«Es imposible soñar en los Reyes Católicos sin soñar a la vez en España. No en la España abstracta de los cartógrafos, sino en los mil semblantes de la España que conocen los peregrinos”, escribió Eugenio d’Ors en La vida de Fernando e Isabel. ¿Cómo soñar en aquella niña que vio la luz del mundo el 22 de abril de 1451 en Madrigal de las Altas Torres sin soñar en España y sus mayores epopeyas: la culminación de la Reconquista, la unidad de la nación y el Descubrimiento? Ah, aquella niña de piel blanca y cabellos rubios, como todos los Trastámaras descendientes de doña Catalina de Lancaster, y a la que su hermano Enrique IV otorgó el título de princesa de Asturias. Aquella mujer de vida austera, ajena a toda opulencia y profundamente religiosa a la que no se ahorraron tragedias en los años postreros, no siendo la menor la muerte de Juan, uno de sus seis hijos. “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea su santo nombre”, afirmó, recia, al serle comunicada tan dramática noticia.

De ella escribió el cronista real Hernando del Pulgar que “su autodominio se extendía a disimular el dolor en los partos, a no decir ni mostrar la pena que en aquella hora sienten y muestran las mujeres”. Y su esposo, Fernando el Católico, declaró en su testamento que “era ejemplar en todos los actos de virtud y del temor de Dios”. Incluso su supuesta vida de santidad y la sabiduría de sus escritos han hecho que la Iglesia se plantee su canonización.

Si bien desde los tres años Isabel había estado comprometida con Fernando, hijo de Juan II de Aragón, su hermano Enrique IV rompió este acuerdo y la comprometió con Carlos, príncipe de Viana. Después del fracaso de numerosos proyectos matrimoniales, Juan II de Aragón negoció en secreto con Isabel la boda con su hijo Fernando. La futura reina consideró que era el mejor candidato para esposo. Y acertó.

Isabel fue proclamada Reina de Castilla el 13 de diciembre de 1474 en Segovia. Aquel día solemne, desde el Alcázar se dirigió a la iglesia de San Miguel, junto a la Plaza Mayor, en cuya entrada juró por Dios, la Cruz y los Evangelios que sería fiel a los mandamientos de la Iglesia para después acceder al interior del templo. Mujer de carácter y gran capacidad decisoria, creyó en los proyectos de Cristóbal Colón, a pesar de las opiniones adversas de la Corte y los científicos. Además, estableció la Santa Inquisición, creó la Santa Hermandad, incorporó el reino nazarí de Granada y consiguió la unificación religiosa de la Corona hispánica, fundada en la conversión obligada de los judíos bajo pena de expulsión y después de los musulmanes. Finalmente, la anexión de Navarra supuso el origen del futuro Reino de las Españas.

Isabel falleció el 26 de noviembre de 1504 en el Palacio Real de Medina del Campo. Su defensa de la igualdad de los súbditos americanos respecto a los del Viejo Mundo le ha ganado el título de Precursora de los Derechos Humanos por eminentes historiadores.

(Fuente: Muy Historia).

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