Nov 26, 2018 | Actualidad
La Historia nos ofrece momentos realmente llamativos, cuando no curiosos. Si nuestro personaje hubiese cumplido con su principal misión como mujer en el Medioevo, o sea, darle un hijo a su entonces marido Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, con total seguridad la historia de España habría sido absolutamente diferente, e incluso los Reyes Católicos no habrían ni configurado la total Reconquista, ni tan siquiera hubiesen existido. Sin embargo, retrotrayéndonos, Urraca no proporcionó heredero alguno a su entonces esposo, empero su demostrada fertilidad, dentro y fuera del matrimonio.
Urraca fue hija de un rey moteado como el Bravo, Alfonso de León, si bien esa bravura tanto se podría referir a su fortaleza marital, cinco esposas y Dios sabe cuántas concubinas y amantes, como a su espíritu luchador en contra de las hordas musulmanas. Sea como sea, lo cierto es que Urraca, hija de su matrimonio con Constanza de Borgoña, llegó a convertirse en reina de Castilla y León con pleno derecho. Una reina mujer que ha pasado a la historia como Urraca la Temeraria, seguramente por haber reunido en ella el vigor y el espíritu de lucha de su padre el Bravo. Casada con doce años con Raimundo de Borgoña, de cuya unión nació el futuro Alfonso VII, al haber enviudado su padre la hizo proclamar futura reina de Castilla y León en el Alcázar de Toledo.
Y a continuación, el Bravo rey la casó con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, todo un personaje. Una boda que no satisfizo ni a la nobleza castellana ni a la propia Urraca. Las capitulaciones matrimoniales establecían que de existir heredero este recibiría todos los reinos cristianos, dejando fuera de la sucesión al hijo de Urraca con el conde de Borgoña, lo cual no agradaba en modo alguno a la Temeraria. Lo cierto es que las desavenencias y discrepancias entre los cónyuges reales se hicieron constantes, llegando la reina a quejarse por escrito de los malos tratos de hecho y de palabra que recibía del Batallador, el cual no comprendía cómo, madre de dos hijos en su anterior matrimonio, no lograba engendrar su esposa hijo alguno. El momento crítico llegó cuando Urraca, sin aviso previo, ordenó liberar a unos rehenes musulmanes que Alfonso reservaba para futuros acuerdos con el moro. Su enfado fue de los que hacen época. No solamente la golpeó personalmente sino que la encerró en el castillo de El Castellar, del cual pudo escapar.
Refugiada Urraca en Burgos y luego en Segovia, perseguida por su esposo, nos encontramos con una verdadera guerra civil, con la baja nobleza castellana y leonesa apoyando al rey aragonés, mientras la alta nobleza y la prelatura lo hacía a favor de la reina castellana. Lo cierto es que Alfonso I penetró en Castilla con un poderoso ejército y arrasó cuanto encontró a su paso, hasta llegar a Candespina, en donde se había retirado Urraca, después de haber huido del convento de Sahagún, saqueado por el rey aragonés. La derrota de las fuerzas castellanas en Candespina fue absoluta, llamando la atención la participación con las victoriosas aragonesas de las del conde de Portugal, es decir, de Teresa, la hermana de Urraca, ambiciosa de lograr la independencia del reino de Portugal, no ajustado en aquel tiempo a las actuales fronteras.
Sin embargo, se produce otro hecho llamativo, de los que jalonan la vida de Urraca. Alfonso decide reconciliarse con Urraca, pedir la nulidad de su matrimonio y renunciar a sus pretensiones territoriales, esto último desbaratando las aspiraciones de Teresa de Portugal. Lograda la nulidad, Urraca decide reinar en solitario en Castilla, aunque, siguiendo la tradición paterna, con la asistencia de privados como el conde Pedro González de Lara, de quien tuvo dos hijos.
Y llegamos a otro acontecimiento llamativo y por demás inusual en el Medioevo. Enfrentada al obispo de Santiago, al rebelde Diego Gelmirez y también al recalcitrante conde Traba, puso cerco a la ciudad de Santiago de Compostela. Reunidos ambos bandos en el palacio episcopal para intentar llegar a un acuerdo, el populacho se amotina, sorprende a la Reina, la cual es golpeada, humillada e incluso arrojada a un lodazal en donde, se dice, fue desnudada a tirones e incluso tuvo que soportar un intento de lapidación, sin que ni el conde ni el obispo hiciesen nada en su defensa, salvo que, este, «transido de dolor, pasó de largo», o al menos eso relata el cronista Jerónimo de Zurita.
Escapada, milagrosamente, de la enfurecida turba, se tomó su pertinente revancha. Recuperado el mando de su ejército, asaltó y pasó a cuchillo a la población de Santiago, aunque ello no significó el final de sus contiendas con el conde de Traba. Por fin, en 1117 firmó el pacto de Tambre en cuya virtud su hijo Alfonso llegó a convertirse en rey de Galicia y de Toledo, garantizándose como sucesor de su madre el reino de Castilla y de León.
Urraca, la reina Temeraria, fiel a su genética paterna, falleció en 1126 durante el parto de su tercer hijo del privado Pedro González de Lara. Tenía a la sazón 45 años y, cual había solicitado, fue enterrada en el Panteón real de san Isidro de León.
Una reina que a lo largo de toda su vida intentó hacerse respetar por sus súbditos y que al sentirse desobedecida gritaba: «¡El rey soy yo!», llegando a titularse Totius Hispaniae Regina, o sea, Reina de Toda España. Una verdadera adelantada en la defensa del feminismo.
Francisco Gilet.
Bibliografía:
SALAZAR Y ACHA, Jaime de (2006). «Urraca. Un nombre egregio en la onomástica altomedieval». En la España medieval».
ARCO Y GARAY, Ricardo del (1954). Sepulcros de la Casa Real de Castilla.
PALLARES, M.ª del Carmen; PORTELA, Ermelindo (2006). La reina Urraca.
Nov 24, 2018 | Actualidad
Carlos II (1665-1700), raquítico y enfermizo, fue el último Austria español. Como al morir su padre, Felipe IV, sólo tenía cuatro años, fue regente su madre Mariana de Austria, quien entregó el gobierno primero al jesuíta alemán Padre Nithard, y después a Valenzuela. Al cumplir los catorce años el rey fue declarado mayor de edad, aunque ni física ni espiritualmente había pasado la infancia. Carlos II, aunque se había casado dos veces, primero con la francesa María Luisa de Orleans (sobrina de Luis XIV), y luego con la alemana María Ana de Neoburgo (cuñada del emperador Leopoldo I), no tuvo hijos.
Aún en vida del desdichado monarca, se disputaron el trono español varios pretendientes, cuyos respectivos partidarios convirtieron la Corte española del último Austria en un semillero de intrigas y discordias; y, después de su muerte, dieron lugar a la Guerra de Sucesión española, que abarca los catorce primeros años del siglo XVIII, y terminó con los Tratados de Utrecht y Rastatt, a costa del Imperio español, que pasó íntegro a otras potencias, principalmente Austria.
El testamento de Carlos II a favor del Duque de Anjou dio lugar a la Guerra de Sucesión. En virtud del testamento de Carlos II subió al trono de España Felipe V, nieto de Luis XIV, el 24 de noviembre de 1700, que inaugura en España la disnastía de Borbón.
La Guerra de Sucesión era un conflicto internacional, pero también un conflicto civil, pues mientras la Corona de Castilla y Navarra se mantenían fieles al candidato borbónico, la mayor parte de la Corona de Aragón, especialmente por el temor de la burguesía y la nobleza a perder sus enormes privilegios económicos, prestó su apoyo al candidato austriaco. En el interior los combates fueron favorables a las tropas felipistas, que tras la victoria de Almansa (1707) obtuvieron el control sobre Aragón y Valencia.
En 1713 el archiduque Carlos fue elegido emperador de Alemania. Las potencias europeas, temerosas ahora del excesivo poder de los Habsburgo, retiraron sus tropas y firmaron ese mismo año el Tratado de Utrecht, en el que España perdía sus posesiones en Europa y conservaba los territorios metropolitanos (a excepción de Gibraltar y Menorca, que pasaron a Gran Bretaña) y de ultramar. No obstante, Felipe fue reconocido como legítimo rey de España por todos los países, con excepción del archiduque Carlos, entonces ya emperador, que seguía reclamando para sí mismo el trono español.
En 1711 murió el emperador José I (primogénito de Leopoldo I, fallecido en 1705), siendo elevado al trono de Austria y del Imperio el archiduque Carlos. Este hecho imprevisto precipitó el fin de la guerra. Inglaterra y Holanda, que habían querido impedir la unión de Francia y España, no podían consentir que España y Alemania pasaran a poder del emperador Carlos y entablaron negociaciones para la paz, que se firmó en Utrecht (1713), pero sin el consentimiento del Emperador. Francia y el Imperio continuaron la lucha hasta la Paz de Rastatt (1714).
Nov 22, 2018 | Actualidad
Dentro del contexto de guerra anglo-española (1585-1604), la reina Isabel I de Inglaterra ordenó la organización de una flota de conquista de Puerto Rico al mando de Francis Drake y John Hawkins. Como en muchas de las empresas de esta época organizadas por el reino de Inglaterra, los objetivos no estaban bien definidos, se trataba en general de conseguir un máximo de botín y si se terciaba, alguna ventaja territorial.
La flota de Drake estaba compuesta por 6 galeones y 22 navíos auxiliares. Drake era un buen marino y un hábil corsario, pero como ya había demostrado en el fracaso de la contraarmada de 1589, como organizador de flotas complejas dejaba mucho que desear, todo ello complicado con la falta de órdenes y objetivos bien definidos. Como buen corsario, lo primero que se le ocurrió fue atacar las Islas Canarias, en concreto Las Palmas, con el objetivo de obtener avituallamiento gratuito. Allí no solo fue rechazado por una fuerza de apenas 1.000 hombres, la mayoría civiles, sino lo que fue más grave, se perdió la ventaja de la sorpresa. El Imperio Español había ya organizado un servicio de naves rápidas (avisos) que comunicaban con eficacia ambos lados del Atlántico, y desde Canarias se enviaron correos a la Corte madrileña y a las provincias americanas.
Como consecuencia de ello, cuando Drake desembarcó en la isla de Puerto Rico el 22 de noviembre de 1595, el defensor de la plaza, el gobernador Pedro Suárez Coronel, ya estaba al corriente de lo que se le venía encima y organizó el conveniente recibimiento.
Estamos hablando de finales del siglo XVI y las imponentes defensas que hoy podemos observar a la entrada de la bahía de San Juan no existían. Solo había blocaos improvisados, seis fragatas, 1.200 hombres y mucha voluntad. Por la parte atacante, seis galeones, 22 naves de diverso tipo, 2.500 hombres y mucha soberbia.
Tanto fue la imprudencia de Drake que situó a su nave almirante al alcance de los cañones de los españoles y encima organizó una reunión invitando a muchos de los oficiales que le acompañaban. Pedro Suárez organizó con acierto el fuego de sus cañones y acertó de lleno al buque donde se encontraba Drake y Hawkins con resultado de la muerte de este último.
Después de tres meses de fracasos de similar calibre, Drake tuvo que abandonar el asedio y, como buen corsario intentó, otro ataque en tierra firme. Pero su estrella se había acabado. Murió de disentería frente a las costas de Portobelo.
Esta derrota tuvo importantes consecuencias y contribuyeron a que se firmara la paz con el tratado de Londres de 1604 en condiciones bastante favorables a los intereses del Imperio Español. Durante las siguientes décadas no fueron los buques ingleses los que se enfrentaron a los nuestros, si no los holandeses, que llegaron a ser realmente un quebradero de cabeza no solo en el Atlántico, sino incluso, en las lejanas islas de Sumatra.
Manuel de Francisco
Fuentes:
Primeros dos ataques ingleses
Nov 20, 2018 | Actualidad
A partir del minuto 51 podéis escuchar la intervención de Manuel de Francisco sobre Cervantes y la iglesia de su bautizo:
Nov 17, 2018 | Actualidad
En 1520 Magallanes descubrió el estrecho de su nombre y lo cruzó desde Atlántico hacia el Pacífico. Seis años más tarde, en 1526, la expedición de Laoisa hizo la misma singladura. En 1535, Simón de Alcazaba y Sotomayor, noble lusitano, intentó cruzar el estrecho de nuevo en una expedición que partió de Sanlúcar de Barrameda. Llegó a la entrada oriental pero no consiguió cruzarlo debiendo retroceder hacia el Atlántico. Apenas dos años mas tarde, en 1537, el genovés León Pancaldo, marinero de la expedición de Magallanes, intentó llegar al Perú saliendo de Cádiz y de nuevo fracasó regresando al poco tiempo al Atlántico. El quinto tentativo estuvo protagonizado por Francisco de Ribera y Alonso de Camargo, saliendo de Sevilla. Solo Camargo logró cruzarlo y llegar hasta el Perú.
Este párrafo inicial muestra las dificultades de realizar la travesía con los medios de hace 500 años. Solo marineros españoles de una enorme pericia y tesón pudieron realizar la travesía de un estrecho de más de 100 km de largo y que a veces no llega a los 3 km de ancho, con unas embarcaciones de escasa capacidad de maniobra con viento contrario. Además, cuando las expediciones llegaban al estrecho, estaban ya agotadas después de haber cruzado el Atlántico de Norte a Sur y de Este a Oeste. Por tanto se decidió que las expediciones de exploración partieran de la costa del Pacifico y lo más cerca posible del destino, aunque ello tampoco iba a ser fácil.
En 1553, el gobernador de Chile, Pedro Valdivia, ordenó la organización de una expedición que recayó bajo el mando de Francisco de Ulloa y Francisco Cortés Ojea. Zarparon de la ciudad chilena de Valdivia y consiguieron entrar profundamente en el estrecho, pero tuvieron que volver antes de llegar al Atlántico debido al empeoramiento de las condiciones climatológicas por la llegada del invierno Austral.
Solo cuatro años mas tarde, el nuevo gobernador de Chile, García Hurtado de Mendoza, ordenó armar una expedición. Juan Fernández Ladrillero fue el encargado de comandarla. Juan tenía nada menos que 67 años cuando recibió la orden. Había conseguido una buena posición en La Paz, Bolivia, y no tenía nada que ganar en esta expedición, ya que se sabía bastante bien que al sur de Chile no había ni grandes imperios a conquistar ni minas de oro a descubrir. La expedición era puramente de exploración y cartografía.
Juan Ladrillero, sin embargo, se embarcó con entusiasmo en la empresa y fue el primero que no solo navegó el estrecho en ambas direcciones, sino que dio detalles precisos de las costas y de las condiciones climáticas de la zona. Es considerado como el segundo descubridor del Estrecho de Magallanes. Sus informes confirmaron la dureza de la zona y la dificultad de establecer colonias permanentes.
A pesar de estos informes, en 1584, Pedro Sarmiento de Gamboa intentó el establecimiento de dos ciudades, una en cada entrada del estrecho, para evitar el paso de piratas que viniendo de Europa atacaran las colonias del Pacífico, pero las dificultades climáticas llevaron al fracaso de ambas colonias. De todas formas, pocos navegantes que no fueran españoles eran capaces de arrostrar estas singladuras y en muy pocas ocasiones piratas ingleses consiguieron pasar por el estrecho.