La Asunción de la Virgen María

La Asunción de la Virgen María

            La Asunción de la Virgen María, que se celebra cada 15 de agosto, es una de las fiestas cristianas de mayor arraigo popular. Es tal la fascinación que ha suscitado en los creyentes, durante estos dos milenios, el Tránsito de la Virgen y su posterior Asunción, que se ha representado en una rica iconografía, fiestas populares, procesiones y autos sacramentales como el Misterio de Elche declarado Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

“Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue Asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”. Así proclamó el Papa Pío XII el dogma de la Asunción, el 1 de noviembre de 1950, con la Constitución  Apostólica Munificentissimus Deus, según la cual la motivación principal para declarar este dogma había sido la fe constante del pueblo de Dios que creía con vehemencia que la Virgen había sido Asunta al Cielo.

        Ella tuvo el privilegio no sólo de ser preservada de la corrupción del sepulcro y vencer a la muerte, como lo había hecho su hijo, sino también de ser elevada en cuerpo glorioso al Cielo. La corrupción es señal de la acción del pecado sobre el cuerpo, y como Ella no tuvo ningún pecado, ni pecado original, su cuerpo no estaba sujeto a las leyes de la muerte.

San Juan Damasceno cita que era necesario que la Madre  poseyese lo que corresponde al Hijo y que por todos fuese honrada como Madre y sierva de Dios.

La iglesia no define si Ella murió o no. Sin embargo, la tradición sostiene que no se encontró su cuerpo. Sabemos que la muerte es la separación del alma del cuerpo. En este caso, la tradición habla de una dormición que sería como una muerte dulce y suave, sin miedo ni dolor.

San Francisco de Sales en su Tratado del Amor dice que Nuestra Señora no murió por debilidad corporal, sino por puro amor, por la intensidad de su deseo de unirse con su hijo en el Cielo. Ella siempre quiso asemejarse a su hijo, y habiendo participado Él de la muerte, es posible que Ella pudo pedir a su Dios y Señor, que le permitiera imitarlo, hasta en el paso por la muerte.

Ella tenía que ser Asunta a los cielos porque estaba perfectamente unida a Nuestro Señor. Ni Ella podía estar separada de su Hijo, ni Él, de su Madre. Predicaba san Juan Pablo II que san Germán de Constantinopla, en la homilía «3 in Dormitionem», pone en labios de Jesús estas palabras: “Es necesario que donde yo esté, estés también tú, Madre inseparable de tu Hijo”

A veces hay confusión entre Ascensión y Asunción. Entre la Ascensión de Nuestro Señor al Cielo, que celebramos 40 días después de su Resurrección, y la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma, la confusión típica es que Ella tuvo que ser llevada, pero no fue así. Ella también subió en su cuerpo glorioso, capaz de subir por sus propios medios. La diferencia es que Ella no asciende por un poder inherente, suyo propio, sino por el poder de Nuestro Señor, Ella es glorificada por Él, porque Él la quiso llevar a su lado.

La Asunción de la Virgen tiene todo que ver con su santidad perfectísima, y es un estímulo muy poderoso para vivir sus virtudes. Ella ascendió al Cielo, para hacer el movimiento que todo hombre tiene que hacer, subir, crecer en santidad. Y si hay alguna caída hay que levantarse rápido y seguir subiendo. ¡Hasta llegar al Cielo!

Juan Andrés Segura // Colaborador de Enraizados

Mes de mayo: Santa María in Trastevere

Mes de mayo: Santa María in Trastevere

Esta es otra de las basílicas que procuro visitar siempre que voy a Roma: es una de las más bellas iglesias de la ciudad y se venera una imagen de Nuestra Señora de la Clemencia, que pasa por ser la pintura más antigua que se conserva de la Virgen; por otro lado, me encanta callejear por el barro del Trastevere. ¡Ah!, y también me gusta rememorar la tradición de la “Fons Olei”.

Cuenta la tradición que en el año 38 a. C., brotó en este lugar una fuente de aceite que recorrió el barrio durante todo un día, hasta desembocar en el Tíber. Este extraño afloramiento natural de una sustancia oleosa, posiblemente petróleo, fue interpretado posteriormente como una profecía del nacimiento de Cristo y una señal de que habría de expandir sus dones sobre la tierra con la suavidad y eficacia del aceite. En el lado derecho de la nave central, en el podio que eleva el presbiterio, se puede leer la inscripción “Fons Olei”, que señala el lugar donde brotó el aceite.

San Calixto Papa I (217 – 222) hizo edificar la primera iglesia en el lugar donde había brotado el aceite más de 200 años antes y aquí fue donde por primera vez se pudo celebrar abiertamente la Santa Misa en la ciudad de Roma, según la tradición.

En el siguiente siglo, el Papa San Julio I (337 – 352) decidió la construcción de la basílica que podemos visitar en la actualidad, aunque de aquella basílica paleocristiana tan solo podemos ver la planta con sus tres naves.

El Papa Inocencio II (1130 – 1143) emprendió una reconstrucción en profundidad en el año 1138, para lo cual se emplearon columnas y materiales extraídos de la antiguas termas de Caracalla.

Los tres Papas citados, San Calixto I, San Julio I e Inocencio II, están enterrados en Santa María in Trastevere.

La obra más valiosa de la basílica son los mosaicos del ábside, detrás del altar, que son una auténtica joya del arte medieval y constituyen una síntesis acabada de dicho arte en la Edad Media.

Justo debajo del friso que representa la procesión de los doce corderos -los apóstoles van hacia Cristo, el Cordero Místico-, está el friso realizado por Pietro Cavalini a finales del s. XIII. Hay representadas seis maravillosas escenas de la vida de la Virgen: desde la Natividad de la Virgen -a la izquierda- hasta la Dormición -a la derecha del friso-. En esta obra se observa como Pietro Cavalini, el más importante pintor medieval de Roma, apunta ya la llegada de una nueva corriente artística a Roma: el Renacimiento.

Otras muchas obras se pueden admirar en Santa Maria in Trastevere. Me limitaré a destacar el preciosísimo icono de la Madonna della Clemenza o  Theotokos, (del s. VI, para unos, y del s. VIII para otros) que se encuentra en La Capilla Altemps, al lado izquierdo del presbiterio.

Para terminar, unas palabras del Papa Benedicto XVI en una visita a la parroquia, el 27 de diciembre de 2009, para participar en el almuerzo anual para los pobres organizado por la Comunidad de San Egidio:

«Amar, servir, da la alegría del Señor, que dice: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20, 35). Que en este tiempo de especiales dificultades económicas, cada uno sea signo de esperanza y testigo de un mundo nuevo para quien, encerrado en su egoísmo y creyendo ingenuamente que podrá ser feliz por sí mismo, vive en la tristeza o en una alegría efímera que deja el corazón vacío.

(…) Invoco la protección de la Virgen de la Visitación, que nos enseña a ir «con prontitud» a socorrer a los hermanos en sus necesidades, y os bendigo a todos con afecto».

Julio Íñiguez Estremiana

REFLEXIONES JESUITAS: Hágase

REFLEXIONES JESUITAS: Hágase

hágase cathopic¿Quién podría imaginar el poder de una mujer sencilla, humilde, pequeña? ¿Quién iba a pensar que en sus manos, en su entraña, en su aceptación, estaba el germen de la Vida, así con mayúsculas? ¿Quién hubiera intuido lo que se ponía en marcha con aquel “hágase” de María?

Dios lo quiso. Y se la jugó al proponerle, con libertad, un proyecto inconcebible. ¡Vaya responsabilidad! ¿Sería María consciente de lo que estaba en juego en su “sí”? Desde luego, para ella estaba en juego mucho. Se arriesgaba a ser repudiada, juzgada e incomprendida. Y Dios, en su petición, ni forzaba ni exigía, solo invitaba.

Fue su libertad valiente la que dijo que sí. Y ese compromiso es para nosotros ejemplo y provocación. Porque con nuestra libertad estamos llamados a construir edificios eternos, a escribir páginas imborrables en nuestra pequeña porción de historia. Somos libres para amar, para creer y para construir esperanza. Engendrar al mesías niño. Mostrar, en su sencillez, la grandeza de Dios

Y cuando María se zambulle en la verdad y la lógica de Dios, entonces lo ve todo de una forma diferente. Entonces, con una lucidez nueva, percibe la manera sorprendente de Dios para darle la vuelta a la historia. Ella canta, con su vida, un magnificat.

Y también nosotros, yo, hoy, aquí y ahora, estamos invitados a proclamar un magnificat. A hacer de nuestros gestos un reflejo de la manera en que Dios acaricia el mundo. A contar, con nuestro verbo, que el Verbo, entre nosotros, da respuesta a nuestros miedos y preguntas.

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