Mar 22, 2021 | Actualidad, Mártires
En Enraizados estamos encantados de anunciarte que ha visto la luz el libro ‘Hogares de amor y perdón’, que recoge el testimonio heroico de 19 familiares de mártires de nuestra guerra civil española y cómo vivieron sus últimos momentos de vida. Son vidas de personas convencidas de su fe y con convicciones muy profundas que no tenían miedo a la muerte, sino a traicionar los valores que defendían.
Parte del sueño se ha cumplido, pero ahora necesitamos que nos ayudes a financiar su edición para poderlo distribuir por toda España y contrarrestar las mentiras de la ley totalitaria de memoria histórica, que pretende ocultar los atentados contra los católicos. Es fundamental tu aportación económica para que la edición del libro se ponga en marcha. Puedes hacer tu donación aquí: https://enraizados.org/colabora/
El Obispo de San Sebastián, Don José Ignacio Munilla Aguirre nos ha hecho el regalo de firmar el prólogo, y ha querido subrayar la importancia que tiene al poner en valor a la Familia, la Mujer y el Perdón.
El libro pone el acento en el perdón, en cómo familiares como el padre Andrés, que perdió a su bisabuelo (un ferviente católico) en la contienda civil, que fue perseguido por su fe y finalmente asesinado en el municipio valenciano de Albalat de la Ribera, es capaz de perdonar y rezar por el alma de sus captores y asesinos.
Además, en todos los capítulos del libro en los que se muestran diferentes testimonios, se muestra cómo abordaron el perdón en sus vidas. Son muchos ejemplos, como el del padre José Vicente Castillo Peiró, que emociona cómo describe cuando rezaban en familia todos los hermanos con su madre ante la foto de su padre mártir y decía ella: «un Padrenuestro por el padre que está en el Cielo, ruega por nosotros y es mártir. Y un Padrenuestro por el que asesinó al padre al que perdonamos de corazón». Pero es que además, su madre le dio una gran de lección de perdón cuando de niño, todavía mantenía dudas sobre el significado de este mandamiento y le preguntó: «Usted dice que perdonamos de corazón al que mató al padre, ¿eso quiere decir que lo perdonamos de verdad?» Y ella contestó: «sí hijo mío, si perdonas de verdad nunca tendrás enemigos».
¡Qué lección de madre! Y como ella, otras muchas hicieron lo mismo y están recogidas su historia en este libro. Perdonaron de corazón e inculcaron a sus hijos ese valor cristiano que nos hace libres para amar y construir un mundo mejor. Es por eso, que no podemos olvidar el ejemplo y testimonio de estos mártires, como bien nos recordaba el Papa Pío XII, pidiendo que los mártires de nuestra guerra civil española, los tuviéramos de referente en nuestras oraciones, para pedirles protección y amparo: «¿Qué les pasa a los españoles que se han olvidado de los mártires a los que yo encomiendo todos los días?». Y es que podemos y debemos perdonar, pero no podemos olvidar a estos héroes de la fe, que han sembrado con su sangre el camino de la reconciliación entre españoles sustentado con las oraciones y el perdón de sus familiares y amigos.
Estamos muy orgullosos del trabajo que han hecho María Beatriz y Gracia María Pellicer de Juan, Socias Voluntarias de Enraizados, y directoras y coordinadoras del presente libro: ‘Hogares de amor y perdón’, y de rendir homenaje con él, a miles de mártires de nuestra dramática guerra civil española.
Es un testimonio vivo de que te conmoverá, por que está escrito con una mirada reconciliadora de las víctimas
Como bien nos dice el señor Obispo de San Sebastián, Don José Ignacio Munilla Aguirre en el prólogo, este libro está dedicado a la familia, a la mujer y el perdón. Y en él descubrimos a madres coraje, jóvenes mujeres que quedaron viudas con varios niños pequeños y los criaron y educaron solas, encomendándose a los padres/maridos asesinados como intercesores directos ante la Virgen. Y que pudieron sobrevivir, gracias a su fe y a la educación católica que habían recibido en sus familias.
Sin lugar a dudas, para conseguir cumplir el precepto más grande del amor, que el mismo Jesús nos enseñó, el de perdonar a tus enemigos y dar la vida por tus amigos, hace falta valor sí; pero sobre todo, hace falta tener una fe robusta y vivida desde niño en la familia, la gran escuela del amor.
Y que solo con la gracia de Dios es posible perdonar de verdad y para siempre a los que les arrebataron lo que más querían, sus seres queridos.
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Jun 20, 2018 | Actualidad
Como había prometido, faltaba cerrar este ciclo de artículos relativos a la presencia de España en Asia, aquella que se comenzó hace largo tiempo con la llegada de Magallanes a Filipinas. Ahora toca cerrarlo con otra gran historia ‘de heroísmo a la española’.
Hablando del final de nuestra presencia en Filipinas, es fácil imaginarse la historia de la que estamos hablando, pero… ¡quizás podamos dar algunos puntos de vista nuevos!
Lo primero era encontrar una fecha en la que publicar este homenaje ¡pasaron tantas cosas en el mes de junio de aquel 1899!. Al final he elegido el 20 de junio de 1899 como fecha de publicación.
¡Al fin y al cabo en la imagen podemos ver como esa fecha se encuentra inmortalizada en mármol!
“…La resistencia de esta guarnición fue alabada por el general Aguinaldo en un documento público enviado a Tarlac el 20 de junio de 1899…”.
Para conocer los detalles de tan gloriosa gesta les dejo el siguiente enlace de “momentosespañoles.es”, pero… ¿fueron los últimos en regresar a España?
No parece que esté del todo claro. Después del 2 de junio de 1899 todavía quedaban más de 5.000 españoles olvidados y perdidos por la selva. Y entre ellos, un numeroso grupo, resto de los defensores del sitio de Tayabas, que no fueron liberados por las fuerzas estadounidenses del coronel Anderson al mando del 38 de voluntarios de Estados Unidos hasta el año 1.900, como nos recuerdan en el artículo de la “Fundación Museo Naval”.
Pero el título es ‘Una guerra imposible de ganar’ y así parece que fue.
Se enfrentaban dos imperios: uno en decadencia, con importantes problemas internos, como era el español, con uno en pleno crecimiento y expansionismo, como era el estadounidense, que se estaba extendiendo a marchas forzadas y con un crecimiento demográfico, industrial y militar desconocido hasta el momento, que se había expandido por toda Norteamérica uniendo las costas de ambos océanos, Atlántico y Pacífico, en pocos años. Tan en pocos años que se les hizo ‘tan corto’, por lo que pronto puso su mirada en el continente asiático, China y Filipinas, al igual que desde hacía tiempo lo había puesto en el resto de América con el eslogan ‘América para los americanos’ que acuñó en 1823 el presidente James Monroe y desarrolló su sucesor en el cargo John Q. Adams.
En este escenario, el choque era inevitable y la victoria española era complicada, como nos aclaran desde ‘momentosespañoles.es’ en su comentario, la guerra se perdió en los campos de batalla filipinos y cubanos y en especial en las batallas navales de Cavite y Santiago de Cuba, pero mucho antes se había ya perdido en los despachos del Gobierno de España, donde con políticas erráticas y planes de inversión poco claros, hizo imposible la defensa de los territorios ultramarinos de España.
¡Aunque mucho queda por estudiar y difundir del confuso siglo XIX español!
Todos tenemos la imagen, al menos yo tengo la imagen, que con la destrucción de las flotas del Almirante Cervera y del Contralmirante Montojo las fuerzas españolas estaban totalmente aniquiladas, pero convendría estudiar con mayor detalle la situación: en Cuba aun quedaban 100.000 soldados dispuestos a luchar y en ‘la mar’ quedaban flotas españolas que todavía podían combatir.
“…Durante la Guerra Hispano-estadounidense, se planeó un contragolpe que aliviara la situación del Almirante Cervera y de paso realizar algún bombardeo sobre la costa americana.
Para llevar a cabo tal contraataque, el elegido fue el almirante Manuel de la Cámara Livermore.
Se trataba de crear dificultades a los norteamericanos, con los buques que quedaban en España, y posibilitar alguna victoria que elevase la moral española. Para ello se iban a crear tres divisiones navales que pudieran desconcertar al enemigo:
- la 1ª División estaría al mando del propio Cámara, y estaría compuesta por el crucero Carlos V, los cruceros auxiliares Meteoro, Patriota y Rápido, así como el aviso Giralda;
- la 2ª División estaría al mando del capitán de navío José Ferrándiz, y estaría compuesta por el acorazado Pelayo, el acorazado-guardacostas Vitoria y los destructores Osado, Audaz y Proserpina;
- la 3ª División estaría mandada por el capitán de navío José Barrasa, compuesta únicamente de tres cruceros auxiliares, el Buenos Aires, el Antonio López y el Alfonso XII.
Debido a la corta autonomía del acorazado Pelayo y de la Vitoria, la 2ª División haría una maniobra diversiva, navegando unos días en dirección al teatro de operaciones del Caribe, cambiando el rumbo posteriormente para regresar a aguas nacionales y proteger las costas españolas de un posible ataque americano, uniéndosele el crucero protegido Alfonso XIII, una desgraciada copia española del desaparecido Reina Regente.
La 1ª División, en la que se integraba el Carlos V, se dirigiría hacia las islas Bermudas, donde recibiría órdenes e informes, para iniciar posteriormente un ataque contra la costa este americana, dirigiéndose hacia el norte, rumbo a Halifax, en Canadá, dominio británico, para recibir nuevas instrucciones, y dirigirse después al mar Caribe, cayendo sobre las Islas Turcas.
La 3ª División debería dirigirse hacia la zona del Cabo San Roque, en Brasil, y desde allí dedicarse a hostigar el tráfico mercante enemigo.
Esta acción no se llegaría a producir, entre otros motivos por las presiones británicas, que no deseaban la extensión de la guerra a todo el Atlántico.
Con posterioridad, se formaría otra escuadra con órdenes de dirigirse a Filipinas al mando del almirante Cámara. Sería retenida en el canal de Suez hasta lo indecible, mientras que el magnate de la prensa W. Hearst daba la orden a un enviado suyo de que adquiriese un buque para hundirlo en el lugar donde pudiera obstaculizar el paso de la escuadra española.
Finalmente, tras muchos contratiempos, la destrucción de la escuadra del almirante Cervera y el temor a un ataque sobre las costas españolas hizo que la escuadra de Cámara retornase a toda prisa a la Península…”
Cómo no he podido contrastar toda esta información la pongo toda en ‘cuarentena’ pero desde luego es una visión muy interesante a investigar, analizar y aclarar.
Animo a todos ustedes para que lo estudien y nos cuenten el resultado, tanto si se confirma como si se rechaza la información anterior.
Asumiendo como cierto todo lo aquí escrito, se puede llegar a la conclusión de que la guerra no solo se perdió en los despachos de Madrid, sino que ya se había empezado a perder mucho antes en los grandes centros internacionales del poder político y económico de Nueva York, Washington y Londres.
Para no alargarme mucho más y creyendo que les he proporcionado suficiente información para que, si la curiosidad y su tiempo se lo permite, sigan profundizando en el importante siglo XIX, clave para la posterior Historia de España, les dejo un enlace de nuestros habituales audios de ‘Memorias de un tambor’ para aquellos que con menos tiempo libre puedan conocer más detalles de lo ocurrido cuando se desplazan en el transporte público, trabajan, van al gimnasio…
Pero no puedo, antes de despedirme, dejar de copiarles la lista de aquellos que quedaron sitiados en la defensa de Baler ya que es importante recordarles.
Vicente Medina
Enrique de Las Morenas y Fossi, capitán de Infantería, fallecido por enfermedad.
Juan Alonso Zayas, segundo teniente, fallecido por enfermedad.
Saturnino Martín Cerezo, segundo teniente, herido.
Vicente González Toca, cabo, fusilado.
José Chaves Martín, cabo, fallecido por enfermedad.
Jesús García Quijano, cabo, herido grave.
José Olivares Conejero, cabo.
Santos González Roncal, corneta.
Félix Herrero López, soldado 2.ª, desertor.
Félix García Torres, soldado 2.ª, desertor.
Julián Galvete Iturmendi, soldado 2.ª, fallecido por heridas.
Juan Chamizo Lucas, soldado 2.ª
José Hernández Arocha, soldado 2.ª
José Lafarga Abad, soldado 2.ª, fallecido por enfermedad.
Luis Cervantes Dato, soldado 2.ª
Manuel Menor Ortega, soldado 2.ª
Vicente Pedrosa Carballeda, soldado 2.ª
Antonio Bauza Fullana, soldado.
Antonio Menache Sánchez, soldado, fusilado.
Baldomero Larrode Paracuello, soldado, fallecido por enfermedad.
Domingo Castro Camarena, soldado.
Eustaquio Gopar Hernández, soldado.
Eufemio Sánchez Martínez, soldado.
Emilio Fabregat Fabregat, soldado
Felipe Castillo Castillo, soldado.
Francisco Rovira Mompó, soldado, fallecido por enfermedad.
Francisco Real Yuste, soldado.
Juan Fuentes Damián, soldado, fallecido por enfermedad.
José Pineda Turán, soldado.
José Sanz Meramendi, soldado, fallecido por enfermedad.
José Jiménez Berro, soldado.
José Alcaide Bayona, soldado, desertor.
José Martínez Santos, soldado.
Jaime Caldentey Nadal, soldado, desertor.
Loreto Gallego García, soldado.
Marcos Mateo Conesa, soldado.
Miguel Pérez Leal, soldado, herido grave.
Miguel Méndez Expósito, soldado.
Manuel Navarro León, soldado, fallecido por enfermedad.
Marcos José Petanas, soldado, fallecido por enfermedad.
Pedro Izquierdo Arnaiz, soldado, fallecido por enfermedad.
Pedro Vila Garganté, soldado.
Pedro Planas Basagañas, soldado.
Ramón Donat Pastor, soldado, fallecido por enfermedad.
Ramón Mir Brils, soldado.
Ramón Boades Tormo, soldado.
Román López Lozano, soldado, fallecido por enfermedad
Ramón Ripollés Cardona, soldado.
Salvador Santa María Aparicio, soldado, fallecido por heridas.
Timoteo López Larios, soldado.
Gregorio Catalán Valero, soldado.
Rafael Alonso Medero, soldado, fallecido por enfermedad.
Marcelo Adrián Obregón, soldado.
Rogelio Vigil de Quiñones Alfaro, médico provisional, herido.
Alfonso Sus Fojas, cabo indígena, desertor.
Tomás Paladio Paredes, sanitario indígena, desertor.
Bernardino Sánchez Cainzos, civil.
Fray Cándido Gómez Carreño, párroco de Baler, fallecido por enfermedad.
Félix Minaya López, fraile franciscano, acogido en la iglesia de Baler para sumarse a los sitiados.
Juan López, fraile franciscano, acogido en la iglesia de Baler para sumarse a los sitiados.
Mar 17, 2018 | Actualidad
Tras la anexión de Portugal al Imperio español, el Rey Felipe II encargó al granadino Álvaro de Bazán que integrara en la flota hispánica, enfocada más para la lucha mediterránea, las grandes carracas lusas que invernaban en el puerto de Lisboa.
Entre estas enormes embarcaciones se contaba un rocoso galeón nombrado San Mateo, de 600 toneladas, que fue apresado por el propio Bazán en los combates marítimos en Setúbal que precedieron a la toma de Lisboa.
En cuanto terminó de acondicionar la nueva flota atlántica, que los portugueses usaban en sus rutas comerciales, Bazán fue nombrado comandante de la campaña para recuperar el Archipielago de las Azores, que el Prior Antonio, pretendiente al trono, había rebelado contra Felipe II en su huida.
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La epopeya del San Mateo
Poco había escrito sobre la lucha entre grandes galeones cuando ambas escuadras se enfrentaron. Ni siquiera Bazán, héroe en Lepanto, conocía los pormenores de un tipo de combate donde la artillería se presumía protagonista.
Por si acaso, embarcó en sus barcos a otro de los protagonistas de Lepanto, al Tercio de Lope de Figueroa, a la espera de hacer valer la superioridad de su infantería llegado el caso de un abordaje masivo.
El 26 de julio de 1582, las dos flotas se toparon frente a frente. Tras una serie de maniobras por hacerse con el viento a favor, los españoles se prepararon para lanzar una ráfaga artillera. No en vano, el viento y las mareas beneficiaban a los franceses. Y la cosa todavía iba a complicarse más para los intereses hispanos.
El galeón San Mateo, al mando de Lope de Figueroa, y donde iban embarcados los mejores soldados de la flota, se adelantó al resto y se dirigió en solitario al corazón enemigo.
Han asegurado muchos historiadores que se trató de una audaz iniciativa a cargo del maestre de campo Lope de Figueroa; tantos como los que sostienen que fue un error de navegación.
El hecho de que Alonso, hermano de Bazán, fuera el capitán de este galeón armado con 32 piezas de artillería sugiere que todo pudo ser parte de un plan concebido antes del combate.
No lo creyó así Strozzi, que se lanzó al abordaje de la nave aislada con cinco naves de gran potencia bajo su mando directo. En ese momento pensó que iba a ser una presa fácil.
El ataque llegó desde babor por parte del Saint Jean Baptiste, de Strozzi, y por la otra banda por el Brissac, mientras otros tres barcos más se situaban por los extremos de proa y popa.
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A pesar de sufrir dos horas de abordaje francés y recibir más de 500 proyectiles, los 250 soldados castellanos del San Mateo, arcabuceros y piqueros, aguantaron las acometidas hasta el punto de que la principal preocupación del maestre Figueroa pasó a ser que sus hombres no abandonaran el galeón para lanzarse éllos al abordaje enemigo.
El maestre de campo se vio obligado a prohibirles, bajo pena de muerte, saltar a los barcos enemigos.
En el momento de mayor presión, el San Mateo fue atacado por cuatro bajeles directamente, entre ellos la Almiranta y la Capitana, mientras otros cuatro barcos se ocupaban, como si de perros guardianes se tratara, de cerrar el paso a un posible socorro.
Las dos horas de lucha desigual permitieron la llegada de los refuerzos y la batalla se situó en la posición que Strozzi había querido evitar: una maraña de barcos luchando cuerpo a cuerpo. Ahora sí, la victoria española quedaba servida. Ni siquiera hizo falta derramar mucha sangre: la flota enemiga se dispersó en mil direcciones en cuanto murió Strozzi y se perdieron los mejores barcos. Las bajas francesas rondaron los 2.000 muertos, siendo apresados o hundidos diez buques del tamaño del San Mateo.
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El barco de la Armada que vendió cara su piel
El 6 de agosto de 1588, la escuadra recaló en las proximidades de Calais con la intención de permanecer allí fondeada mientras su comandante escribía a Farnesio. Sin embargo, en la madrugada del 7 al 8 de agosto, la Armada española recibió el ataque de ocho brulotes (barcos incendiarios), que rompieron por primera vez el orden de la flota y, en un momento de pánico, algunos capitanes soltaran las cadenas de sus anclas para salir cuanto antes de Calais. Aquella salida desordenada derivó en un intercambio de fuego con los ingleses, que causaron averías de gravedad en barcos principales como el San Felipe, el San Mateo, el San Martín o el San Marcos.
En el legendario galeón estaba embarcado Don Diego Pimentel, maestre de campo del tercio de Sicilia, que en Lisboa reclutó a 277 hombres (repartidos entre las compañías de Ávalos, Pimentel y Francisco Marquez). El capitán del galeón, por su parte, era Don Juan Iñiguez Maldonado. Todos ellos se propusieron vender cara la piel del San Mateo.
La columna inglesa al mando de Drake, con los barcos más fuertes de la escuadra inglesa, castigaron a los españoles en su desordenada salida de Calais.
Hartos de la pasividad de la Armada, los galeones españoles con más mordiente, el San Mateo, el San Martín y el San Felipe, entre otros, cubrieron la retaguardia para dar tiempo al resto de barcos a marcharse de aquella ratonera.
Este movimiento heroico rescató al San Juan de Recalde, que más retrasado estaba a pleno cañonazo del enemigo.
Rodeado por el Ark Royal, el Golden Lion y el White bear, el San Mateo y el San Felipe combatieron contra al menos diez navíos durante varias horas.
Esa misma noche, el San Mateo y el San Felipe se echaron a la costa como animales heridos.
Diego Pimentel se negó a abandonar el barco a pesar de los graves daños cuando Medina-Sidonia envió un socorro para que se trasladara la tripulación del San Mateo. Al contrario, Pimentel rogó al capitán general que le mandase «algún piloto para poder seguir navegando y un buzo para estancar el casco de la nave», lo cual le negaron por ser «ya tarde y los mares muy grandes no pudieron llegar» a nave.
El San Mateo encalló entre Ostende y Sluis. Dos buques holandeses, ayudados de tres bajeles británicos, se apoderaron de él.
La resistencia numantina le costó la vida a la mayoría de sus tripulantes. Solo Diego Pimentel y un puñado de hombres sobrevivieron a esta resistencia suicida, quedando presos de los holandeses durante un tiempo en Amsterdam.
En total, el galeón recibió otros 350 impactos de cañón. La nave fue saqueada hasta sus raíces. Aunque solo fue posible aprovechar la artillería debido al estado calamitoso del barco, el holandés Pieter van der Does llevó a Leiden una gran flámula del San Mateo para exponerlo a modo de trofeo en la iglesia Pieterschurch, donde permaneció tres siglos.
Fuente: ABC Historia
http://www.abc.es/historia/abci-san-mateo-roca-flotante-imperio-espanol-combatio-ocho-galeones-franceses-solitario-201801080404_noticia.html