Mis Eucaristías en Extremo Oriente (y 5): Filipinas

Mis Eucaristías en Extremo Oriente (y 5): Filipinas

bandera filipinaEnrique Calicó, socio de Enraizados, nos cuenta (en diferentes capítulos) su experiencia en Eucaristías con diferentes comunidades católicas de Extremo Oriente. Aunque lejos en kilómetros, son hermanos nuestros en la fe. Desde Enraizados estamos especialmente preocupados por los cristianos perseguidos en China, Singapur y otros países:

Cada año, una o varias veces, viajaba a Extremo Oriente por razones de trabajo. Y esto durante más de veinte años, hasta que mi edad me recomendó que lo dejara para la gente más joven de la empresa.

Los países más frecuentados eran Japón, Corea del Sur, Taiwán y China. Y esporádicamente, Hong Kong y Filipinas. Aprovechaba los domingos, días no laborables, para coger el avión y saltar de un lugar a otro. Y hacía todo lo posible para no perderme la misa dominical, que en algunos puntos era totalmente imposible, por eso me llevaba conmigo un librito de la “Misa de cada día” que me servía además poder seguirla a pesar de los diferentes idiomas de los que no entendía ni palabra, como es natural. Y voy a dar algún detalle de una misa por país.

FILIPINAS- Es un país sumamente católico a pesar del islam concentrado en el sur. La Iglesia dispone de un buen número de sacerdotes y vocaciones. Allí, hasta los perros van a misa. Y no es broma. Me explico.

Tenemos en Filipinas varios amigos, situados en dos grupos no relacionados entre sí, aunque se conocen.

Uno de los amigos, con motivo de cumplir los sesenta años, fecha muy importante en la cultura china, celebró una gran fiesta invitando a muchos europeos. Solo teníamos que presentarnos en Manila, el resto corría todo a cargo de los anfitriones. La fiesta consistía en pasar varios días en un centro turístico, de esos que las casas están apoyadas con cuatro patas dentro del mar, al sur, cerca de Davao, en un lugar paradisíaco lejos de toda civilización.

Cada día había una actividad diferente, consistente en cena en una playa con folclore nativo, o concierto a cargo de una cantante filipina, u otro tipo de excursiones por mar o por las diferentes islas, todo muy variado y muy vistoso. Hay que decir que el centro turístico completo estaba a nuestra disposición. No puedo imaginarme el coste de todo aquello. ¿Quién se hacía cargo de tanto dispendio? Tito Paco.

¿Quién era Tito Paco? Un señor ya entrado en años, sencillo y muy simpático, un magnate, propietario de la naviera más grande de Filipinas, con grandes transatlánticos que hacían las rutas que les unían con América, y a quien tanto mi esposa como yo le caímos bien y nos dedicó muchas más horas que a los demás invitados, creo que por aquello de a) ser españoles, b) ser buenos cristianos. Dos cosas que a él le iban.

a) Educado en español, hablaba perfectamente nuestro idioma. Habiendo estudiado historia, quería hacer un homenaje y un monumento a Felipe II para restituir el honor a quienes les dieron una cultura y una religión durante tantos siglos, y que los americanos habían intentado borrar.

b) Era un hombre de fe firme, no quería perderse la misa y por ello, siempre que viajaba, se llevaba consigo a un sacerdote.

Fue él el que organizó la misa dominical. La iglesia, una construcción a base de bambú al estilo filipino, se llenó de nativos y escasos extranjeros, entre ellos María Rosa y un servidor. Algunos del lugar, vinieron con el perro que permanecieron con mucho respeto debajo de los asientos.

Tito Paco tuvo la delicadeza de ofrecerme una lectura. Yo rehusé por ser en inglés, y las lecturas deben hacerlas gente preparada para que la Palabra llegue nítida a los corazones de los oyentes. Fue una Eucaristía de devoción intensa y muy participada por todos los presentes. Después de tantos años, aún la llevo en el corazón.

Mis Eucaristías en Extremo Oriente (4): China

Mis Eucaristías en Extremo Oriente (4): China

china banderaEnrique Calicó, socio de Enraizados, nos cuenta (en diferentes capítulos) su experiencia en Eucaristías con diferentes comunidades católicas de Extremo Oriente. Aunque lejos en kilómetros, son hermanos nuestros en la fe. Desde Enraizados estamos especialmente preocupados por los cristianos perseguidos en China, Singapur y otros países:

Cada año, una o varias veces, viajaba a Extremo Oriente por razones de trabajo. Y esto durante más de veinte años, hasta que mi edad me recomendó que lo dejara para la gente más joven de la empresa.

Los países más frecuentados eran Japón, Corea del Sur, Taiwán y China. Y esporádicamente, Hong Kong y Filipinas. Aprovechaba los domingos, días no laborables, para coger el avión y saltar de un lugar a otro. Y hacía todo lo posible para no perderme la misa dominical, que en algunos puntos era totalmente imposible, por eso me llevaba conmigo un librito de la “Misa de cada día” que me servía además poder seguirla a pesar de los diferentes idiomas de los que no entendía ni palabra, como es natural. Y voy a dar algún detalle de una misa por país.

CHINA– Pocas son las Eucaristías que he participado en China, alguna en la catedral de Shanghai con toda normalidad. Pero la que más me llamó la atención fue en la catedral de Ningbo, la cual tenía cerca del hotel donde me hospedaba, lo que me había facilitado entrar en la portería para preguntar el horario. Lo primero que vi en la garita de la portería fue la imagen de María y a reglón seguido un cuadro de Juan Pablo II, lo cual me confirmaba rotundamente que era una iglesia católica dependiente de Roma.

Me informaron que la misa vespertina era a las seis de la tarde. Tenía que aprovechar ésta puesto que volaba, al día siguiente, domingo, temprano.

A las seis menos cinco entraba en la catedral y me encontré con la iglesia casi vacía. Primera sorpresa. Me quedé bastante atrás, a lado del pasillo. Al otro lado estaban unas señoras, de cierta edad, vestidas muy sencillamente, que hablaban sin reparo alguno. Me puse a rezar esperando que empezara la misa de un momento a otro. En el altar mayor, una enorme imagen de la Santísima Virgen con su manto azul, y unos angelitos la conducían al cielo donde en la cúpula la esperan la Santísima Trinidad con una corona en la mano. El conjunto era precioso, de unos colores muy brillantes, de unos siete u ocho metros de altura, yo diría hecho de fibra de vidrio, como se fabrican los barcos. No podía dejar de mirarla, me absorbía, le veía Inmaculada, Asunción y Reina de cielos y tierra, todo a la vez. Tenía claro que aquella Catedral estaba dedicada a María.

En la primera fila se preparaban varias personas y se ponían un roquete. No me extrañó, porque fueron las que luego prestaron algún servicio durante la celebración, como las lecturas, el ofertorio, etc.

Un sacerdote venía por el pasillo directamente a mí. Me saludó en inglés, le pregunté si había misa, me dijo a las seis treinta. Yo: si era el celebrante; me contestó que sí y a renglón seguido me rogó que fuera el día siguiente a misa de doce, que era la misa para extranjeros, en inglés. Le dije que no podía, puesto que mi avión salía temprano. Insistió una y otra vez, que fuera el domingo a las doce, que me sentiría mejor. Al principio no entendía porque tanta insistencia, sabiendo que yo no podía. La gente iba entrando, todos orientales, yo el único occidental. Entonces comprendí que todas aquellas personas no querían perderse la Eucaristía a pesar de que estaban corriendo un gran riesgo, pues si entraba la policía, nadie estaba seguro ni nadie sabía lo que podría pasar. Por eso me insistía sin atreverse a decirme que estaba corriendo ese riesgo. Entonces tomé la decisión de que si los fieles eran firmes en su fe, yo también debería serlo. Aunque, siendo extranjero no podían tocarme, siempre se puede salir mal parado si desalojaban la iglesia de malos modos.

Gracias a Dios no ocurrió nada, pero toda aquella buena gente cumple con el precepto dominical con la espada de Damocles encima de sus cabezas.

Cuando volví a Ningbo al año siguiente, coincidió entre semana. Con la iglesia cerrada, entré por la portería. No había misa, pero me dejaron pasar por un patio muy oscuro a una puerta lateral. Pude hacer la visita al Santísimo, solamente, sin poder comulgar.

Mis Eucaristías en Extremo Oriente (3): Hong Kong

Mis Eucaristías en Extremo Oriente (3): Hong Kong

Bandera hong kongEnrique Calicó, socio de Enraizados, nos cuenta (en diferentes capítulos) su experiencia en Eucaristías con diferentes comunidades católicas de Extremo Oriente. Aunque lejos en kilómetros, son hermanos nuestros en la fe. Desde Enraizados estamos especialmente preocupados por los cristianos perseguidos en China, Singapur y otros países:

Cada año, una o varias veces, viajaba a Extremo Oriente por razones de trabajo. Y esto durante más de veinte años, hasta que mi edad me recomendó que lo dejara para la gente más joven de la empresa.

Los países más frecuentados eran Japón, Corea del Sur, Taiwán y China. Y esporádicamente, Hong Kong y Filipinas. Aprovechaba los domingos, días no laborables, para coger el avión y saltar de un lugar a otro. Y hacía todo lo posible para no perderme la misa dominical, que en algunos puntos era totalmente imposible, por eso me llevaba conmigo un librito de la “Misa de cada día” que me servía además poder seguirla a pesar de los diferentes idiomas de los que no entendía ni palabra, como es natural. Y voy a dar algún detalle de una misa por país.

HONG KONG– Sólo una vez asistí a misa dominical, y de esto hace mucho. Encontré dónde ir justo detrás del hotel del aeropuerto antiguo, el que está en el centro de la ciudad. Pude ir a pie, y era el colegio de primaria y secundaria del obispado. La iglesia estaba llena y a pesar de esto, yo destacaba por ser el único occidental además del padre celebrante. Una misa toda en chino que yo pude seguir perfectamente gracias a mi librito, excepto, claro está, en la homilía. Terminada la celebración, como siempre que tengo tiempo me quedo un poco para dar mi acción de gracias. El padre celebrante se acercó a mí y me preguntó de dónde era. Me invitó a subir a su apartamento a tomar un aperitivo. Tenía tiempo, pues mi avión no salía hasta la tarde.

Era italiano, un hombre fuerte, con una cabeza enorme que demostraba tener mucha masa cerebral, y una capacidad envidiable para los idiomas, por eso lo habían mandado a Hong Kong. Era el director del colegio, allí le había puesto el Obispo de Hong Kong. Hablaba algo de español, pero quería que le hablara en inglés. Me contó algo del funcionamiento del colegio y que se encontraba muy desplazado de su ambiente. A sus pies yacía un enorme perro de esos blancos especial para ciegos. Me dijo que le hacía mucha compañía, que no podía sacarlo a pasear por la calle porque estaba prohibido perros en la calle y que por suerte tenía un patio.

Hablamos del tiempo que faltaba para que Hong Kong se incorporase a China y no sabía lo que pasaría con el colegio católico y demás estamentos libres. Habían prometido que todo seguiría igual, pero nadie lo creía. Las grandes fortunas estaban emigrando.

Me aseguró que los sacerdotes pertenecientes a la Iglesia de China, la oficial, eran obedientes al Santo Padre pero tenían que hacerlo “por debajo de la mesa”.

Mantuvimos correspondencia durante un cierto tiempo hasta que perdí su rastro. Me informaba de cosas tales como que en China ya habían traducido el nuevo catecismo y similares.

Mis Eucaristías en Extremo Oriente (2): Tokio, Japón

Mis Eucaristías en Extremo Oriente (2): Tokio, Japón

bandera japónEnrique Calicó, socio de Enraizados, nos cuenta (en diferentes capítulos) su experiencia en Eucaristías con diferentes comunidades católicas de Extremo Oriente. Aunque lejos en kilómetros, son hermanos nuestros en la fe. Desde Enraizados estamos especialmente preocupados por los cristianos perseguidos en China, Singapur y otros países:

Cada año, una o varias veces, viajaba a Extremo Oriente por razones de trabajo. Y esto durante más de veinte años, hasta que mi edad me recomendó que lo dejara para la gente más joven de la empresa.

Los países más frecuentados eran Japón, Corea del Sur, Taiwán y China. Y esporádicamente, Hong Kong y Filipinas. Aprovechaba los domingos, días no laborables, para coger el avión y saltar de un lugar a otro. Y hacía todo lo posible para no perderme la misa dominical, que en algunos puntos era totalmente imposible, por eso me llevaba conmigo un librito de la “Misa de cada día” que me servía además poder seguirla a pesar de los diferentes idiomas de los que no entendía ni palabra, como es natural. Y voy a dar algún detalle de una misa por país.

TOKIO, JAPÓN.- Mi primera misa en Japón lo fue a las de ocho de la mañana en San Ignacio, jesuitas. Una iglesia amplia, semivacía, gente esparcida, no agrupada. Compartía banco de seis con una señorita, o señora (pues es difícil saber la edad de los orientales, siempre tienen el aspecto joven), ella con sus gafas de cristales redondos. Todo el mundo tenía un libro en las manos. Al ver que yo no llevaba libro (era mi primera experiencia) coge uno, busca la página adecuada y me lo entrega abierto. Estaban leyendo las lecturas. Cojo el libro, me lo miro y horror, todo escrito en japonés. Imposible leer y seguirles, mejor rezar el rosario como el lego que no sabía latín. Al momento de darnos la paz, nadie extendió la mano, sino la tradicional reverencia japonesa a diestra y siniestra. Yo, allí donde fueres, haz lo que vieres, hice lo mismo.

Al salir, nadie me preguntó nada. Yo media vuelta, coger el metro y al hotel, donde mi compañero me esperaba para coger el tren e irnos a Osaka.

Mis Eucaristías en Extremo Oriente (1): Seúl (Corea del Sur)

Mis Eucaristías en Extremo Oriente (1): Seúl (Corea del Sur)

bandera corea surEnrique Calicó, socio de Enraizados, nos cuenta (en diferentes capítulos) su experiencia en Eucaristías con diferentes comunidades católicas de Extremo Oriente. Aunque lejos en kilómetros, son hermanos nuestros en la fe. Desde Enraizados estamos especialmente preocupados por los cristianos perseguidos en China y otros países:

Cada año, una o varias veces, viajaba a Extremo Oriente por razones de trabajo. Y esto durante más de veinte años, hasta que mi edad me recomendó que lo dejara para la gente más joven de la empresa.

Los países más frecuentados eran Japón, Corea del Sur, Taiwán y China. Y esporádicamente, Hong Kong y Filipinas. Aprovechaba los domingos, días no laborables, para coger el avión y saltar de un lugar a otro. Y hacía todo lo posible para no perderme la misa dominical, que en algunos puntos era totalmente imposible, por eso me llevaba conmigo un librito de la “Misa de cada día” que me servía además poder seguirla a pesar de los diferentes idiomas de los que no entendía ni palabra, como es natural. Y voy a dar algún detalle de una misa por país.

SEUL, COREA DEL SUR.- País con abundancia de católicos. También de cruces luminosas rojas al anochecer de la multitud de capillas protestantes. Siempre recordaré mi primera misa en esa capital. Desde el hotel fui a pie a la Catedral católica, en Myung Dong. Era fácil según plano en mano, y no demasiado lejos. La temperatura exterior era de diecisiete grados bajo cero. Para mí, terrible. La iglesia estaba cerrada porque no había acabado la misa anterior, y la gente a medida que iba llegando, hacían cola, muy ordenada y silenciosa. Me puse a la cola soportando aquella temperatura frotándome las orejas y procurando respirar por la nariz. Era preciso esperar a que terminara la misa anterior, serían las seis menos cuarto de la tarde.

Cuando hubo salido toda la gente de dentro, entramos en procesión sin atropellos ni codazos. Me senté sin darme cuenta en la quinta o sexta fila de bancos centrales, al lado de un señor de edad avanzada, con americana y sin abrigo. Y digo eso porque la temperatura al interior de la iglesia debería rayar los cero grados. Para mí, también terrible. Aquel hombre, con los puños cerrados, y una devoción tremenda, solo ponía atención en lo que pasaba en el altar; ni se enteraba del frío reinante. Sentí vergüenza de mi mismo, apreté los puños y me entregué completamente a seguir la Santa Misa. Pronto ya no me di cuenta del frío, sino seguía la Eucaristía esperando el momento culminante de recibir a Jesús.

Después del ofertorio, unas señoritas, con el traje típico coreano, pasaron por los pasillos con unos enormes jarrones donde la gente depositaba su ofrenda, y puedo asegurar que no echaban la calderilla miserable que vemos en nuestro país, que en algunas partes como en Cataluña le han puesto el nombre de “escura botxacas” (Rebañar bolsillos). Me di cuenta que la gente era esplendida y contribuye al mantener a la Iglesia con sus gastos, escuelas, hospital, etcétera, en un país en que el nivel de vida, en aquellos momentos, era muy, pero que muy bajo.

También para ir a comulgar se mantuvo un orden perfecto desde el primer banco hasta el último. Ayudados, claro está, por los colaboradores, que iban dando la salida al banco de turno. El que lo deseaba podía comulgar con las dos especies bebiendo directamente de uno de los dos enormes cálices situados en las esquinas.

Destaco varias cosas:

  • la puntualidad. Cuando empieza la Santa Misa, las puertas de la iglesia se cierran, cosa que también pude comprobar en otras muchas ocasiones.
  • En cada misa la iglesia se llena a tope.
  • El orden y la devoción.
  • Y los preciosos cantos en los que todo el mundo participa.

Enrique Calicó

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad