómetros. Lo que nadie sabía era si esta distancia estaba cubierta por tierras o por mares. El descubrimiento del joven Vasco, solo tenía 28 años, permitió fijar los límites del continente americano y, posteriormente, organizar nuevas expediciones de exploración y conquista.

Solo para dar algunos ejemplos, Pizarro partió de un puerto en el Océano Pacifico en su conquista del Perú en 1524 y Magallanes salió de La Coruña en 1519 hacia el sur del continente para encontrar un paso que le permitiera llegar a Asia sin pasar por territorios dominados por los portugueses.

El Océano descubierto por Vasco Núñez fue durante más de 200 años de dominio casi absoluto del Imperio Español. Los ingleses lo llegaron a denominar “El lago español”, no porque domináramos todas las tierras que lo circundan, sino porque éramos los únicos que tenían los conocimientos técnicos para realizar el viaje de América hacia Asia, que es relativamente fácil debido a la dirección del viento dominante y después el de vuelta, que es sumamente difícil.

Y es aquí donde queremos hacer hincapié. El Imperio Español dominaba estos mares, no por la utilización de la fuerza, sino por la posesión y utilización de medios científicos y tecnológicos que les permitieron construir naves capaces de oceánicas singladuras, adaptar instrumentos a ambientes muy distintos a los originales y formar a individuos en grado de utilizar todos estos recursos para el bien de la comunidad a la que pertenecían.

Manuel de Francisco

Fuentes:

Núñez de Balboa, el extremeño que descubrió la inmensidad del Pacífico

Compendio de historia de Panamá

 

#EspañaEnLaHistoria. La tercera guerra civil castellana

#EspañaEnLaHistoria. La tercera guerra civil castellana

El 12 de diciembre de 1474, solamente tres meses después de la muerte del marqués de Villena, fallecía en Madrid el hermanastro de la Reina Isabel, Enrique IV. Desmadejado por su mala vida y su dejadez física y moral, ni tan siquiera fue amortajado por sus nobles más allegados sino que, con su ropaje cuasi mugriento, fue tan secretamente enterrado hasta que en 1946 un obrero descubrió su ataúd y el doctor Marañón pudo certificar que Enrique IV no era sino un hombre aquejado de una timidez enfermiza, en especial con las mujeres.

Según parece el rey falleció sin haber otorgado testamento y, por tal causa, no reconocido como su hija Juana, la sucesora legítima no podía ser otra que su hermanastra Isabel. Esta, aconsejada por sus nobles próximos, al día siguiente se proclamó Reina de Castilla en Segovia, firmándose a los pocos días el documento que guió todo el reinado de Isabel y Fernando, ejemplo de dignidad real y de visión de Estado, denominado «La concordia de Segovia».

Sin embargo, una vez más los nobles castellanos, con su ambición, se revolvieron contra tal nombramiento y, de nuevo, el marqués de Villena, hijo, con la asistencia en este caso del obispo Carrillo, lograron la compañía de Alfonso de Portugal al objeto de entronizar a Juana, la «hija de la Reina» en el trono de Castilla. Alfonso, tío de Juana, no fue, ciertamente, un hombre valeroso sino más bien un ambicioso que deseaba engrandecer su reino con la ayuda de los nobles castellanos y el apoyo de las tropas del Rey Luis XI de Francia. Sin embargo, el francés tenía otros problemas, aparte de ser derrotado en Fuenterrabía por Fernando que se aseguró la pacificación y posesión de Navarra.

La expedición portuguesa hizo algunos progresos alcanzando Plasencia, en donde se desposaron tío y sobrina, proclamándose Alfonso y Juana Reyes de Castilla. Internándose el Rey Alfonso en tierras castellanas no encontró el apoyo que suponía, si bien se apoderó de Toro, Zamora y algunas poblaciones cercanas al Duero. La falta de combatividad de Alfonso resultaba patente, aguardando la asistencia de los franceses que nunca llegó. En su espera en Arévalo, enterado de la proximidad del conde de Benavente, el rey portugués le atacó e hizo prisionero, sin embargo no progresó en su avance hacia Burgos, sino que se refugió en Zamora. Las tropas de Isabel conquistaron Trujillo y con ello gran parte de las posesiones del marqués de Villena. Alfonso retiró su ejército en Toro, ante la rebelión sufrida en Zamora, conquistada a continuación por el Rey Fernando. En un constante toma y daca, Alfonso intentó asediar a Fernando encerrándole en Zamora, sin embargo, el frío y las condiciones de intendencia de las tropas portuguesas le obligaron a regresar al abrigo de Toro. Perseguido por Fernando, a escasos kilómetros de la población, se produjo la batalla que, sin un claro vencedor, sí produjo el desaliento de Alfonso y el resquebrajamiento de la moral de la soldadesca portuguesa, que regresó a su tierra.

En el trascurso de 1476 los principales nobles que aun apoyaban a Juana, en particular los del linaje Pacheco-Girón, Juan Téllez Girón y su hermano Rodrigo, Luis de Portocarrero y el marqués de Villena, se fueron sometiendo a la Reina Isabel, la cual junto con su esposo Fernando consiguieron el reconocimiento de Francia como Reyes de Castilla y Aragón.

A principios de dicho año, tropas portuguesas comandadas por el obispo de Évora penetraron en Extremadura, promoviendo el alzamiento de algunos nobles extremeños, entre ellos la condesa de Medellín partidaria de Alfonso. Sin embargo, aquella aventura tuvo su final cerca de Mérida, en donde las tropas portuguesas sufrieron un gran revés, que les obligó a retirarse de nuevo a Portugal. Aquella lucha en favor de Juana también se aproximaba a su final. En la villa portuguesa de Alcáçovas se reunieron los representantes de ambos reinos y fijaron un Tratado que tomó el nombre de dicha población. Sin perjuicio de fijar la paz entre ambos bandos y de renuncias reciprocas a tronos portugués y castellano, puede considerarse un anticipo del de Tordesillas, si bien, en las llamadas «Tercerías de Moura», también afectó a Juana, la Beltraneja, la cual eligió el convento en lugar de esperar a casarse con el príncipe de Asturias, Juan de Castilla, si este lo decidía al alcanzar los catorce años. El convento, sin embargo, no fue su destino final sino el Castillo de San Jorge en la capital lisboeta. Allí falleció en 1530, no sin antes dejar en testamento sus derechos sucesorios a favor del rey Juan III de Portugal. Sus restos se hallan desaparecidos como consecuencia del terremoto que asoló Lisboa de 1755.

Con dichos documentos, ratificados en Lisboa y en Toledo, finalizó una guerra civil entre castellanos, convertida en una guerra internacional entre los Reyes de Castilla y Aragón y el Rey de Portugal, Alfonso V, y su hijo Juan, con la presencia activa e intermitente del Rey de Francia Luis XI.

Francisco Gilet

Fuentes: 

“Isabel La Católica”, Tarsicio de Azcona.

“Isabel, la Católica”, Manuel Fernández Alvarez.

 

#EspañaEnLaHistoria. 21 de septiembre de 1895. Nace Juan de la Cierva, inventor del autogiro

#EspañaEnLaHistoria. 21 de septiembre de 1895. Nace Juan de la Cierva, inventor del autogiro

El pesimismo nacional niega toda capacidad española en materia de investigación y empresarial. Se confunde generalmente el hecho demográfico con los logros a nivel internacional. Le es difícil a un país de 46 millones de habitantes competir con gigantes de cientos o miles. Sin embargo, los ejemplos de tesón y buen hacer han dado sus frutos en nuestra querida península ibérica. Un caso de estos fue el del inventor y empresario Juan de la Cierva, que en 1923 consiguió el primer salto de su prototipo de autogiro, después de varios fracasos.

Juan de la Cierva nació el 21 de septiembre de 1895 en Murcia. Su familia era acomodada y disfrutaba de una confortable economía. Su padre era abogado, notario y concejal de Murcia cuando él nació. Su abuelo era ingeniero de montes y llegó al cargo de ingeniero jefe de la 3ª División Hidrológico-Forestal. Tuvo una niñez y juventud sin grandes contratiempos. Pudo haberse dedicado a dilapidar su futura herencia o vivir holgadamente de algún cargo público, pero desde pequeño decidió que superar retos era lo que realmente le interesaba.

Cuando llegó el momento de decidir qué estudios superiores debía iniciar, la familia presionó para que siguiera la carrera de su padre y estudiara abogacía, pero él tenazmente porfió para lograr que le dejaran estudiar ingeniero de caminos y durante los meses que empleó para ingresar en el Instituto, ya que el acceso estaba férreamente regulado, le sobró tiempo para construir un prototipo de un aeroplano que realizó un vuelo con éxito. Algo bastante notable para una persona de menos de veinte años.

Terminada la carrera y obtenido el título, su padre le obligó a dedicarse a la política, pero a él lo que realmente le gustaban era la aviación y dedicó parte de su tiempo a la construcción de aeroplanos. Uno de sus prototipos sufrió un accidente debido a falta de sustentación y ello le llevo a diseñar una nave que tuviera un aterrizaje suave a pesar de sufrir le perdida del motor: el autogiro. ¿Qué es un autogiro? Pues una aeronave cuyo motor mueve una hélice delantera y que lleva adicionalmente un rotor que se mueve por la inducción del propio movimiento del aire. Ventaja: si se para el motor, la nave puede aterrizar sin problemas. No confundir con un helicóptero, en el cual, los rotores son movidos por el motor principal y que si se para el motor, cae como una piedra si el piloto no lo evita.

No nos podemos extender más, pero que quede claro que las ideas de Juan de la Cierva no quedaron en meros proyectos más o menos descabellados. Registró diversas patentes en toda Europa y creó varias sociedades que le permitieron construir diversos modelos que se vendieron fundamentalmente a varias fuerzas armadas europeas, aunque también fabricó y vendió en Estados Unidos. De hecho, los únicos modelos que se conservan están en museos fuera de España (Inglaterra, EE.UU.).

No sabemos a dónde hubiera llegado, pues en un desgraciado accidente durante el despegue de un vuelo comercial de KLM que cubría el trayecto entre el aeropuerto de Croydon en Inglaterra y Ámsterdam, el Douglas DC-2 donde viajaba se estrelló y truncó su trayectoria vital.​ Tal vez la historia de la aviación comercial hubiese sido distinta si Juan no hubiera muerto prematuramente a los 41 años de edad.

Manuel de Francisco

Fuentes: 

Juan de la Cierva

#EspañaEnLaHistoria. Segunda Guerra Civil Castellana

#EspañaEnLaHistoria. Segunda Guerra Civil Castellana

Le resultó muy duro a la Infanta Isabel llegarse hasta Cardeñosa, en Ávila, al iniciarse el mes de julio de 1468. Su hermano, su querido hermano Alfonso yacía tembloroso, febril y misteriosamente doliente en la cama. La noche anterior se había comportado con total normalidad, cenando en su forma habitual. Jocoso y alegre, había acudido a sus aposentos, dejando atrás al obispo de Toledo, Carrillo, al Marqués de Villena y al conde de Benavente, verdaderos medradores a la espera de recoger el botín surgido de la rebelión contra el rey Enrique IV, llamado el Impotente.

Isabel contemplaba el rostro de su hermano, aquel rostro joven con el cual había convivido en Arévalo durante tantos años, bajo la dulce mirada de su madre Isabel de Portugal, desvaída en ocasiones y pronta a la depresión  en otras. Allí decidiría Isabel que fueran depositados los restos de su hermano, en el monasterio de San Francisco en esa villa tan amada. Ella era consciente de que su hermano era tildado como el Inocente, sin embargo tenía pleno sentimiento de la fortaleza interior de aquel muchacho de catorce años, supuestamente manejado por unos nobles castellanos rebeldes a Enrique que se habían levantado en armas proclamándole rey. Después del espectáculo conocido como la «farsa de  Ávila», destronado Enrique en la figura de un monigote por el propio Carrillo, Pacheco, el conde de Benavente, el conde de Paredes y el pueblo llano, Alfonso, con apenas once años, se había ido forjando en la lucha contra su hermanastro. Durante esos tres años, incluso investido con la armadura de caballero, había ido configurando un espíritu más próximo a un Alfonso el Decidido que al mote que le adjudicaban Villena y sus compinches.

Querido y aclamado por donde pasaba, la consideración de sucesor de su hermanastro Enrique, con desprecio de Juana, para Isabel  «la hija de la Reina» y nada más, se fue forjando en la personalidad de Alfonso una decisión firme: necesitaba ser el rey que Castilla. La guerra entre Enrique y los Pacheco, Carrillo y demás nobles, no era realmente en favor del proclamado rey Alfonso, sino en rebeldía contra un rey indeciso, temeroso, incapaz de gobernar y siempre dispuesto a la cobardía. Ni tan siquiera su tendencia afectiva hacia la morisma, su más que indudable impotencia, su merma de virilidad, su carácter pusilánime y el olvido de su realeza ante los conocidos devaneos amorosos de la reina Juana de Avis,  fueron los instigadores de la revuelta, sino el ambicioso deseo de aquellos nobles de alcanzar mayores prebendas y botines de la mano del Impotente.

Alfonso  de Castilla, podría haber sido un guiñol  en las intenciones y deseos del Marqués de Villena, o de Diego López de Zúñiga, cuando en Ávila pateó el muñeco real al grito de « ¡A tierra, puto!», para luego aclamar «¡Castilla por el rey Alfonso!». Sin embargo, Isabel, contemplando el cadáver de su hermano aquel 5 de julio de 1468, gozaba de la certeza de que Alfonso ya había dejado de ser un pelele el  día en que se enfrentó a la fuerzas de Enrique en el campo de Olmedo, sin que ninguno de los dos bandos reclamase la victoria. Así, durante tres años de contienda civil, Alfonso tuvo el coraje de formar una corte donde la cultura, las artes y la justicia brillaban, quizás en demasía para aquellos ambiciosos cual Villena y Carrillo. Una guerra civil que tuvo un final al estilo de la que sería reina, al estilo isabelino.

Ante ese cadáver, la infanta Isabel se convirtió en la única legítima sucesora de su hermanastro, al haber este rechazado a la «hija de la Reina», Juana, por hija suya. Con tal decisión la marcó no solamente como ilegitima, sino que tuvo que aceptar el baldón de que desde Villena hasta el último súbdito llamase a esa niña, la Beltraneja. Isabel no se avino en modo alguno a los ardides de los nobles rebeldes sino que, inteligente y previsora, rindió vasallaje a su hermanastro y, con el trascurso de los tiempos, logró en la ceremonia de los Toros de Guisando que la nombrara sucesora. No cumplió Enrique parte de lo firmado, pero eso ya constituirá otra historia, la guerra civil de sucesión a la corona de Castilla. Otra más, que conducirá a Isabel al trono castellano leonés y que contemplará como la Reina Católica, el año del descubrimiento, dispondrá que los restos de quién, durante tres años fue Alfonso XII de Castilla, reposen junto a los de su padre, el buen Rey Juan y los de su madre, la desgraciada Isabel de Portugal, en la burgalesa Cartuja de Santa Maria de Miraflores.

Francisco Gilet

Bibliografía:

Luis Caro Dobón y María Edén Fernández Suárez (2008): «Los enterramientos reales de la Cartuja de Miraflores».

«Isabel La Católica», Tarsicio de Azcona.

«Isabel, la Católica», Manuel Fernández Alvarez.

#EspañaEnLaHistoria. 11 de septiembre de 1541. Inés Suárez, decisiva en la defensa de Santiago de Chile

#EspañaEnLaHistoria. 11 de septiembre de 1541. Inés Suárez, decisiva en la defensa de Santiago de Chile

En 1541, la ciudad de Santiago de Chile no era más que una pequeña aglomeración de edificios de madera, construidos en un punto elevado, junto al rio Mapocho y débilmente defendida por una frágil empalizada. El 9 de septiembre, su fundador Pedro Valdivia había salido en expedición dejando para su defensa a tan solo 55 soldados. Los indígenas lo sabían y decidieron organizar un ataque empleando varios miles de efectivos. Difícil de evaluar, pero se estima entre dos mil y ocho mil. Lo que no sabían es que en su interior se encontraba también una mujer: Inés de Suarez.

¿Quién era esta mujer? ¿La esposa de algún dignatario? ¿Una noble de alta alcurnia? Nada más lejos de la realidad. Era una costurera nacida en Plasencia que llegó a Santiago en la expedición de fundación, en calidad de compañera sentimental de Pedro de Valdivia. Una mujer de humildes orígenes que había conseguido participar en la expedición de forma no totalmente legal, no podía ser un ser normal. Inés de Suarez no lo era y los indígenas en rebelión no contaban con ello.

En la ciudad habían quedado, custodiados por los soldados, siete caciques. Los rebeldes reclamaban su liberación. Los defensores, cuando el mismo 10 de septiembre se dieron cuenta del ejército hostil que se les venía encima, propusieron aceptarlo como muestra de buena voluntad. A ello se opuso enérgicamente Inés, que tenía un carácter de lo más fuerte, ya que logró imponerse en un consejo de guerra donde el más pusilánime de los participantes podía vanagloriarse de haber realizado hechos inverosímiles.

Durante todo el día 10, los españoles utilizaron las fuerzas a caballo para evitar el acercamiento de los indígenas a las frágiles empalizadas, pero al caer la noche tuvieron que reagruparse en el interior del cercado y sufrieron un ataque con flechas incendiarias que provocaban fuegos constantemente. Al alba del día 11, nadie en la ciudad pensaba en ver el atardecer. Solo pensaban en la mejor forma de morir y algunos propusieron de nuevo, la liberación de los caciques. De nuevo la acción de Inés fue decisiva. No se sabe muy bien si de su propia mano o bajo sus órdenes directas, el caso es que se cortaron las cabezas de los siete caciques que fueron lanzadas a la multitud atacante por encima de las empalizadas. Al mismo tiempo se ordenó una salida general, que ahuyentó a los atacantes. Cuando Valdivia regresó de su expedición, la situación estaba bajo control.

En otra ocasión contaremos el epilogo de la historia, ya que, recordemos, Pedro estaba legalmente casado con otra mujer en España y esto, que no era infrecuente en aquella época, no podía ser obviado para alguien que ostentaba los títulos de Gobernador y Capitán General.

De todas formas quedémonos con la idea principal: Inés de Suarez, una mujer de orígenes humildes, de trayectoria humana muy difícil, fue decisiva en el mantenimiento de Santiago de Chile bajo el control del Imperio Español y en la presencia de España en este magnífico país del sur de América.

Manuel de Francisco

http://alfonsosolerhistoria.blogspot.com/2013/05/ines-suarez.html

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