#EspañaEnLaHistoria. 28 de abril de 1503. El Gran Capitán logra una fulgurante batalla en la Batalla de Ceriñola

#EspañaEnLaHistoria. 28 de abril de 1503. El Gran Capitán logra una fulgurante batalla en la Batalla de Ceriñola

Elgrancapitantrasbatalladeceriñola(Del libro “Un día, una historia”, de Jaime Retena, promovido por la Fundación Villacisneros)

Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán, logra una fulgurante victoria en la Batalla de Ceriñola revolucionando completamente los viejos conceptos de la guerra (1503).

Un ejército francés vuelve a intentar adentrarse en el reino de Nápoles provocando la reacción de España, que envía al Gran Capitán en su defensa. Una vez más, el Gran Capitán, demostraría su mentalidad innovadora y revolucionaria. Dio prioridad al movimiento frente a la armadura. Mejoró la movilidad de la tropa y evitó su fatiga con la hábil gestión de su caballería.

La preparación del terreno al llegar a Ceriñola sería crucial en la victoria. Frente al ejército francés, similar en número pero con preferencia a la armadura y cañones, los españoles ofrecieron una mayoría de infantes y arcabuceros. Aquello fue la base de los famosos futuros Tercios. En solo dos horas de combate, las fuerzas francesas fueron aniquiladas. La batalla de Ceriñola enterraba el predominio de la pesada caballería francesa y abría paso a una nueva infantería artillera, portadora de armas ligeras y capaces de cargar en el cuerpo a cuerpo. Un hecho revolucionario en su época.

También, el 28 de abril de:

  • 1611: Con el nombre de Colegio de Nuestra Señora del Santísimo Rosario, los españoles fundan la que no sólo es la primera universidad de Filipinas, sino también de toda Asia, obra del dominico Miguel de Benavides, tercer arzobispo de Manila (Del blog «En cuerpo y alma» de Luis Antequera).
Enraizados interviene en la presentación de 31eneroTercios

Enraizados interviene en la presentación de 31eneroTercios

31eneroTercios presentaciónEste jueves tuvo lugar en Madrid la presentación de la Asociación 31eneroTercios, que quiere reivindicar el conocimiento de la historia de los tercios españoles. Vicente Medina intervino en el coloquio en nombre de Enraizados. Al acto acudieron también el presidente, José Castro Velarde, y la responsable de Comunicación, María García.

El presidente de 31 enero Juan Víctor Carboneras dio las gracias a Enraizados por el apoyo desde el principio. Se dieron a conocer algunas de las iniciativas que se van a llevar a cabo, como una escultura en Madrid de homenaje a los tercios, que la realizará el escultor Salvador Amaya. El artista, autor de otras esculturas históricas como las de Isabel la Católica o Blas de Lezo, explicó las características que tendrá la misma.

Desde aquí, damos la enhorabuena a estos jóvenes emprendedores por este magnífico proyecto.

Aquí tenéis otra foto del evento:

31eneroTercios presentación 2

#31EneroTercios: Ataque nocturno de las galeras del Duque de Osuna

#31EneroTercios: Ataque nocturno de las galeras del Duque de Osuna

Hace tiemembarco-tropas-esppo comentamos una de las grandes hazañas de esa marina del Gran Duque de Osuna, la batalla naval del cabo de Celidonia.

Hoy traemos otro de los épicos episodios que dio aquella armada.

En realidad, el duque pagaba de su bolsillo el apresto y armamento de las galeras de su virreinato (el de Sicilia en ese momento), pero los soldados y mandos eran españoles de la Armada y los tercios autorizados por el rey. Así que puede decirse que era una marina semiprivada.

El mismo historiador Cesáreo Fernández Duro lo reconoce así:

Las naves del Duque de Osuna no tenían de corsarias más que el nombre y la bandera; regíalas un general, llevaban capitanes é infantería española sujeta á la disciplina militar,…

En esta ocasión, como veremos más adelante, participaría una escuadra del Marqués de Santa Cruz, don Álvaro de Bazán, el hijo del gran general de la Armada que combatió en Lepanto y Azores entre otros muchos escenarios.

 

Ataque nocturno de las galeras españolas

Estamos a principio de 1612, en el virreinato español de Sicilia, que está gobernado por el Duque de Osuna, quien como hemos comentado aprestó una armada con sus dineros viendo el paupérrimo estado de la que se encontró al llegar. El duque era de los que no se lo pensaban mucho si veía una empresa con la que derrotar a los enemigos de España y, de paso, llevarse una tajada. Eso ocurrió cuando las galeras de su mando hicieron un prisionero muy particular.

Tiene gracia el eufemismo que utiliza la crónica de este episodio, la cual seguimos, y que dice que “habiéndole apretado para que dijese quien era“, confesó que se trataba de un espía turco mandado por un renegado inglés llamado Simon Daucer.

Confesó también que aquel inglés tenía preparados en Túnez, que era un nido de piratas y corsarios, diez bajeles de alto bordo muy fuertes. Algo extraño para aquellas gentes pero que ponía en relieve el verdadero objetivo de aquella escuadra: saquear las Indias Occidentales. Suponemos que el corsario inglés renegado ya había navegado por aquellos mares y sería el guía de la expedición, la cual estaba ya casi preparada para su salida con numerosos holandeses y turcos a bordo.

El Duque no se lo pensó mucho y ordenó preparar una escuadra de seis galeras bajo el mando de don Antonio Pimentel, un soldado viejo de los tercios de Flandes, muy ducho y arriesgado tanto en tierra como en mar. Ideal para lo que se quería hacer.

Las galeras fueron reforzadas con soldados viejos (con experiencia se entiende, no edad) y remeros mozos, fornidos y fuertes, cinco o seis por banco.

La navegación fue perfecta y en poco tiempo se pusieron a la vista de Tunez, en un lugar donde ellos no podían ser divisados. Esperaron a la media noche para iniciar un ataque nocturno en toda regla. Gracias a la total oscuridad, lograron meterse en el puerto enemigo sin ser localizados y quedarse a tiro de mosquete de la escuadra corsaria. Allí los españoles descubrieron que los buques estaban listos para partir y casi toda la gente embarcada, eso sí durmiendo muy al descuido.

Con tan buena ocasión, los españoles echaron sus chalupas al agua con más de cien soldados repartidos en ellas, provistos de multitud de bombas y artificios de fuego, con las cuales llegaron al lado de las embarcaciones enemigas sin ser vistos ni oidos.

Y entonces empezó la carnicería.

Los españoles pegaron fuego a siete de las naves, echando dentro gran cantidad de bombas ardiendo, quedando abrasados los buques y pegándose fuego unos a otros hasta que se fueron al fondo.

Luego, sacaron un gran navío de mil toneladas de porte, lleno de riquezas y mercancías, y después otros dos de menor valor que el primero pero igualmente ricos, que estaban algo apartados de los piratas y que sabían por las señas en qué parte estaban.

Los demás buques pequeños de la armada corsaria ardieron sin remedio y se fueron al fondo con  todo lo que tenían embarcado: bastimentos, municiones y gente de mar.

Los turcos, sorprendidos, no supieron defenderse, y aunque dispararon muchos cañonazos desde el fuerte, apenas hicieron daño a los españoles, que se dedicaron a quemar y destruir cuanto veían.

Al amanecer, la escuadra española dio por concluido el ataque y se retiraron con sus valiosas presas, con todas las galeras y chalupas, llenas de banderolas y gallardetes, disparando los cañones de crujía celebrando su hazaña y dejando tras de sí a una asombrada ciudad, arruinada y con su armada deshecha, además de numerosos muertos turcos y de otras nacionalidades.

 

Encuentro con una escuadra del Marqués de Santa Cruz

Mientras la victoriosa escuadra de galeras españolas se dirigía a su base en Sicilia, se encontraron a otra escuadra española: siete galeras del virreinato de Nápoles que hacían el corso por mandato del capitán general don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz.

Se optó por navegar en armada, aunque divididos en dos escuadras, y pusieron rumbo al puerto de Biserta en Túnez, donde habían sabido que allí se encontraba un gran acopio de provisiones, municiones, pólvora, jarcias y otros bastimentos. Esta vez entraron sin necesidad de ocultarse y arrasaron con todo sin apenas resistencia, saqueando de forma sistemática todo lo que pudieron en el menor tiempo posible.

Las galeras españolas se fueron bien repletas de botín, con turcos cautivos y haciendo que los capitanes y soldados fueran ricos en despojos. La pérdida de estos fueron insignificantes, siendo los más heridos por los cañonazos del fuerte del puerto de Túnez. En Biserta murieron sólo diez soldados españoles, siendo la pérdida estimada de turcos en medio millar, eso sin contar los cautivos que se llevaron.

Tras estas incursiones victoriosas, las galeras retornaron a Sicilia. Pero todavía tendrían tiempo de algo más. A veinte millas de navegación, cerca del cabo de Bona, dieron caza a un bergantín, al que tomaron, con 35 moros, y lo quemaron con una bomba de fuego que tiraron desde las arrumbadas de la capitana. Del bergantín sólo escaparon tres turcos, que salieron a nado por estar cerca de tierra.

Y así acabó una de las muchas incursiones que hicieron las galeras del duque de Osuna en aquellos años. Y era así porque si se tripulan bien los buques, con gente que sabe lo que hace, se da parte del botín a sus hombres, se comandan las naves con gente curtida y conocedora del oficio y se tienen las embarcaciones en buen estado, es lógico que todo salga bien.

 

Fuentes:

            Todo a babor

 

#31EneroTercios : El bombardeo de Constantinopla de 1616

#31EneroTercios : El bombardeo de Constantinopla de 1616

De ngaleras-espanolasuevo nos encontramos con las galeras del Gran Duque de Osuna, que se labraron una buena fama a causa del combate naval del Cabo Celidonia, ocurrido apenas unos meses antes de la aventura que les traigo hoy:

El bombardeo de Constantinopla de 1616 por parte de una osada incursión de las galeras españolas a la guarida del lobo enemigo.

Repasando el historial de aquella armada del virrey de Nápoles y Sicilia, no dejo de asombrarme de lo osados que llegaron a ser aquellos hombres. Además, en los partes de los combates lo relatan como si aquello fuera algo rutinario o trivial. En cierto modo es normal, ya que los mandos y soldados españoles que iban a bordo de las galeras y galeones de la época eran por lo general gente muy curtida en los numerosos frentes que tenía el enorme imperio español. Desde luego, eran gente dura, vanidosos y, llegado el momento, capaces de lo mejor y también de crueldades de las que sólo se pueden achacar al embrutecimiento de la guerra y un cierto carácter pendenciero. Los típicos soldados que te encantaría tener por compañeros en una batalla y lejos si son tus enemigos.

En el mar la cosa no era muy distinta y Osuna tuvo que lidiar con más de un mando con fuerte personalidad. No hay que olvidar que esta marina del Duque de Osuna se nutría con personal de la Armada o el Ejército y que algunos de sus generales, como don Octavio de Aragón, el protagonista de esta historia, era también descendiente de un Grande de España y tenía sus propias maneras de hacer las cosas. Choque de personalidades.

El bombardeo de Constantinopla

Pero en los primeros tiempos, cuando servía a Osuna con diligencia y provecho, Octavio de Aragón demostró la clase de hombre que era: audaz y valiente como pocos.

Como decía anteriormente, después del celebrado combate de Celidonia, se echaba encima el otoño y lo normal era que las galeras pasaran el invierno en puerto, ya que los mares muy agitados hacían poco prácticas a tan livianas embarcaciones. Estamos en octubre de 1616.

Pero el Gran Duque de Osuna no quería tener a la gente ociosa y quería aprovechar el buen momento de su flota en el Mediterráneo. Así que mandó a Octavio de Aragón que fuese con nueve galeras a correr la costa turca. O lo que es lo mismo: a casa de su principal enemigo.

Las galeras españolas, disfrazadas de “turquesas”, se dirigieron hacia allí, pasando por Candía, Coron, Modon y Negroponte, llegando finalmente a Constantinopla, o Estambul como la llamaban los turcos.

El historiador Fernández Duro comenta al respecto:

…llegaron a los castillos de Constantinopla, cañoneándolos con mucho desenfado hasta recibir aviso amigo de haberse reunido 60 galeras turcas guardando las bocas.

El daño a los castillos no debió ser de importancia, pero tampoco buscaban un asalto o una invasión, sino el demostrar que podían hacerlo y que el poder del nuevo virrey de Nápoles podía llegar hasta allí.

Les habían mandado atacar a los turcos en su casa, pero se habían metido hasta la cocina. Estaban atrapados con una desventaja muy superior. ¿Y qué se hizo al respecto?

Octavio de Aragón se reunió en Consejo con los demás capitanes y acordaron embestir a media noche a treinta galeras turcas que se encontraban bloqueando la mayor de las bocas, la de la salida a los Dardanelos.

La noche ayudó ya que era muy oscura y con niebla y tardaron en descubrirlos, quedando muchas galeras enemigas sin tiempo de reacción. Las galeras españolas, con recio viento de popa, apagaron los fanales, excepto la galera capitana española, que mandó a las otras ocho que tomaran la vuelta de los Fornos mientras ella llevaba otro rumbo por algunas horas, con el fin de despistar al enemigo.

 

Huída de Estambul y apresamientos

Tras algunas horas haciendo de señuelo, con las galeras turcas a su popa, apagan las luces y arriban sin ser vistos, juntándose con el resto de la escuadra al medio día siguiente.

Los otomanos pensaron que se hallarían por Candía, hasta donde habían forzado remos, pero los españoles se hallaban en las crucetas de Alejandría, haciendo considerable daño en la costa.

Por allí se encontraron con diez caramurales gruesos y bien armados. No era prudente atacarlos en esas condiciones, pero Octavio de Aragón sabía lo que esperaba el Duque de Osuna y mandó ir a por ellos. Lo hicieron con tanta determinación que acabaron por apresarlas a todas.

Se encontraron con un botín digno de reyes: un millón y medio de ducados. Para que nos hagamos una idea de esto, refirió un soldado haberle tocado 1.500 escudos de parte en esta presa. Lo que era una pequeña fortuna para un simple soldado. ¿Qué le correspondería a los oficiales o al propio Octavio de Aragón?

Los turcos, como era de esperar, no se tomaron  muy bien la ofensa, después, además, de lo ocurrido en Celidonia, por lo que, a falta de poder hacer algo similar, se contentaron con encarcelar a varios religiosos cristianos.

La escuadra de galeras regresó a su base napolitana sin pérdida de ninguna nave y cargados de riquezas.

 

Fuentes:

           Todo a babor

 

#31EneroTercios: La batalla del Cabo Celidonia

#31EneroTercios: La batalla del Cabo Celidonia

Si en vez de cinco ggaleras-contra-galeonaleones españoles los protagonistas de esta historia hubieran sido ingleses, incluso franceses, este asombroso combate naval del siglo XVII no estaría recluido en el baúl de los recuerdos de unos pocos.

Si el capitán al mando de la escuadra española, Francisco de Ribera, no hubiera nacido en Toledo, sino en Plymouth o en, qué se yo, Burnham Thorpe, la batalla del Cabo Celidonia habría tenido unas cuantas películas, libros y hasta algún videojuego dedicado a la misma.

La escuadra del capitán Francisco de Ribera

Algún día hablaré sobre el Gran Duque de Osuna, virrey de Sicilia y Nápoles por aquella época y verdadero acicate contra los turcos y venecianos por el dominio del Mediterráneo. Osuna reorganizó la penosa flota española sita en los territorios italianos del Imperio español, y creó, con su dinero y esfuerzo, una flota poderosa y temida como nunca antes en la zona. A expensas del rey de España, equipó con su oro galeras y galeones para hacer el corso y perseguir a los otomanos en cualquier parte. El rey de España veía así cómo se libraba del pago de una escuadra que estaba bajo sus servicios y que, además, recibía parte del botín que aquella sacase del corso. Si bien la mayoría de los galeotes eran sicilianos o napolitanos, gente del país, los soldados que llevaban a bordo y sus comandantes eran todos españoles, que eran los que en definitiva daban el poder de combate a las embarcaciones.

El capitán Francisco de Ribera era el arquetipo del hombre de mar de entonces: hombre conocedor de su oficio, fogueado en mil lances (algunos poco honorables), duros y con un valor que hoy en día sería difícil de comprender.

No quiero extenderme en su biografía, así que pasaré directamente a junio de 1616, donde el capitán español estaba bajo el mando de una pequeña escuadra de buques de vela con la misión de hacer el corso por la zona y ocuparse de una posible escuadra turca que, según avisos, se disponía a invadir Calabria.

Dicha escuadra constaba de los siguientes elementos:

  • Galeón Concepción(capitana) – 52 cañones. Bajo el mando del propio Ribera.
  • Galeón Almiranta– 34 cañones. Al mando del alférez Serrano.
  • Nao Buenaventura– 27 cañones. Al mando del alférez Iñigo de Urquiza.
  • Nao Carretina– 34 cañones. Al mando del alférez Valmaseda.
  • Nao San Juan Bautista– 30 cañones. Al mando de don Juan Cereceda.
  • Patache Santiago– 14 cañones. Alférez Garraza.

Además hay que contar una urca de carga, que aparece en la relación de la batalla y que desconocemos el origen, aunque puede ser una de las embarcaciones apresadas y marinadas por una dotación de presa. Esta tendría una participación heroica, como veremos.

Para hacer frente a esa hipotética invasión turca, se embarcaron a bordo de los buques un nutrido grupo de soldados españoles, unos mil mosqueteros. Esta fuerza sería vital en el combate.

La batalla del Cabo Celidonia

El día 14 de julio todo parecía destinado a ser un desastre inminente para los españoles, cuando vieron aparecer 55 galeras, si no fuera porque la constancia, la superioridad militar, la bravura y la determinación que aquellos hombres tendría su recompensa.

Llegaron a los españoles con una prisa terrible, según palabras del propio Ribera. A lo que este respondió con la maniobra de juntar los bajeles, para evitar así que los rodeasen individualmente y los aplastaran por simple superioridad numérica. Una vez hecho, se dio la orden de que el galeón Almiranta, la nao Carretina y la urca que comentábamos anteriormente estuvieran siempre juntos y se asistiesen unos a otros según lo fueran necesitando. En esta ocasión el trabajo en equipo se demostraría mejor que en ninguna otra batalla naval. Si uno caía, lo harían todos.

El patache formó a proa de la capitana (el Concepción), mientras que la capitana vieja se puso a su izquierda, con la orden de que si envestían al patache (la unidad más débil de los españoles) le abrigasen en medio de las dos embarcaciones más poderosas. Con todo esto preparado, con todos los hombres listos y armados, fueron al encuentro del enemigo.

Los turcos avanzaban en formación de media luna, siendo las galeras capitanas de Caravana y Rodas las puntas de lanza en ambos cuernos de la formación. Ambas fuerzas, unas a remo y otras a vela (con todo plegado excepto el trinquete y la gavia baja) empezaron a luchar a las nueve de la mañana. Y duró hasta el anochecer, que los turcos se retiraron, de momento.

Ocho galeras turcas habían dado a la banda (escoradas) y una de ellas había quedado desarbolada. Los españoles pusieron luz a sus fanales, al igual que los turcos, esperando el amanecer para seguir luchando. Ambos bandos se tenían ganas y la lucha era claramente sin cuartel.

Con las primeras luces del día, los turcos atacaron poniéndose a tiro de mosquete, hasta las nueve de la mañana cuando el Bey de Rodas, con una veintena de galeras, se decidió a embestir al Concepción y al Almiranta. El alférez Valmaseda, de la nao Carretina, estuvo bien listo cuando aprovechó la ocasión para atravesarse con el enemigo y hacerles un gran estrago. Desde luego hay que ser más que valiente para cruzarse en el camino de 25 galeras a velocidad de embestida. Los turcos se fueron en masa a por el insolente buque, dejando a la Almiranta. Si los de la Carretina fueron valientes, los de la urca no se quedaron atrás. Saliendo de la banda siniestra de la Almiranta, se atravesó al enemigo e hizo más de lo que podía esperarse de tan pequeña embarcación.

Como hemos visto, el apoyo mutuo estaba dando resultados y todos se socorrían sin distinción. Insisto: esta fue la clave de la batalla.

Mientras esto pasaba, el Concepción de Ribera no estaba quieto, ni mucho menos. Al galeón insignia acudieron la galera Real otomana con seis capitanas a sus lados y otra veintena de galeras (el resto). Y ahí fue cuando los 52 cañones y la guarnición de soldados, disparando sin cesar, hicieron estragos en la escuadra turca. Y todo durante poco más de media hora. Ribera dijo:

Recibieron daño tan notable que no acertaban a retirarse.

Se retiraron por fin y atacaron desde fuera hasta las dos de la tarde, pero siempre tan cerca que los cañones del patache les alcanzaban sin problema. Ese segundo día de combate dejo diez galeras a la banda y dos desarboladas. Los daños en los españoles eran más materiales que personales, y los buques estaban bastante dañados. Era normal por otra parte, tras el brutal ataque en masa recibido. Uno de los heridos fue el propio capitán Ribera, que fue alcanzado en la cara, afortunadamente sin mayores consecuencias.

Así que todo lo que quedaba de día y la noche fue aprovechado para remediar averías y pasar munición y pólvora a los buques que estaban escasos de ello, igualándolos para que nadie se quedara en inferioridad de condiciones. Eso lo tenían claro.

Los turcos estaban comprobando que las ligeras galeras poco podían hacer contra los altos flancos robustos de los buques de vela cuando estos, además, estaban tan bien defendidos. Y la forma en que estos se daban apoyo mutuo cuando lo necesitaban. Eso les estaba costando muchas bajas y no pocas embarcaciones. La moral, como no, iba en picado.

Sin embargo, el día 16 los turcos volvieron a la carga, literalmente. La galera Real otomana atacó directamente al Concepción de Ribera, que logró rechazar el ataque a las tres de la tarde, retirándose la Real dos horas antes que las demás debido a los daños. Una galera turca se hundió y dos quedaron desarboladas, estando 17 a la banda.

Aquello fue el final, porque los turcos habían sufrido tantos daños y bajas que les fue imposible proseguir el combate al día siguiente, retirándose al abrigo de la noche mientras que la escuadra de Ribera permaneció a la espera en las aguas de la batalla.

 

Los daños y bajas de la batalla

Ribera logró un éxito que, según dijeron, dio la vuelta al orbe. Ser capaces de desmantelar toda una flota de galeras con media docena de buques de vela, era algo inaudito hasta entonces.

Las bajas españolas fueron relativamente pocas, para la intensidad de los combates: 34 muertos y 93 heridos. Eso sí, las materiales fueron cuantiosas. El Concepción tuvo que ser remolcado a Candía, ya que tenía los palos y la maniobra hechos pedazos, a parte de todo el agua que les entraba, que hasta Candía tuvieron que dar los soldados a las bombas. El Carretina también fue el otro que salió mal parado, aunque todos pudieron llegar, como digo, para repararse de nuevo y volver victoriosos a Nápoles, donde tenían su base.

Los turcos tuvieron muchísimos muertos y heridos. Ribera sólo dice que mandó al fondo del mar a una galera, aunque dejó muy maltrechas a casi todas las demás. Otras fuentes, como Matías de Novoa, dice que de las 55 galeras muchas se hundieron (sin especificar) y que 23 quedaron imposibilitadas de navegar. También dice que murieron unos 1.200 genízaros y más de dos mil de chusma y marinería. En otras fuentes he leído que fueron 23 las galeras hundidas, pero seguramente tomaron el dato de Novoa de las imposibilitadas de navegar, sin saber a ciencia cierta si alguna fue puesta de nuevo en servicio.

El caso es que Ribera y su escuadra frenaron en seco a una más que potente flota turca y la desmantelaron en inferioridad de condiciones. Fernández Duro da 224 piezas de artillería (como mínimo) a los turcos, a disposición de emplearla a voluntad gracias a los remos, mientras que los españoles sólo disponían de medio centenar de cañones por banda. Si a esto le juntamos los 200 hombres de combate que, también como poco, llevaba cada galera a bordo, nos da unos 11.200 soldados turcos contra los 1.600 españoles a bordo de sus buques, vemos que fue una gesta con pocos precedentes en la historia naval.

Entre otros premios, Francisco de Ribera fue ascendido a Almirante y honrado por el Rey con el hábito de Santiago.

 

Fuentes:

           Todo a babor

 

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