Isabel: una mujer bajo el ropaje de una reina (I)
Publicamos la primera parte del artículo escrito por Dª Constanza Carmona Soriano, Historiadora e investigadora, dedicado a los aspectos privados de la vida de la Reina. En los próximos días publicaremos la segunda entrega dedicada a los rasgos que definen su vida pública.
Isabel La Católica: Punto de referencia como mujer
Es cierto que resulta complicado descubrir a la mujer que había bajo el ropaje de reina, pues la historia se ha ocupado más de sus decisiones políticas que de sus problemas domésticos.
A la hora de estudiar su figura se suele olvidar que vivió como una mujer de su época, que fue hija, se casó, tuvo hijos que le dieron problemas y disgustos, penas y alegrías, fue amiga de sus amigas, mujeres que compartían proyectos e inquietudes. No siempre ocurre en las personas con responsabilidades públicas, encontrar una total coherencia de vida acorde a sus profundas creencias cristianas.
Los cronistas se refieren a ella así: «Muy buena mujer» (H. del Pulgar), llena de «humanidad» (Valera), bondadosa, según Palencia. «Ejemplar, de buenas y loables costumbres… Nunca se vio en su persona cosa incompuesta… en sus obras cosa mal hecha ni en sus palabras palabra mal dicha» (Pulgar) «honestad y mesura… templada y moderada» (Flores), «dueña de gran «continencia» en sus movimientos y en la expresión de emociones (Pulgar)
Esta extraordinaria mujer supo brillar, como persona y como reina, en uno de los momentos más decisivos para la historia de España y de la Humanidad, sentando las bases de la España Moderna.
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La Vida Privada de Isabel La Católica: Mujer, Hija, Esposa, Madre y Amiga.
Así la describe su cronista Hermando del Pulgar:
Ya desde su infancia, en Arévalo, la escasez de lo más necesario para vivir, marcó su carácter y su personalidad. Allí su madre, Isabel también de nombre, iba perdiendo día a día la razón. ¡La cuidó con cariño hasta el último momento! Veamos. Tras la muerte del rey Juan II, allí fueron llevados su viuda y sus hijos Alfonso e Isabel, niños todavía. Apartados de la corte por Enrique IV, primogénito del fallecido y hermanastro de Isabel, al ser hijo del primer matrimonio del fallecido monarca con su primera esposa María de Aragón. Considerados un potencial peligro para su trono, no les permitía salir. La reclusión forzada de los infantes no impidió que recibieran una buena educación. La reina viuda puso todo el esmero que las circunstancias le permitieron para instruir a sus hijos en el incipiente humanismo. Isabel, con una gran sensibilidad, era una gran aficionada a la lectura, la filosofía y la gramática, a las artes, la pintura, la música y la danza. Durante aquellos años, es natural que Isabel viviera muy unida a su madre. Día a día, se fue preparando para el alto papel que tenía reservado en la Historia.“Esta Reyna de comunal estatura, bien compuesta en su persona e en la proporción de sus miembros, muy blanca e rubia; los ojos entre verdes e azules, el mirar graçioso e honesto, las façiones del rostro bien puestas, la cara toda muy hermosa y alegre…Era muy aguda e discreta, lo cual vemos raras veces concurrir en una persona… Era muy católica e devota, fazía limosnas secretas e en lugares debidos, honraba las casas de oración, visitaua con voluntad los monasterios e casas de religión, aquellas do conocía que guardaven vida honesta, e dotaualas magníficamente”
Las privaciones forjaron en ella una gran fortaleza de carácter, abnegación, humildad, paciencia, Y no fue la reina de ánimo menos fuerte para sufrir los dolores corporales… Ni en los dolores que padecía de sus enfermedades, ni en los del parto, que es cosa de grande admiración, nunca la vieron quejarse, antes con increíble y maravillosa fortaleza los sufría y disimulaba». En la templanza de su cuerpo, manifestaba la templanza de su interior.
Isabel, orgullosa de su condición femenina(¡incluso se han descubierto recientemente -en el Archivo Histórico del Palacio de los Golfines en Cáceres- documentos que mencionan sus preferencias en perfumes y cosméticos!) defendió los derechos de la mujer en la sociedad de manera heroica a lo largo de su vida, en una época en que era poco corriente. Lo vemos en el primer acto de gobierno de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla el 15 de enero de 1475 entre las disposiciones de la Concordia de Segovia “Sentencia arbitral”. Gracias a la habilidad política de Isabel, se decidió que las armas de Castilla y León, precederían a las de Aragón y Sicilia.
El águila de San Juan nimbada, ya era utilizada por Isabel cuando era todavía princesa heredera. Isabel tenía muy clara la igual dignidad entre hombre y mujer y, por tanto, que la mujer tenía el mismo derecho a reinar que el varón. Es revelador que cuando muere su hermanastro el rey Enrique IV, Isabel, sin esperar la llegada de Fernando su marido, se proclama reina de Castilla. Cuando Fernando tuvo noticia rápidamente inició su marcha para reunirse con ella. Cuando por fin llegó a Segovia, su enfado era grande, pues hubiera querido ser proclamado rey de Castilla, por ser primo de Enrique. ¡Momento de tensión en el matrimonio! ¿Quién debe reinar? Isabel, para calmarle, argumentó previsora y prudente, que había sido lo más sensato pues, de no haberse proclamado reina, al tener sólo de momento una hija el matrimonio, Isabel de nombre también, en un futuro hipotético podría verse despojada de la Corona por un tercero que la reclamara por ser varón. De esta manera, estaba defendiendo la herencia de la prole de ambos, y quería que el reino que había sido de su padre Juan II, y por el que estaba luchando, pasara a un hijo de ambos, independientemente de su sexo. Impresiona pensar que, en verdad, este problema se plantearía años después cuando la sucesión de su hija Juana y el deseo de su marido Felipe el Hermoso de apoderarse del trono.
Siguiendo la costumbre de la época, el matrimonio con Fernando de Aragón no fue un enlace por amor. El amor vendría después. No hay duda. Su unión fue sólida como demuestra en su testamento, donde expresa “la grandeza y excelente nobleza y virtudes del rey, mi señor…”Desde muy joven se comportó siempre como una mujer valiente y decidida. En un documento conservado en la RAHE resulta muy emotiva la defensa que hace del matrimonio por ella elegido con Fernando de Aragón. Por aquella boda a escondidas, celebrada en Valladolid en 1469, su hermanastro Enrique IV la acusaba de haber incumplido el acuerdo firmado en 1468 en los Toros de Guisando, por el que no casaría sin consentimiento del rey. Sin embargo, Isabel, con una autonomía fuera de lo corriente en una mujer de su época, decide libremente el marido que le convenía. Isabel veía en Fernando un fuerte aliado y un apoyo en sus actuaciones. Así se lo hace saber a su hermanastro.
Sin esa sintonía propia de matrimonios que miran en la misma dirección hubiera sido muy difícil conseguir los muchos logros de su reinado. Mutuamente se respaldaron y ayudaron. ¡Se complementaron! Isabel fue una buena y fiel esposa. ¡Una vida en común aunando esfuerzos en pro de los mismos desvelos!
El cronista Palencia elogia su pudor y pureza de costumbres. «Castísima, llena de toda honestidad, enemicísima de palabras ni muestras deshonestas», según el continuador de Pulgar. Cisneros, que fue su confesor, alaba su «pureza de corazón». Hay un detalle poco conocido que cuenta el humanista Jerónimo Münzer tras su viaje por España: la reina tenía la costumbre de dormir con damas en su cámara y, más adelante, con sus hijas, cuando el rey estaba ausente, para evitar cualquier género de murmuraciones: el recuerdo de las malas costumbres en época de Enrique IV estaría muy presente en el ánimo de la reina.
Isabel La Católica: Una Madre Ejemplar
Tuvieron cinco hijos: Isabel (1470-1498)), Juan (1478-1497) Juana (1479-1555), María (1482-1517) y Catalina (1485-1536).
En ellos Isabel se volcó en cuerpo y alma como madre ejemplar. Por supuesto, las cuatro hijas fueron educadas con el mismo esmero que su hijo Juan, procurando darles la mejor preparación humana, cultural e intelectual. Como mujeres del Renacimiento, sabían leer y escribir correctamente, empleaban el latín con desenvoltura (para ello hizo venir a Beatriz Galindo “La Latina” a la Corte). Las cuatro cumplieron su papel con nobleza de espíritu y lealtad a la herencia recibida. Realmente, fueron dignas hijas de su madre.
Hay gestos de cariño a sus hijos muy entrañables. En cuanto tuvieron edad, conciliando sus obligaciones, procuraba que sus hijos la acompañaran en los muchos viajes que se veía obligada a hacer. Ante la frágil salud de su hijo Juan permanecía velando al enfermo al pie de la cama siempre. Juana, con apenas 17 debía partir desde Laredo en barco a los Países Bajos para reunirse con su futuro marido Felipe de Austria, “el Hermoso”, en 1476.Isabel la acompañó y permaneció con ella varios días embarcada hasta su partida para que se acostumbrara al balanceo del mar. Incluso en casos extremos fue madre coraje, como cuando en un frío mes de noviembre de 1503 tuvo que acudir enferma a Medina del Campo desde Segovia pues le llegan noticias alarmantes de que su hija Juana se negaba a entrar a resguardo de la noche hasta que le dejaran partir a Flandes. Tras largas conversaciones, Juana marchó y ya no volvió a ver a su madre.
Una enorme confianza en Dios le permitió sobrellevar los problemas, tanto políticos como personales. Afrontó las contrariedades con esperanza y fortaleza de ánimo. Soportó los muchos disgustos de la vida con entereza y paciencia.
Isabel La Católica: Últimos Años de su Vida
De todos es sabido que los últimos años fueron especialmente trágicos para ella. Vio morir a dos hijos y dos nietos. “Dios da y Dios quita” dicen que murmuró la reina. ¡Inmenso dolor del que no se recuperaría nunca y fue minando su salud… pero no su espíritu! Juan el heredero y en quien se habían puesto grandes esperanzas, murió prematuramente de unas fiebres, “fue la primera estocada del dolor que atravesó el alma de la reina” afirma su biógrafo Bernáldez. Su viuda Margarita de Austria quedaba embarazada de una hija que nació muerta. Al poco tiempo, la hija mayor Isabel, viuda por segunda vez, convertida entonces en heredera, muere en el parto al dar a luz a Miguel, nieto que también muere a los dos años de vida en 1500, llevándose consigo la esperanza de España. Una enorme tristeza acompañaba una enorme preocupación por la sucesión del trono, pues la siguiente heredera, Juana, no parecía poder, o no quería, ocuparse del reino. En el lecho de muerte, 1504, redactó un bellísimo testamento en el que daba muestras de un profundo amor a su familia.
Acostumbrada desde niña a la escasez, demostró muy poco apego por los bienes materiales. Pudiendo haber tenido cuanto deseara dada su condición de reina, el desprendimiento le llevó a donar en cuanto podía para fines elevados. Algunos ejemplos. No dudó en donar el primer oro que Colón le trajera tras su primer viaje a de las Indias, para encargar al orfebre catalán Almerique el “Ostensorio de Isabel la Católica”. Sería el embrión de la grandiosa Custodia de la Catedral de Toledo, realizada años después, en 1515, por Enrique de Arfe .La reina era generosa en sus limosnas. Fue «muy amiga de los buenos y buenas, así religiosos como seglares, limosnera y edificadora de templos y monasterios» (Bernáldez), y dadivosa con las casas de religiosos y monasterios que vivían los ideales reformistas, «aquellas do conocía que guardaban vida honesta» (Pulgar). En el mismo testamento de la reina, hay muchas y muy sustanciosas partidas de dinero dedicadas a dotes, que favorecían a doncellas huérfanas (dos millones de maravedíes), redimir cautivos por los infieles, socorrer pobres, etc. Isabel, como mujer que era, sintió la necesidad de crear alrededor suyo un entorno de calidez humana. Isabel honró a varias mujeres con su amistad. Con ellas compartía inquietudes y un mismo proyecto de vida. Favoreció su intervención en aquellos ámbitos para los que estuvieran preparadas. Sus iniciativas eran acogidas con entusiasmo por la reina, quien las defendió y fomentó. Tal fue el caso de Luisa de Medrano, que aprovechó la oportunidad brindada por la soberana y terminó siendo catedrática de Retórica en la Universidad de Salamanca. Eran mujeres cultas y activas, conscientes de la realidad social de finales del siglo XV y de sus necesidades. Dª Teresa Enríquez, Dª Beatriz de Silva– Dª Beatriz de Bobadilla, Dª Beatriz Galindo “la Latina”, damas de la casa Mendoza, entre otras. Mujeres pioneras asombrosas que pasaron a la historia por propios méritos.
Isabel La Católica: Ferviente Católica
En cuanto a su fe, Bernáldez dice de ella: «muy católica en la santa fe… devotísima y muy obediente a la Santa Madre Iglesia… contemplativa e muy amiga e devota de la sancta e limpia religión»…, El continuador de Pulgar añade que tenía «pensamientos muy santos y justos» y Cisneros resalta su «piedad cristiana»,. «Dada a la contemplación y dedicada a Dios. Ocupábase en los oficios divinos muy continuamente, ni por eso dejaba la gobernación humana» (Cont. Pulgar) Para sus exequias fúnebres dejó en su testamente instrucciones de la sencillez con que quería celebrarlos, y su sepultura, con losa baja, en el Monasterio franciscano de la Alhambra en Granada. “…y lo que se hubiere gastado en unas grandes exequias se destine a vestir pobres y, la cera que hubiese ardido en demasía se envíe a aquellas iglesias pobres que consideren mis albaceas para que arda ante el Sacramento”
Su feminidad le hacía sentir una gran empatía por los problemas de los demás y buscó la mejor de las soluciones para cada uno de ellos. De ella alaban sus contemporáneos su «gran corazón», «fuerte corazón» y «grandeza de alma» (Pulgar, Anglería, Sículo, Cisneros). Se “complicó la vida”, si, implicándose en proyectos en favor del necesitado. También en su vida pública, como veremos después. Era una consecuencia más de su convicción de la dignidad de toda persona como hijos de Dios.
Fundó hospitales para el cuidado de enfermos: Hospital Real de Granada, que no vio terminado, hoy grandiosa sede del Rectorado y Biblioteca de la Universidad. Asimismo, tras una visita a Compostela en 1486 en la que vio el estado en que llegaban muchos peregrinos tras semanas de grandísimo esfuerzo y privaciones, mandó construir bajo su mecenazgo en 1501 el Hospital de Santiago (hoy Parador Nacional)sin escatimar gastos para mejor alojamiento de los que requerían auxilio médico-. En lo alto de la capilla, bajo la bóveda de crucería, un friso con inscripción latina que viene a decir: “Piensa que la muerte nos está amenazando siempre y que nuestra vida dura solo un instante. Piensa cuán falsos los deleites, cuán engañosos los honores, cuán mortales las riquezas, cuán breve, incierto y falso lo que todo esto puede servirnos. Por lo tanto, apártate del mal y haz bien a estos pobres”.