Dic 1, 2022 | Iglesia y Civilización, La Iglesia y la ciencia
Artículo redactado por Javier Espinosa
¿Es el caso Galileo una prueba del fanatismo de la Iglesia y de su oposición a la ciencia? Los enemigos de la Iglesia lo utilizan como arma arrojadiza, afirmando incluso, que Galileo fue torturado y quemado en la hoguera.
Nada más lejos de la realidad. Se trata, sin duda, de un caso complejo que afectó a diversas áreas del conocimiento de la época, en el que la Iglesia también se vio implicada y que acabó con una condena a Galileo por desobediencia.
Probablemente fue el primer caso en el que se puso de manifiesto ese diálogo entre la fe y la ciencia.
SUMARIO
1.-Acusación de Galileo ante el Santo Oficio. Proceso de 1616
2.- La condena de 1633
3.- El caso Galileo, ¿caso cerrado?
4.- Fe y ciencia se necesitan
5.- Bibliografía
Acusación de Galileo ante el Santo Oficio. Proceso de 1616
En este contexto tan complejo Ludovico de Colombe, erudito aristotélico, creó “La liga de las palomas”, un grupo de intelectuales y eclesiásticos, para desprestigiar las ideas de Galileo. Uno de sus miembros, Tommaso Caccini, fraile predicador dominico, acusa a Galileo en 1615, ante el Santo Oficio (la Inquisición romana), de defender públicamente el heliocentrismo. La acusación se basó en una carta que Galileo había escrito en 1613 a su amigo Castelli. En uno de sus párrafos decía:
“…si bien la Escritura no puede errar, también es cierto que a veces puede errar alguno de sus intérpretes o expositores, de diferentes modos: entre ellos, uno gravísimo y muy frecuente sucede cuando uno se aferra siempre al puro significado de las palabras[…] puesto que sería necesario poner en Dios pies y manos y ojos, y también efectos corporales y humanos, como ira, arrepentimiento, odio, e incluso a veces olvido de las cosas pasadas […] pero son dichas de ese modo para acomodarse a la incapacidad del vulgo […] creo que se obraría con prudencia en no permitir que se utilicen los lugares de la Escritura para obligar a tener por verdad una conclusión natural cuya falsedad podría llegar a ser mostrada un día por el sentido y la razón demostrativa”
En febrero de 1616 la comisión del Santo Oficio dictamina que, decir que el Sol está inmóvil y la Tierra gira a su alrededor, es una proposición falsa “formalmente herética”.
Los cardenales, miembros de la Congregación del Índice, Bonifacio Caetano y Maffeo Barberini (futuro papa Urbano VIII) se opusieron a esta propuesta y convencieron al Papa Pablo V de que no podía ser calificada como herética una teoría que había sido aceptada por la Iglesia como hipótesis y utilizada para la elaboración del Calendario Gregoriano. Finalmente, en el documento que emite la Congregación del Índice no aparece la calificación formal de “herética” para la teoría copernicana.
“Cuando se dispusiese de una verdadera demostración de que el Sol está en el centro del mundo […] entonces habría que andar con mucha consideración en la explicación de las Escrituras que parecen contrarias, y decir que no las entendemos más bien que decir que es falso algo que se ha demostrado… Pero no creeré que haya tal demostración hasta que no sea mostrada» (El proceso a Galileo a través de sus textos, Ignacio Solís, 2021 pág. 241)
El Papa encarga al cardenal Belarmino que simplemente amoneste a Galileo para que abandone la teoría copernicana. No se trató de un juicio público, sino de un encuentro privado que pasó tan desapercibido que la admonición quedó como un documento olvidado en los archivos de la Congregación. En él no se acusaba de herético el heliocentrismo, sino de “falso y del todo contrario a la Escritura”.
Galileo se muestra contento con este desenlace ya que la teoría copernicana no se ha declarado herética, sólo discordante con la Escritura. Vuelve a Florencia y continúa con su vida ordinaria, sabiendo que no podía defender el heliocentrismo en público, pero satisfecho también porque el heliocentrismo no había sido declarado herético y por el hecho de que el Cardenal Belarmino había dejado abierta la puerta a considerar la explicación de la Biblia, en caso de que hubiere una verdadera demostración de que el Sol está en el centro del mundo.
La condena de 1633
En 1623, el cardenal Barberini es elegido Papa con el nombre de Urbano VIII, amigo de Galileo. Le recibe en audiencia varias veces. Aunque no tenía el copernicanismo como herético, lo consideraba difícilmente demostrable. Como consecuencia de estos encuentros, viendo el viento a favor, Galileo decide dar a conocer al mundo la demostración del movimiento de la Tierra y acomete la tarea de escribir, a finales de 1624 “Diálogo sobre las mareas”.
Habla con el Papa de este proyecto y éste le recomienda cambiar el nombre, ya que el elegido parecía inclinarse claramente por el heliocentrismo (Galileo consideraba que las mareas eran debidas al movimiento de la Tierra). La obra se publicó con el nombre de “Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, el ptolemaico y el copernicano”.
Terminada la obra, Galileo se desplaza a Roma para obtener la licencia de impresión. Es recibido por el papa, que ve con buenos ojos la obra, tal y como le es presentada por Galileo, en la que los dos sistemas se presentan en pie de igualdad, no duda en escribir a su secretario de Estado, Cardenal Ciampoli, para que se autorice su impresión.
Pero Galileo no había sido del todo sincero, ya que, en la obra, uno de los personajes llamado Simplicio que es quien defiende el geocentrismo, utiliza las tesis del Papa y siempre sale perdiendo e incluso llega a ser ridiculizado.
Finalmente, Galileo reconoció que en su obra había expuesto argumentos en favor del heliocentrismo, no por mala fe, sino por vanagloria y por mostrarse más ingenioso que el resto de los mortales. El 22 de junio de 1633 se leyó la sentencia en la que se podía leer:
“… quedas ante este Santo Oficio vehementemente sospechoso de herejía […] y defender como probable una opinión después de ser declarada y definida como contraria a la Sagrada Escritura”
Galileo se vio obligado a abjurar de su opinión y esto facilitó la conmutación de la pena de prisión por la de arresto domiciliario, arresto que acabó en su propio domicilio en las afueras de Florencia, en donde permaneció hasta su muerte. En este periodo de reclusión Galileo publicó una de sus obras más importantes donde se exponen los fundamentos de la física moderna. Cincuenta años más tarde Newton, basándose en ella publicaría los Principios matemáticos de la filosofía natural, obra que es considerada como el inicio de la ciencia experimental moderna.
El Caso Galileo, ¿caso cerrado?
En 1741, el papa Benedicto XIV ante la prueba óptica de que la tierra seguía una órbita alrededor del Sol, hizo que el Santo Oficio concediera el imprimátur a las Obras Completas de Galileo
La demostración del heliocentrismo que hubiera convencido al cardenal Belarmino llegó con Isaac Newton, al formular su teoría de la gravitación universal, en 1687 y se completó en 1838, cuando Friedrich Bessel pudo medir la paralaje.
San Juan Pablo II, en 1979 expresó su deseo de abrir una comisión que investigara a fondo el caso, la comisión se constituyó el julio de 1981 y los trabajos concluyeron en 1992 con una audiencia del Papa que ha querido ser la clausura oficial por parte de la Iglesia del caso Galileo. El cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, coordinó la comisión y leyó sus conclusiones. Acabó su intervención diciendo:
“En esa coyuntura histórico-cultural, tan lejana de nuestro tiempo, los jueces de Galileo, incapaces de separar la fe de una cosmología milenaria, creyeron, erróneamente, que la adopción de la revolución copernicana, por lo demás aún no probada definitivamente, podía echar por Tierra la tradición católica, y que tenían el deber de prohibir su enseñanza. Ese error subjetivo de juicio, tan claro para nosotros hoy, los llevó a una medida disciplinar por la que Galileo tuvo que sufrir mucho. Es preciso reconocer con lealtad esos errores, como usted, Santidad, lo ha pedido”.
El Santo Padre, en su discurso admitió también el error de la Iglesia:
“…al trasladar indebidamente al campo de la doctrina de la fe una cuestión que de hecho pertenecía a la investigación científica”.
También dijo que del caso Galileo se deben sacar enseñanzas:
“Los teólogos tienen el deber de mantenerse habitualmente informados acerca de las adquisiciones científicas para examinar, cuando el caso lo requiera, si es oportuno o no tomarlas en cuenta en su reflexión o realizar revisiones en su enseñanza”
Fe y ciencia se necesitan
En el mundo actual en el que la verdad no tiene valor alguno y vive de espaldas a Dios, la ciencia se desarrolla y avanza, en muchos casos, de espaldas a la verdad y al margen de todo cuestionamiento ético y moral y nos conduce, si no lo remediamos, al abismo.
Hoy día ya son muchos los que no cuestionan la compatibilidad entre fe y ciencia. Benedicto XVI decía que todo lo que es racional es compatible con la fe revelada por Dios y con las Sagradas Escrituras. Los católicos debemos tener claro que fe y ciencia se complementan y se necesitan: la ciencia necesita de la fe para desarrollarse en armonía con la naturaleza, con el hombre y con Dios. La fe necesita de la ciencia para descubrir la grandeza de Dios y darle gloria.
BIBLIOGRAFÍA
- El proceso de Galileo a través de sus textos. Ignacio Sols. Colección Argumentos para el siglo XXI (Edición digital)
- Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano. Galileo Galilei. Alianza Editorial
- Cómo la Iglesia construyó la civilización. Thomas E. Woods Jr. Editor digital: Titivillus – 2005
- Enciclopedia Historia del Mundo. Tomo 8. José Pijoan. Salvat Editores- 1969
- Wikipedia
Oct 27, 2022 | Iglesia y Civilización, La Iglesia y la ciencia
Artículo redactado por Javier Espinosa
¿Es el caso Galileo una prueba del fanatismo de la Iglesia y de su oposición a la ciencia? Los enemigos de la Iglesia lo utilizan como arma arrojadiza, afirmando incluso, que Galileo fue torturado y quemado en la hoguera.
Nada más lejos de la realidad. Se trata, sin duda, de un caso complejo que afectó a diversas áreas del conocimiento de la época, en el que la Iglesia también se vio implicada y que acabó con una condena a Galileo por desobediencia.
Probablemente fue el primer caso en el que se puso de manifiesto ese diálogo entre la fe y la ciencia.
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Oct 20, 2022 | Iglesia y Civilización, La Iglesia y la ciencia
Artículo redactado por Pedro Ochoa
Roger Bacon
O.F.M. Filósofo, científico, y teólogo inglés.
Estatua de Roger Bacon en el Museo de Historia Natural de Oxford
En 1240 ingresó en la Orden de los Franciscanos pertenecientes a la Escuela de Oxford. Conocido también como Doctor Mirabilis (Doctor Admirable), fue uno de los frailes franciscanos más famosos de su tiempo. Inspirado en las obras de autores herederos y conservadores de las antiguas obras del mundo griego, puso considerable énfasis en el empirismo y ha sido presentado como uno de los primeros pensadores que propusieron el moderno Método Científico.
Descendiente de una familia adinerada, entró en la Universidad de Oxford, donde estudió las diversas ciencias de la época. Continuó sus estudios en París, donde se hizo doctor en Teología.
Fue un entusiasta proponente y practicante del método experimental para adquirir conocimiento sobre el mundo. Planeó publicar una enciclopedia completa, pero solo aparecieron fragmentos. Su frase más famosa fue «la matemática es la puerta y la llave de toda ciencia».
Científico avanzado a su tiempo, captó los errores del calendario juliano, señaló los puntos débiles de la astronomía de Ptolomeo, indicó en óptica las leyes de reflexión y los fenómenos de refracción, comprendió el funcionamiento de los espejos esféricos, ideó una teoría explicativa del arco iris, describió ingenios mecánicos (barcos, coches, máquinas voladoras) y tomó de los árabes la fórmula de la pólvora de cañón.
En sus once libros que hay publicados, Bacon trata de cimentar el saber científico sobre la experiencia. El cometido fundamental de la filosofía debe ser proyectar la sabiduría cristiana sobre la organización de la sociedad.
El Papa Clemente IV estuvo muy interesado en el trabajo de Bacon, tanto es así que lo ayudó a financiar un tratado que hable tanto de la fe cristiana como de la ciencia confirmada en ella. De esta propuesta salieron sus más célebres obras llamada Opera majus, Opera minus y Opera tertium.
Opus maius, edición de 1750
Defendió el método de conocimiento basado en la experimentación y en la matemática. Bacon entendía que el fin de todas las ciencias estriba en aumentar el poder del hombre sobre la naturaleza. Su contribución matemática fundamental es la aplicación de la geometría a la óptica, para impulsar el uso de lentes de aumento como ayuda a la visión natural.
Estudios de óptica de Bacon
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Oct 20, 2022 | Iglesia y Civilización, La Iglesia y la ciencia
Autor: Jesús Caraballo
Contrariamente al mito popular, la Iglesia era el mayor apoyo de la Ciencia. El objetivo de los cristianos devotos era acercarse a Dios y para comprender la mente de Dios tenían que estudiar Su Creación tanto como la Biblia.
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Oct 13, 2022 | Iglesia y Civilización, La Iglesia y la ciencia
Autor: Jesús Caraballo
Uno de los más firmes defensores de tal afirmación en Pierre Duhem (1861-1916), físico de arraigada fe católica, que por eso mismo fue marginado en la Francia de la laicista Tercera República en la que vivió.
La Francia de finales del siglo XIX era el país de la religión laica vaciada de todos los rasgos sobrenaturales. La ideología republicana encuentra un fértil aliado en el materialismo, que incluye las ideas darwinianas de la evolución, y que acaba teniendo un lugar relevante en la enseñanza secundaria y superior, aunque es ridiculizado por quienes aún siguen haciendo un recto uso de la razón.
Ridiculización reflejada en una opereta satírica, Au pays des gorilles (En el país de los gorilas), de Esteban de Richermoz (pseudónimo de Étienne Recamier) con ilustraciones y música. La opereta, un panfleto contra las leyes que tienden a laicizar la enseñanza escolar (sobre todo la ley del 28 de marzo de 1882), describe el viaje que los miembros de la Misión Simiófila Internacional realizan a Congo, volviendo a París con un grupo de gorilas a los que les explican y les ofrecen los beneficios de la nueva legislación, que ha sido un fracaso con los jóvenes franceses. Pero también fracasa con los gorilas y estos prefieren volver a África.
Son características de este panfleto satírico las bellísimas ilustraciones que hacen más evidente, incluso más que el texto, la ironía de la historia. Los cuadros llevan la firma «Ch. Clerice», pseudónimo de Pierre Duhem, físico, pionero en el estudio de la termodinámica de los procesos irreversibles, filósofo e historiador de la ciencia.
Hijo de progenitores profundamente católicos y legitimistas, corrió el riesgo, con estas ilustraciones, de poner en peligro su carrera académica en la École Normale de París, donde había conseguido entrar en 1882. Por este motivo firmó sus grabados con un pseudónimo, consciente de ser un científico católico en un ambiente hostil.
Nacido en un modesto barrio de París, su padre, Pierre-Joseph, de origen flamenco, educado por los jesuitas, trabajaba en la industria textil y mantenía una gran pasión por los estudios y, en particular, por los autores latinos. La madre, Marie-Alexandrine Fabre, era descendiente de una familia de orígenes burgueses que llegó a París en el siglo XVII. La educación del joven Pierre comenzó a los siete años con clases privadas junto a un pequeño grupo de estudiantes: gramática, aritmética, latín y catecismo fueron las materias que pusieron en evidencia sus habilidades literarias a la edad de nueve años.
Los años de su juventud fueron años turbulentos para Francia, especialmente en el Ayuntamiento de París (marzo de 1871, alzamiento de La Comuna), que se convirtió en el ejemplo de la anarquía y la ausencia de religión. Pero fueron años difíciles no sólo por la política; una epidemia de difteria causó la muerte de dos de sus hermanos. Pierre continuó su educación en el Colegio Estanislao de París durante diez años, periodo muy formativo sobre todo por las enseñanzas que recibe en física y matemáticas, que le llevaron a completar sus estudios en estas dos materias en la prestigiosa École Normale en los años 1883-84.
Su amor por la física teórica le hizo rechazar un puesto como químico-bacteriólogo en el laboratorio de Louis Pasteur, pero enseguida empezaron las dificultades. Sus tesis, la primera sobre el potencial termodinámico y la segunda sobre matemáticas aplicadas, fueron rechazadas por un mundo académico laicista que no veía con buenos ojos a un científico católico y abiertamente conservador para el que las puertas de la enseñanza en París permanecieron siempre cerradas. Es famosa la frase de Marcellin Berthelot: «Este joven no podrá enseñar nunca en París».
Y así fue Enseñó en Lille, en Rennes, en Burdeos, pero nunca en París. De nada le sirvió la enorme mole de publicaciones, no sólo en el campo científico con importantes contribuciones a la física y la termodinámica, sino también en filosofía e historia de la ciencia. El resultado de este ostracismo hacia el científico francés fue que sus obras no se publicaron de nuevo en Francia hasta mediados de los años 80 del siglo XX.
Redescubrimiento de la ciencia medieval
Uno de los importantes componentes de los estudios y del pensamiento de Pierre Duhem es el que atañe a la historia de la ciencia y, en manera particular, del periodo medieval. Hablar de ciencia medieval parecía, antes de Duhem, un contrasentido, pero con Duhem se colma una laguna y se descubre una continuidad en el pensamiento científico que va desde Jean Buridán, Nicolás de Oresme y Alberto de Sajonia hasta Galileo Galilei. Es célebre su frase:
«Si nos hubieran obligado a asignar una fecha al nacimiento de la ciencia moderna habríamos elegido, sin dudarlo, el año 1277, cuando el obispo de París proclamó solemnemente que podría existir una multiplicidad de mundos y que el sistema de esferas celestes podría, sin contradicción, estar dotado de una línea recta de movimiento».
El nacimiento de la ciencia moderna se desplazó, así, unos cuantos siglos atrás y los que antes eran considerados los «siglos oscuros» empezaron a resplandecer a los ojos de una sociedad laicista y anticlerical que, de hecho, no le perdonó nunca a Duhem estos descubrimientos. Murió el 14 de septiembre de hace cien años, dejando incompleta su obra principal, Le System du Monde, doce volúmenes acerca de las doctrinas cosmológicas de los que terminó sólo nueve, pero dejando también una gran cantidad de información sobre astronomía medieval, teoría de las mareas, astrología y geoestática.
Duhem, al rechazar el mito de la ausencia de una ciencia medieval, fue el primer estudioso que sacudió el polvo acumulado encima de una cantidad de códices manuscritos que habían permanecido inexplorados durante siglos. Lo que descubrió le indujo a hacer la sorprendente afirmación de que la Revolución científica, asociada a los gloriosos nombres de Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johannes Kleper, Descartes e Isaac Newton, había sido sólo una extensión y una reelaboración de las ideas físicas y cosmológicas formuladas en el siglo XIV por los maestros parisinos de la Universidad de París. Duhem consideraba a los filósofos naturales de la escolástica medieval los precursores de Galileo.
Oct 13, 2022 | Iglesia y Civilización, La Iglesia y la ciencia
La Iglesia ante los retos de la historia
Científicos y religiosos
Ruđer Josip Bošković
(Croacia 1711– Milán 1787)
“No nos cansemos, pues, de hacer el bien”
Ruđer Josip Bošković
Fue un Sacerdote Jesuita y también Físico, astrónomo, matemático, filósofo y poeta. Realizó labores de investigación, docencia, escritos políticos y resolución de conflictos de su tiempo.
Admirado por el mundo culto y científico, que no podía sino sorprenderse con cada nuevo trabajo que publicaba, Boskovic, es sobretodo recordado por sentar las bases de la teoría atómica basada en la teoría newtoniana, fundamental para el posterior desarrollo de la física contemporánea.
Mostró la maravillosa unión entre Ciencia y Fe.
“No nos cansemos, pues, de hacer el bien”
Esta frase de San Pablo podría ser el lema de Ruder Boskovic, resumiendo su infatigable tarea de entender y descifrar como funciona el mundo, la obra del Creador, estudiando las estrellas, las órbitas y la esencia de la materia. Su trabajo, con más de 60 tratados, dejó huella en el mundo científico y un legado que sirvió de inspiración a los trabajos posteriores de Michael Faraday y Albert Einstein.
Nació en Ragusa el 8 de mayo de 1711, el más joven de seis hermanos, estudió en el colegio jesuita de su ciudad natal. Cautivado por esta experiencia, a los 14 años, decidió entrar al Noviciado de la Compañía de Jesús en Roma. Sus maestros del Colegio Romano cultivaron con éxito los talentos del joven Boskovic, que empezaba a brillar especialmente en Matemáticas.
Zagreb, Croacia
Su actividad intelectual abarcó una pluralidad de disciplinas. Además tomó parte activa en las discusiones científicas de su época. A éstas pertenecen su Desviación de la Tierra de la probable Forma Esférica o El Cómputo de la Órbita de un Cometa a partir de unas breves Observaciones.
Así pues, tenemos a Boscovic investigando la esencia de la materia e intentando establecer más ampliamente la ley de Newton sobre la gravitación universal, buscando siempre la relación entre lo creado y el Creador. Para este jesuita, lo importante es reconocer al Diseñador en las Leyes que gobiernan la naturaleza. “Quien considera todo lo creado como fruto de la casualidad, no puede cometer un error más grave”. La labor del científico es reconocer a este Autor.
En De materiae divisibilitate et du principiis corporum dissertatio (1748) Boscovic considera a las moléculas como puntos matemáticos y conjetura la existencia de complejas fuerzas intermoleculares que pueden ser repulsivas o atractivas dependiendo de la distancia entre las partículas. El caso de Boscovic es especialmente significativo porque él fue el primero en afirmar, en contra de sus contemporáneos, que la naturaleza de los átomos que forman los sólidos y los líquidos es la misma que la de los que forman los gases.
Además, su intento de establecer una teoría unificada de los fenómenos físicos basada en la Naturphilosophie kantiana, influenciará a grandes científicos del siglo XIX como Faraday, Oersted o Lord Kelvin.
Boscovic también demostró mucha habilidad en solucionar los problemas prácticos de su época. A mitad del siglo XVIII la gran cúpula de San Pedro comenzó a agrietarse, causando consternación al Papa y a la Ciudad Eterna. Boscovic fue consultado y salvó del derrumbe a la cúpula de la Basílica de San Pedro en Roma, rodeándola de cinco anillos de hierro.
No fue el único reto al que se enfrentó. También se implicó como mediador cuando los ciudadanos de Ragusa, su ciudad natal, le pidieron que fuera árbitro de una disputa en la que estaban envueltos con el rey de Francia.
Muchas universidades buscaron reclutar a Boscovic en su profesorado. Sus trabajos atrajeron la atención de prestigiosas academias que lo hicieron miembro activo, como la Academia Rusa de Ciencias o la Royal Society en 1760. Es más, la emperatriz María Teresa y el emperador Francisco de Austria le ofrecieron títulos de nobleza, que rechazó por su juramento a la Compañía de Jesús.
Boskovic estuvo siempre lleno de espíritu emprendedor, atrayendo la atención tanto con sus escritos políticos como con sus logros científicos. Mientras estuvo en Inglaterra, impulsó las observaciones del tránsito de Venus, el 6 de junio de 1761. La Academia de Londres propuso enviar a Boscovic a cargo de una expedición a California a observar el tránsito de Venus en 1769, pero desafortunadamente, la oposición manifestada en todas partes a la Compañía de Jesús que llevó finalmente a su supresión, la hizo imposible. Continuó, sin embargo, dando sus servicios al Observatorio de Milán.
Tras la publicación de su último trabajo se retiró por un tiempo al monasterio de los monjes de Vallombrosa. La muerte lo visitó a la edad de 76 años, precedida por un largo malestar acompañado de enfermedades nerviosas y desarreglos mentales. Fue sepultado en la iglesia de Santa María Podone.
Es tanta su influencia en el mundo científico que varias calles en Italia tienen su nombre, un cráter de la luna también fue bautizado con su nombre, e incluso existe un monumento en su honor en los jardines del Instituto Atómico de Zagreb. También el asteroide Boskovic conmemora su figura.
Cráter lunar Boskovich
En Boskovic encontramos un sacerdote y un ser humano, que probó las dificultades de la vida, comenzando por su propio mundo interior, pues tendía a las enfermedades nerviosas, especialmente a la depresión. Sin embargo, esto no fue obstáculo para entregar los dones recibidos de Dios y hacerlos multiplicar, dejando un gran legado para el desarrollo científico de la humanidad.
A pesar de trabajar en tiempos difíciles, que vieron el cierre de la Compañía de Jesús, nunca cesó en su activismo y en su incansable trabajo por conocer y enseñar la esencia de la realidad. Su amor a la ciencia estuvo siempre sometido al amor por Cristo.